LITERARTOBER 2022: Maldición

 



La noche previa a mi décimo séptimo cumpleaños me levanté a por un vaso de agua. Como siempre, tenía que pasar delante de la habitación de mis padres sin hacer ruido porque estarían durmiendo, sin embargo aquella vez parecía diferente, ya que estaban cuchicheando algo. Pegué la oreja con discreción, pensando que el tema rondaría por los regalos que me darían a la mañana siguiente.

-Debemos decírselo- espetó mi padre.

-No puedo, simplemente no puedo ¿cómo se le dice a un hijo que va a morir?

-Aún no sabemos si eso pasará.

-Germán, ha pasado. Cada primogénito de la familia ha muerto en sospechosas circunstancias desde que Gervasio hizo ese estúpido pacto con un dios pagano.

-Pero al menos estará sobre aviso y tendrá cuidado.

-No lo entiendes, no hay forma de evitar la tragedia, morirá antes de su décimo octavo cumpleaños, como todos los demás. Mi familia lleva tratando de cambiar las cosas varias generaciones sin resultado. Por eso te dije que no te encariñases.

Sus palabras sonaron frías, como estacas de hielo que me atravesaron. Parecía tenerlo muy asumido, lo que me hacía comprender muchas cosas acerca de su actitud conmigo. Mi hermano pequeño parecía un hijo de verdad, mientras que yo era poco más que invisible, al menos para ella.

-Tiene que haber una forma de combatir la maldición.

-Tampoco se puede, te digo que se ha intentado, vendrá en su busca, como con todos.

-Pero en algún momento se acabará saldando la deuda ¿no? Gervasio hizo el pacto para que él y su esposa tuviesen hijos, el precio fue, de los gemelos, el mayor. No lo quiso cumplir y por eso arrastráis esta pesadilla, vale, pero ¿no quedará saldado en algún momento? No es comparable el precio de un hijo con el de los nueve que lleva.

-Esa es la única esperanza que tenemos, que la siguiente generación ya sea la perdonada.

-¿Y si somos esa generación?

-No lo creo, no puedo explicarlo, lo siento dentro de mí. Va a morir, lo sé.

Ya tenía acumulados motivos de sobra para marcharme, pero aquello fue la gota que colmó el vaso. Recogí mis cosas en una mochila y me puse a caminar sin rumbo, hacia donde fuese menos allí. Jarreaba y al de unas horas el cansancio pesaba demasiado.

-¿Te llevo?- me preguntó un hombre que paró su coche a mi altura.

Le observé un momento, estaba bien peinado y vestido, parecía sinceramente amable y no había nada que me hiciese sentir incómodo o que me pareciese una alerta y, la verdad, estaba muy cansado y la estación aún quedaba a varios kilómetros.

-Vale- le sonreí con amabilidad y entré.

El hombre arrancó el coche aparentemente contento, unos momentos después, tenía el filo de un cuchillo en mi garganta.


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