Acuerdos oscuros - Capítulo 1 - Luna azul
-…por eso, hijos míos, no debemos olvidar de dónde venimos y
a quién debemos dar gracias por todo- el mago supremo hizo un pequeño parón
dramático y solemne mientras todos agachábamos las cabezas como signo de
agradecimiento y sumisión.- Podéis ir en paz, pues los ángeles nos han
escuchado y velarán por nosotros.
Aquella última frase indicaba el final de la ceremonia y que
nos levantaríamos a continuación en silencio y partiríamos hacia la salida del
templo.
Como cada día la misa había sido temprana con la intención
de que comenzáramos el día todos juntos y con la bendición de los ángeles para
que todo nos fuese lo mejor posible.
Me reuní con Agus a la salida del edificio, había estado muy
inquieto, como preocupado durante toda la reunión y era un amigo demasiado
preciado como para pasarlo por alto.
-¿Hay algo que te perturbe?- le cuestioné de camino al
trabajo.
Suspiró como rindiéndose.
-No puedo tener un pensamiento sin que te percates- no sonaba
a reproche tal y como lo dijo, sólo a que esperaba que no me hubiese dado
cuenta.
-Sabes que aquí estoy si quieres contármelo- dije para
animarle a hablar.
-Lo sé- sonrió con tristeza- tú siempre estás ahí, en lo
bueno y en lo malo.
-Suena como si estuviésemos casados- comenté intentando
hacerle reír para aliviar algo de su carga.
Apenas sonrió, pero me lo apunté como un logro a medias.
-Mi padre se muere- dijo al fin- el doctor le ha visto y es
su veredicto, no hay nada que hacer salvo rezar por un milagro- explicó con
pesadez y sus palabras sonaron como un mazazo en la cara.
Aquel hombre había sido siempre muy gentil conmigo y mi
familia y realmente no tenía una edad avanzada, así que era una sorpresa
horrible.
-Rezaré por él- dije con congoja y reprimiendo las lágrimas,
debía ser fuerte delante suyo o Agus se vendría abajo.
-Gracias Mark, de verda- suspiró.
-Oye creo que es motivo suficiente como para que no vayas a
trabajar hoy, amigo. Pasa tiempo con tu padre, yo te cubro- me ofrecí.
-Gracias pero no puedo hacer tal cosa, necesito el dinero de
cada día.
-Te doy el mío si lo necesitas pero por favor ve y pasa todo
el tiempo que puedas con tu viejito- dije en tono más serio mirándole fijamente
a los ojos.
-No puedo hacerte eso, en tu casa sois muchas bocas- se
justificó con tristeza.- Además prefiero que no vea mi cara o se olerá lo que
voy a hacer.
-No me asustes, Agus- dije con recelo y estupefacción
mientras me detenía.
Él suspiró resignado a contármelo, era como un libro abierto
para mí.
-Voy a ser ofrenda en la próxima Luna azul.
Sus palabras fueron como dar un golpe con fuerza a la
estatua de hielo en la que acababa de convertir en esos instantes.
-¿Te has ofrecido voluntario?- quise saber con pavor.
-Sí, espero que los ángeles aprecien mi gesto y sanen a mi
padre, es la única manera de que se cure.
-Pero ¿no se lo vas a decir? Es un gran sacrificio, debería…
-No pienso decírselo, no debe saberlo y no te permito que se
lo digas a mis espaldas- sonó más como una orden que como una petición.- Si lo
sabe no creo que me lo permita y yo quiero hacerlo por él y por nuestra
familia. Hemos sufrido mucho como para perderle ahora a él también- con ello
estaba seguro de que se refería a la muerte prematura de su madre y es que falleció
dando a luz a su hermana pequeña.
-¿Y qué será de Ann?- respiró con pesadez.
-Si todo sale bien, ya cuidará mi padre de ella, pero si mi
ofrenda no es suficiente…
-¡No digas eso! Saldrá todo bien – intenté animarlo.
-Pero si no lo fuese, quiero encomendárosla. Es muy pequeña,
no debe saberlo hasta que pueda comprenderlo. Sé que es pediros mucho pero…
-No sigas- dije con seriedad.- Por supuesto que la
cuidaremos, haré horas extra si es necesario. En casa somos muchos pero no
pasará nada por uno más, sobre todo dadas las circunstancias.
Agus me sonrió y retomamos nuestro viaje a la fábrica. Una
vez allí intenté centrarme en el trabajo y olvidar las palabras de mi amigo.
Sabía que era toda una honra para su familia que él fuese una ofrenda, pero no
podía evitar pensar que le echaría de menos. Eché mentalmente las cuentas para
ver cuánto tiempo podría disfrutar de su compañía, pero para mi desgracia
comprobé que no era mucho, apenas tres días podían restar.
Cuando llegué a casa tras la jornada estaba más abatido que
de costumbre, más cansado y dejé caer que no me apetecía cenar, pero mi madre
se enfadó y no tenía ánimos para una discusión. Me forzaría a comer un poco y
me disculparía para poder marcharme.
-¿Cómo fue tu día en la fábrica?- preguntó mi padre quien ya
estaba jubilado.
Mis hermanos no paraban de hacer ruido y gritarse entre
ellos ¿Acaso no se podía tener un poco de tranquilidad ni en la mesa?
-Bien, padre- respondí a duras penas.
-No pareces muy enérgico ¿ha pasado algo en el trabajo?-
quiso saber mi madre, quien era muy cotilla y tenía la misma habilidad que yo
para leer las emociones ajenas.
-No, allí todo está bien.
-¿Entonces has tenido algún otro problema?- quiso saber mi
padre.
Mis hermanos no paraban de armar jolgorio y me estaban
crispando por momentos.
-No, es por algo que hablé con Agus, me ha dicho que su
padre está muy enfermo, que morirá en cualquier momento- expliqué
apesadumbrado.
-¡Pobre hombre!- exclamó mi madre con una mano tapando su
boca.
-Rezaremos por él- comentó mi padre tratando de infundirme
ánimos.
-Quizás después de todo pueda salvarse, Agus me ha confiado,
y por favor no digáis nada al respecto y esto va por ti, madre- la aludida se
ofendió ligeramente.
-¡¿Yo?! ¿Desde cuando soy indiscreta?
-Desde siempre, querida. Cuéntanos hijo ¡Por favor callaos!-
les espetó a mis hermanos quienes pararon por un momento para retomar la
cháchara y griterío a continuación.
-¡Ya está bien! A la cama- les ordenó mi madre y fueron
rechistando por lo bajo, dejándonos solos en la cocina ¡Por fin algo de paz!
-Agus me ha confiado que será la próxima ofrenda en la
ceremonia del ángel rojo- expliqué con tristeza.
-¡Pero eso es muy grande, hijo! Deberías estar orgulloso por
tu amigo y su padre debería sentirse honrado- comentó mi madre extremadamente
contenta, pero ella era muy devota, así que a ninguno nos extrañó.
-Bueno pues no digas nada, que no debe saberlo hasta que
pase, es lo que él me ha pedido o no le dejará hacerlo.
-No entiendo por qué, es lo más grande y bonito que un hijo
puede hacer por su padre enfermo ¡Le está salvando la vida!
-Por favor Martha, eso no es seguro- le regañó mi padre por
su entusiasmo y comentario.
-¡Cristóbal! No me digas que no crees que se salve ¿Cómo no
iba a hacerlo con una ofrenda así? Es un buen chico y muy devoto.
-¿Pero y si sólo es una esperanza ciega y no lo consigue?-
cuestioné dolido por la posibilidad.
-¡No blasfemes!- me reprochó airada.- Lo mejor que puedes
hacer por tu amigo es darle ánimos y convencerle de que todo va a salir bien.
Si tambalea tu fe puede que los ángeles se den cuenta y no cumplan con su
pedido.
-No le asustes, Martha- le espetó mi padre.
-Sabes que así es, Cristóbal.
-De todas formas- interrumpí la discusión- me ha pedido que
si algo saliese mal, que nos encargásemos de Ann.
-Pero por supuesto- comentó mi madre animada- aunque le van
a llover ofertas después de la hazaña de su hermano, tendría que ponerlo por
escrito.
-Se lo comentaré- dije apesadumbradamente- ¿Puedo
levantarme? No tengo más apetito.
-Claro, cariño. Reza por tu amigo, que no tenga miedo o los
ángeles verán que se ha tambaleado su fe, que vaya con devoción…
-No puedes decirle a los demás qué sentir, Martha- la regañó
mi padre.
¡Ya estaban otra vez! Últimamente no hacían otra cosa que
discutir. Parecía mentira que tuviesen tres hijos si se llevaban así.
No pude dormir aquella noche, en su lugar me dediqué a darle
vueltas a cómo hacerle a Agus el camino lo más fácil posible, al menos la
vigilia me permitió pensar en todo punto por punto.
Al día siguiente en el trabajo ya lo tenía todo organizado,
hablé con los compañeros y estuvieron de acuerdo, nadie puso ninguna objeción ¡Se
iba a alegrar por aquello!
Cuando llegó le recibimos entre todos y le contamos la gran
noticia.
-Hoy no trabajas.
Su cara de estupefacción pedía explicaciones, por lo que
procedí.
-Hemos puesto un poco de nuestro sueldo de hoy cada uno para
que puedas pasar el día con tu padre sin preocuparte ¡Ve y disfruta de él!- le
comuniqué con una sonrisa.
Tardó unos instantes en procesar aquello y tuvo que contener
las lágrimas, al menos se marchó contento y seguro que sintiéndose apreciado y
querido. No era para menos. Nos dio las gracias incontables veces antes de
irse.
Al final de la jornada me lo encontré en la puerta de la
fábrica.
-¿Cómo tú por aquí?- pregunté sorprendido.
-Quería invitarte a un trago ¿vienes?
Me sentí honrado de que quisiera pasar sus últimos días
conmigo así que acepté. Fuimos a una campa que había detrás de una colina
cercana al cementerio, era el sitio idóneo para ver las estrellas y la fatídica
Luna que anunciaba la próxima fecha.
-Lo que has hecho por mí hoy es muy grande.
-¿Cómo sabes…?
-No hay que ser muy espabilado Mark, sólo lo sabías tú- dijo
encogiéndose de hombros, luego me sonrió mientras me miraba de una forma
extraña.
-¿Qué ocurre?- pregunté tras dar un sorbo a la botella de
bourbon.
-Sólo pensaba en lo afortunado que soy de tenerte, siempre
has estado ahí…
-Para por favor- le pedí- no vengas con sentimentalismos que
me vengo abajo.
-Déjame hacer esto- casi me imploró así que cedí y le
permití seguir con su discurso.- Voy a echarte mucho de menos amigo, ni te
imaginas cuánto.
-Y yo a ti, espérame en el paraíso ¿quieres?
-Dalo por hecho, por favor no hagas locuras que no te
permitan entrar o no sé qué haré una eternidad sin ti- ahora sí tenía lágrimas
en los ojos.
-Descuida, te perseguiré donde quiera que vayas, hasta al
tormento eterno si es necesario para llevarte de las orejas hasta el paraíso-
intenté bromear.
-Amigo, necesito pedirte algo más ¿Podrías ser mi guía?
Llamábamos guía a la persona que entregaba la ofrenda. Era
un don reservado para los más cercanos que me comprometía a acompañarle en la
ceremonia, salvo el día anterior que debía de dedicarlo únicamente a la oración
en soledad confinado en el templo.
-Dalo por hecho- dije con emoción reprimida, pero logré que
se alegrase.
-Te quiero- dijo cohibido y se acercó a mí y me besó.
Era mi primer beso y sinceramente esperaba que fuese con una
chica, pero no quise romperle el corazón así y preferí tomármelo como un último
regalo suyo. Fue un beso más o menos largo que reconozco que acabé disfrutando,
cuando terminó reposó su cabeza en mi pecho y nos quedamos en silencio viendo
las estrellas.
Por desgracia el tan temido día llegó y desde bien pronto me
reuní con él en el templo. Traía conmigo un nudo en el estómago que no me
abandonaba desde que me había comunicado la noticia.
Mi madre me recordó que si quería ayudarle debía de
mostrarme tranquilo y rezar por él, así los ángeles verían que éramos gente
devota y se apiadarían de su padre. No quería arriesgarme a que su sacrificio
fuese en vano, por lo que recé internamente todo el camino, aguantando mis
ganas de llorar, esperando que no lo tuviesen en cuenta los ángeles, más bien
que lo vieran como que era alguien querido.
Cuando me vio me recibió con una sonrisa y los ojos
iluminados, enmarcados por unas notorias ojeras. Al parecer no era el único que
tenía problemas para conciliar el sueño.
-¿Cómo estás?- le pregunté nada más verle, abrazándole al
llegar.
Al contrario que él yo no era muy de abrazos, pero estaba
más que justificada la excepción.
Iba ataviado con una toga sagrada, aquella que llevaban
todas las ofrendas, de un característico rojo vino. Le sentaba muy bien aquella
tonalidad, pero me cortó la respiración solamente por el significado que traía
consigo. No era una sorpresa en realidad, todos vestíamos siempre de colores
claros, moviéndonos entre distintos tonos de blanco y como mucha variación el
amarillo, que eran los colores sagrados. También lo era aquel rojo, con la
salvedad de que sólo lo portaban las ofrendas en la ceremonia.
-Impresionado ¿eh?- comentó seguramente al verme la
expresión.- Me muero de hambre, yo quitaría el maldito ayuno y pondría un
banquete a las ofrendas.
-se supone que es para que te presentes ante los ángeles lo
más vacío y puro posible- respondió la voz apacible del mago supremo, nuestra
figura pública más importante.
Ambos hicimos una reverencia al verle, como marca nuestro
culto.
-¿Tenéis el corazón tranquilo, hijos? La ceremonia está
pronta a comenzar. Deberías vestirte con los atuendos del guía, joven, ven
conmigo.
Me guio hasta una estancia del templo y abrió un armario
donde reposaba una toga de colores blanco inmaculado y dorado, similar a la
suya pero con las tonalidades invertidas. Me la puse sin chistar, en silencio y
con el corazón a punto de salirse de mi pecho. Sentí por un momento que me
ahogaba cuando volví con ellos y cogí su mano antes de que comenzara la
orquesta a sonar, indicando el comienzo de todo aquello.
Como en cada ceremonia estaba todo el pueblo menos las
personas demasiado enfermas, como era el caso del padre de Agus, quienes
estaban exentos de ese deber al comprender su situación. En esos casos el mago
supremo se encargaría de visitarles personalmente tras la ceremonia.
Celebrábamos La Luna azul, que era una misa que teníamos
cada poco, cuando La Luna estaba completamente redonda, momento en el cual el
camino al paraíso era directo, cuando se garantizaba que tu alma se reuniría
con los ángeles pues venían a buscar su ofrenda. Dicha ofrenda podía ser
voluntaria, en cuyo caso la persona que hacía de ofrenda pasaba a demostrar con
su fe y obra que era digna de que los ángeles le concedieran su gracia antes de
llevarla con ellos al paraíso. De no haber ofrendas voluntarias, se echaría a
suertes, logrando con el sacrificio la prosperidad de la ciudad pues era el
requisito que los ángeles ponían para ayudarnos ya que ellos necesitaban almas
en sus filas para luchar contra los demonios. Si ellos perdían la batalla,
nosotros estaríamos perdidos a nuestra suerte y todos sabíamos que la vida era
muy cruel sin su amparo.
La orquesta paró.
-Hijos míos, nos hemos reunido para honrar a nuestros
salvadores, a nuestros guías de luz en los momentos de oscuridad que tanto nos
cuidan- empezó el mago supremo así que intenté tragar saliva, pero no lo
conseguí ya que tenía la boca seca y pastosa.- En este día tan sagrado, cuando
La Luna se forme por completo, el alma de nuestro hermano estará en el paraíso
con los ángeles, nuestros queridos guardianes- ante estas palabras, la ciudad
entera se arrodilló como muestra de fe y devoción.
-Agárrame fuerte la mano o saldré corriendo sin mirar atrás-
me susurró Agus mientras lo noté temblar.
Era la primera vez que tenía el honor de ser guía, pero ni
me imaginaba lo duro que era en realidad.
Unas niñas pequeñas vestidas de blanco nos rodearon y
empezaron a lanzar pétalos de rosas blancas y amarillas como correspondía.
Dieron un par de vueltas y comenzaron su camino hacia el mago supremo, dejando
tras de sí un camino salpicado de blanco y amarillo. Entonces le rodearon a él
también y se dispersaron a izquierda y derecha, todo mientras el resto nos
manteníamos arrodillados en silencio.
El mago supremo nos hizo un gesto para que avanzásemos con
paso firme, pausado y mudo, hasta colocarnos a su altura.
-Hoy tenemos un alma buena que viene voluntariamente a
honrar a nuestros protectores. Hoy nuestro hermano Agustín gozará del don de
nuestros benefactores y pasará a formar parte de sus filas en la gran batalla
por el paraíso. Porque está escrito en el sagrado libro que el ángel rojo se
presentó y habló del paraíso, de la transcendencia a la inmortalidad, pues esta
vida sólo es un mero tránsito, una vía hasta la vida eterna y no hay más gozo
que vivir esa nueva vida con nuestros antepasados y nuestros guardianes y
combatir codo con codo por las mieles del paraíso.
Sentí que me ahogaba, aquel hombre hablaba con su voz
pausada y suave, pero lejos de sentirme calmado no podía evitar temer lo que
venía.
-Ven hijo mío, ponte frente a tus hermanos- le indicó, cosa que
él hizo en silencio, tras soltar mi mano.
Había en la escena una especie de banco, era lo que
llamábamos altar, entre ellos dos. Agus se giró hacia el público, quienes lo
honraron con una reverencia.
-Nuestro hermano Agustín va a emprender un gran viaje hoy,
así que rezad por él para que vaya en paz y no tema nada- cedió entonces unos
momentos para que los presentes dedicásemos a la oración, instante que
aproveché para mandarle mis buenos deseos y contener el llanto.- Pero no temáis
por él, enjugad vuestras lágrimas porque él va a dejar su cáscara aquí, el
resto de su ser, el verdadero Agustín que conocéis irá a un lugar mejor y
podréis reuniros con él cuando vosotros mismos trascendáis. Querido Agustín,
recuéstate en el altar y dime tu deseo para que los ángeles puedan oírlo.
-Deseo que curen a mi padre, señor- si lo conocieren como
yo, sabrían que tenía miedo, que estaba nervioso ya antes de tumbarse.
-Gran deseo, hijo- entonces hizo un gesto a una de las niñas
de antes, quien se acercó con el cuchillo sagrado propio de la ceremonia.-
Ahora estate en calma, pues pronto se te concederá tras tu gesto.
Tras esto y con mi corazón atascado en mi garganta, en un
movimiento rápido el mago supremo cortó el cuello de Agus, quien empezó a
sangrar a borbotones. En otro gesto, otra niña se acercó con un cuenco donde
recogió la sangre que caía por uno de los laterales del altar. Oía cómo
intentaba esforzarse por agarrarse a la vida y me sentía envuelto por mil
serpientes, sólo deseaba que su sufrimiento acabase pronto. El mago supremo se
tomó un momento para beber la sangre de Agus y le volvió a ceder el cuenco a la
niña quien por fin se retiró.
-Oh venerables ángeles, guiad a nuestro hermano con vuestra
luz y bondad y acogedle en vuestro seno- dijo finalmente con los brazos
levantados antes de clavarle el cuchillo en el corazón.
Intentaba enjugar mis lágrimas mientras todo el mundo
guardaba silencio escuchando unas palabras ceremoniosas del mago supremo que yo
ya ni escuché ni oí.
El pecho de mi amigo había dejado de moverse al cabo de poco
rato, Agus se había ido, como las lágrimas que no pude contener por más tiempo
en mis ojos.

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