LITERARTOBER 2022: Caldero
Estaba removiendo el contenido del caldero cuando llamaron a
mi puerta, allí me topé con varios guardias de la corte, quienes me comunicaron
que había sido acusada de brujería y me obligaron a marchar con ellos. Me
encerraron e interrogaron, torturándome sin descanso, no me daban de comer ni
de beber y me veía obligada a hacer mis necesidades ahí mismo. Se burlaron de
mí, me llamaron maloliente y barbaridades mucho peores.
Me trataron peor que un animal, que ya es decir, y me
arrastraron con un aspecto deplorable a la sala donde se celebraría mi juicio.
No me dieron opción a defenderme, me ordenaban callar cada vez que trataba de
abrir la boca, si es que no me pegaban, mientras que me obligaron a escuchar
falacia tras falacia sobre mi persona. Uno contaba que me había visto volando
por el cielo, otro que le maldije a él y a su familia y por eso enfermaron,
otros afirmaban que la cosecha había ido mal por mi causa o, incluso la peor de
todas, fue que yo había secuestrado a su hijo para comérmelo.
Yo era una persona dedicada al saber, buscaba y recogía
plantas medicinales, creaba ungüentos y brebajes para curar, no para dañar y no
entendía qué mal podría haber hecho a aquellas personas para que inventasen
tales aberraciones.
Pude ver en la sala también a quienes había asistido en
momentos de necesidad, les imploré con la mirada que desmintiesen todo aquello
y contaran en qué les había asistido, pero me desviaron su mirada y tan solo
permanecieron en silencio.
La sentencia fue la esperable y mis crímenes debían arder
conmigo en la hoguera.
-¿Unas últimas palabras?- preguntó el cardenal.
-Vosotros también arderéis- maldije con todo el ímpetu del
que pude hacerme acopio.
Fue cuestión de tiempo, en el caso de algunos, unas pocas
semanas, en el de otros, varios años, pero todos llegaron y uno por uno
comenzaron a arder eternamente en el infierno particular que mi maldición había
creado.
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