Minotauro


La puerta de la casa se abrió y él entró en el lugar. Tras cruzar el pasillo dio con la puerta del salón, abierta por cierto, y vio a su querida esposa recostada en el sofá con una copa de vino entre las manos.
-¿De dónde vienes?- le preguntó con cierto tono de cansancio.
-Del trabajo- le respondió quitándose los zapatos.
-¿Tan tarde?
-Sí, tenía una reunión importante, ya te lo dije.
-Ahh...- musitó casi sin ganas mas con cierto matiz extraño- ¿Y no tienes nada que contarme?
Más que una pregunta, le sonó como si fuese un reto, lo que le hizo ponerse nervioso.
-Ha sido muy aburrido, no deseo aburrirte también- se excusó.
-¿Te crees que soy estúpida?
Por supuesto no pensaba contestar a eso.
-Sé lo tuyo y lo de tu amante, mi amor- esas últimas palabras las arrastró con cierto desprecio, pero fueron las anteriores las que provocaron que el pulso de él se desbocase y comenzara a sudar.- Con que amor eterno ¿eh? No sabía que la eternidad fuese tan corta.
-¿Pero qué estás diciendo, car...?
-Ni lo intentes- le advirtió alzando la mano por un momento.- Lo sé de muy buena tinta y te agradecería que mantuvieses la poca dignidad que pueda quedarte antes de que me enfade con excusas baratas.
-Te lo puedo explicar...
-No, no puedes, ni quiero saber la mentira que vayas a inventarte.
-¿Entonces por qué me estabas esperando a oscuras?- pidió saber con cierta angustia por el futuro.
Ella dejó la copa con delicadeza en el suelo, se levantó y, arrastrando su elegante vestido de noche, se acercó a él. Ese era su favorito, aquel que le sentaba como un guante, realzándole cada curva ¿se lo habría puesto para él? fue lo que pensó.
De pronto hizo algo con las manos, sus ojos se pusieron en blanco y pronunció palabras extrañas, no obstante no fue eso lo que le preocupó, sino el profundo dolor que salía de su cabeza, como si algo empujase desde dentro. Pasó un rato con esa horrible sensación, tras la cuál fue a mirarse a un espejo. La imagen que vio en él le espantó ¿qué le había hecho? ¡Se había convertido de pronto en un minotauro!
-Ahora tú también llevas cuernos, querido- dijo disfrutando de su dolor y sorpresa- y me encantará ver cómo te quedas solo por el resto de tu vida con ese aspecto.

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