LITERARTOBER 2021: Cerradura

 


Mi marido es alguien de costumbres, con un horario riguroso, de ese tipo de personas que se incomodan e incluso enfadan cuando surgen imprevistos que les impiden llevar a cabo su cuadriculada rutina. Una cuestión siempre me causó curiosidad, que subiese al ático a las cinco en punto y que se pusiese nervioso cada vez que hacía algún comentario sobre ponerlo en orden, motivo por el cual decidí aprovechar un día cualquiera su ida al trabajo para ir a curiosear.

Subí las escaleras con cautela, sintiéndome como una niña traviesa que se desliza de puntillas hacia la nevera pasada la hora de dormir. Cuando atravesé la puerta, con el corazón desbocado por la emoción y cierta incomodidad por el remordimiento de estar actuando a sus espaldas con algo que sabía que le iba a sacar de quicio.

Rebusqué aquí y allí, pensando en qué podía dedicar su tiempo, pero nada me llamaba la atención como un gran baúl con candado. Me pregunté si guardaba alguna colección misteriosa que le avergonzase, quizás sellos, monedas o algo que considerase menos varonil.

En cuanto me hice con un utensilio para cacharrear en la cerradura, el sudor me resbaló por la frente ante la tensión del momento y algo saltó dentro de mí de la emoción cuando sonó un clic. Cuando retiré la pesada tapa, no daba crédito y casi me pongo a gritar al contemplar cómo varios ojos de diversos colores y tamaños, cada uno en su frasco correspondiente, me devolvían la mirada.


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