LITERARTOBER 2022: Medianoche

 



En casa de los abuelos siempre había una regla curiosa y era que en cuanto llegase la medianoche no se podía salir de la habitación para absolutamente nada. Siempre cumplí esa norma, más bien motivado por las historias de miedo que contaba mi abuela, pero al pasar un poco más los años me fui haciendo más insensible a ese respecto, más que nada porque mi hermana mayor se empeñaba en que viese películas de terror con ella.

Aquella noche me desperté como a la una porque tenía muchísimas ganas de ir al baño. Recordé entonces las historias de la abuela, me eché un poco para atrás y traté de dormir de nuevo. Tras un largo rato con molestias de vejiga, reuní algo de valor pensando que ya tenía ocho años, que era mayorcito para creer en tonterías y que, además, iba a ser solo un momento, nadie se iba a tan siquiera enterar.

Me asomé y crucé, linterna en mano, corriendo el oscuro pasillo para llegar cuanto antes y, cuando ya estaba relajándome, oí un sonido mecánico. Al asomarme de nuevo al pasillo, comprobé que venía de debajo de las escaleras. Decidí ir a investigar, mi hermana me había desmentido muchas leyendas y explicado que bastantes cosas eran, o explicables, o el resultado de cuando las personas se asustan, que crean fantasmas en su mente y que el resto eran mentiras que cuentan los mayores para que nos vayamos a dormir pronto o comamos las verduras.

Mientras bajaba las escaleras y seguía oyendo ese sonido, fui descartando mentalmente las historias de la abuela, catalogándolas como aquello que nos cuentan los mayores. Imaginé que era para que no revoloteásemos por allí a deshoras y esa fue la explicación que me guardé. Al llegar al último peldaño, pude darme cuenta de que el sonido, cada vez más fuerte, venía del sótano, así que abrí con cuidado la puerta y fui descendiendo poco a poco.

Quizás el abuelo tenía insomnio y se dedicaba a hacer bricolaje por las noches, sí, eso debía ser, estando más cerca podía identificar un taladro o quizás una sierra. Iba a caminar tranquilo hasta el cuarto del fondo cuando escuché un alarido, quizás el abuelo se hubiese hecho daño, así que avancé más deprisa.

Entonces, tropecé con algo blando y casi me caí al suelo. Aquello con lo que choqué emitió un quejido y una mano me agarró la pierna. Cuando miré hacia el bulto extraño, me asusté al comprobar que se trataba de un chico algo mayor que yo, que me imploró que le ayudase. Se arrastraba en busca de la salida dejando un reguero de sangre donde antes estaban sus piernas.

Mi abuela apareció de pronto y nos miró con fastidio.

-Mira que le dije a tu abuelo que cuando viniesen los niños no era buena idea, ahora a ver qué me invento para explicarles a tus padres que no vas a regresar.


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