Cuando llega el cambio - 04

Prácticamente no fui consciente de que ya había pasado una semana de encuentros, charlas amistosas y risas. Aquellos momentos me llenaban de paz y alegría, era como un pequeño paraíso en mitad de una vida de máscaras. Con él podía ser yo misma, no era rara, mi comportamiento no era cuestionable, mi visión del mundo no estaba equivocada, no me miraba por encima del hombro pretendiendo corregir todos los errores que veía en mí, tan sólo éramos él y yo charlando de cosas que nos apasionaban, de sueños, de ideas locas y fantasías.
En poco tiempo le había cogido mucho cariño, hasta el punto de plantearme vernos en otro contexto, mas existía el problema de su trabajo, él no podía desocuparse ningún día si quería seguir comiendo y para nada me iba a permitir proporcionarle alguna ayuda económica. Así que aquello era todo cuanto teníamos, encuentros breves cada día. Breves,sí, pero mágicos.
Él estaba riéndose en aquel momento mientras me contaba un sueño increíble que había tenido.
-Te lo juro, el pez saltó, se subió a un oso y se fueron volando en una nube.
Recuerdo que yo no podía parar de reír imaginándome lo curioso de la escena. La gente nos miraba extrañada al pasar, pero a ambos nos daba lo mismo, éramos felices en nuestro momento perfecto. Las personas que circulaban por la calle miraban a cada día que pasaba con más desaprobación al ver que cada vez reíamos más, disfrutábamos más de la presencia del otro. Supongo que estaba mal visto que una señorita en cercana edad de casamiento hablara de aquella forma tan despreocupada con alguien del servicio, además sin el tratamiento de “usted”. Supongo que en aquellas mentes no cabía la idea de que la felicidad era todo cuanto hacía falta e importaba en esos momentos.
-¡No me lo puedo creer!- dije entre risas mientras me deshacía de un par de lagrimillas que habían aparecido a causa de tanto reír, había días que me dolía el vientre de tanta carcajada.- Tienes unos sueños de lo más peculiares a veces.
-¿Qué puedo decir? Aparecen sin más.
-¿Pensaste en escribirlos?- planteé ahora seriamente.- Seguro logras hacer grandes historias.
Edmund enmudeció un momento, avergonzado.
-Si te confieso algo… ¿prometes que no te reirás?
-Claro- le prometí seria de repente.
-Siempre he deseado ser escritor, de hecho en algún breve instante antes de dormir he redactado alguna pequeña historia que se me ocurría.
Me quedé atónita, no podía evitar abrir la boca de asombro ¡era una caja de sorpresas!
-¡Eso es fantástico!- exclamé.- ¿Puedo leer algo tuyo?
De pronto enrojeció aún más de la vergüenza mientras me tendía mis zapatos ¡No podía creer que ya se nos hubiese ido el tiempo!
-Nunca se los enseñé a nadie, me da mucha vergüenza.
-Ya sabes que no me burlaré- dije con voz dulce y tranquilizadora.
-Bueno… -dudó, pensativo- puede que mañana pueda traer algo.
-¡Fantástico!- exclamé entusiasmada, no podía esperar a leerlo.
-Pero me gustaría algo a cambio.
Mi corazón saltó ¿Qué era lo que me iba a pedir?
-Me gustaría oírte cantar- dijo al fin, sorprendiéndome- dijiste que te gusta mucho, me encantaría verte cantar- sus ojos resplandecían de ilusión, lo decía en serio.
-No lo hago tan bien… -me excusé, azorada.
-Me da igual, dijiste que te gusta, me encantaría oírte, me encantaría verte brillar haciendo algo que te gusta- dijo con voz suave y melosa.
Resultaba tan encantador que no podía evitar decirle que sí mientras tenía las mejillas como dos fresas.
-Vale, pero no me atrevería en mitad de la calle.
-Bueno, quizás se me ocurra una solución- comunicó pensativo.
¿Eso significaba que nos íbamos a ver fuera de aquellos momentos? ¿En otro instante del día? ¿En otro lugar? ¿Quizás más privado?
La sola posibilidad me hacía bailar de alegría y a mi corazón también ¿Podía ser un día más feliz?
Me fui contenta a casa y con esperanzas de una velada maravillosa otro día, quizás a la luz de las estrellas, en un día lluvioso, al amanecer,… las posibilidades eran inmensas.
Cantar para él… sonaba delicioso incluso con mi timidez, si era para él nada podía salir mal.
Estaba tan inmersa en mis ensoñaciones que ni me di cuenta que ya llegaba a la puerta de casa, donde por desgracia tenía sorpresa y es que al cruzar el umbral me enteré de que la familia Gretz se había pasado por allí y mis generosos padres les habían invitado a cenar.
Disimulé lo que aquello me disgustaba y rápidamente me puse la máscara de chica cortés, educada y refinada que se suponía que era.
-Sheryll ¡Qué gusto verla!- se apresuró a saludarme la señora Gretz- siéntese a mi lado, por favor.
-Querida, creo que debería de sentarse al lado de charles ¿no crees?- respondió su marido.
Algo en mi cabeza empezó a tintinear, la escena era sumamente extraña, había algo raro en el ambiente, como si todos supiesen algo que yo no.
-Bueno, realmente deberíamos sentarnos ya a cenar- comentó distraídamente mi padre, mas supuse que no me sacaría del aprieto tan fácilmente.
Avanzamos hasta el comedor y como era de esperar, acabé al lado del susodicho y al otro lado su madre.
-He de decir que tiene una piel deslumbrante últimamente, querida- empezó a decirme ella- ¿Está usando algún producto de belleza nuevo?
-No señora, lo que ve es natural- ante mi respuesta mi madre me miró de forma intuitiva.
El resto de la cena se rellenó de conversaciones que escapaban a mi interés, mas aporté algún comentario para no resultar seca o antisocial.
La llegada del postre fue algo maravilloso ya que anunciaba la pronta finalización de la velada, lo que me permitiría respirar el resto de la noche. No obstante, parecía que mi fortuna no iba a ser tal ya que, conforme avanzaban los platos, aumentaba la tensión del ambiente.
¿Qué sucedía? ¿Qué se me escapaba?
No tardé en saberlo, era evidente que no iba a salir de allí sin enterarme ya que yo era la protagonista de tanta expectación. Cuando quise retirarme, Charles me detuvo y me pidió sutilmente que hablásemos en privado.
Me temí lo peor, mi estómago volvió a encogerse tal y como pasó el día de su cumpleaños y mi corazón saltó alarmado. Quizás no debí haber cenado tanto, no lo habría hecho de saber a lo que me enfrentaba. De hecho si por mi fuese ni hubiese aparecido por casa aquella noche de haber tenido aunque fuese la ligera idea de lo que Charles iba a decirme.
Salimos al patio cubierto, no por poner un ambiente romántico a aquella charla, sino porque me estaba ahogando ahí dentro.
-Quería hablar con usted, bueno en realidad desde el día de mi cumpleaños- empezó.- No he reunido el valor hasta ahora, pero creo que ya estoy preparado para hablar de lo que quería decir, si está dispuesta a escucharme.
Símplemente asentí nerviosa, no podía hacer nada más, delante de mí se estaba desarrollando todo, como si de una pesadilla se tratase.
Él me tomó de la mano entonces y prosiguió su discurso o quizás empezó.
-Hemos venido aquí porque tenía que hablar con su padre sobre algo muy importante, sobre usted… y yo… Y bueno mis padres no quisieron perdérselo- hizo una pausa y tomó aire.- Como sabrá provengo de una familia prestigiosa y acaudalada de médicos, mi padre es médico y yo voy a ser médico, por lo que no deberá temer por un futuro incierto, por problemas económicos de ningún tipo o ningún agravio social que pueda afectar a la posición del grupo familiar.
Era tal y como temía… y estaba sucediendo ahí, en la casa de mis padres, bajo una noche estrellada y estúpidamente romántica, pero fría como su discurso.
-He de añadir que dado mi futuro trabajo no deberá temer en forma alguna por su salud, pues yo cuidaré de usted y siempre estará sana- dijo siguiendo con su monólogo.- Soy además apuesto, como puede ver, por lo que supongo alegre su vista al igual que usted la mía. Nuestros hijos e hijas serán hermosos como nosotros y no sufrirán por la imperfección de su físico. Podremos tener tantos como desee, estoy seguro que será una madre ejemplar y yo un padre afortunado. Conmigo estará libre de las labores del hogar o el trabajo puesto que ganaré dinero más que suficiente para vivir entre lujos, para que sólo deba preocuparse por los niños. Le digo todo esto, señorita Almeth, porque hemos llegado a un punto en nuestras vidas y nuestra relación en la que hay que plantearse ir más allá. Y yo deseo ir… con usted, así que he venido hoy aquí a pedir su mano en matrimonio.
Lo dijo… lo había dicho después de aquel discurso frío y carente de sentimientos. No se había despeinado si quiera al hablarme de matrimonio como si de un contrato se tratara, tan sólo explicándome de forma objetiva por qué me convenía pasar el resto de mi vida a su lado.
¡No daba crédito! ¿Así funcionaban las cosas? Un hombre iba a la casa de su padre a pedirle su aprobación y luego se dirigía a ella con palabras gélidas en vez de hablar de amor o sentimientos, como si de una mera transacción se tratase.
No… no quería aquello, no lo buscaba y menos con él, un hombre tan presuntuoso que ni había pestañeado al importunar y humillar de forma tan elocuente a Lilith hacía apenas unos días.
Pero ¿qué iba a hacer? Estaba ahí, esperando una estúpida respuesta a su estúpido contrato, uno que me ataría por siempre, de eso estaba segura.
No quería una vida sin amor, pudiera ser que tan sólo lo hubiese visto en el teatro o en mis novelas, pero era muy hermoso. Yo no quería casarme, no así, no con él.
Me ahogaba… debía salir de allí, así que hice lo único de lo que me vi capaz, salir corriendo.
Corrí y corrí por numerosas calles con la esperanza de encontrarme aún con Edmund. La poca gente que quedaba en las calles se apartaba y me miraban extrañados, pero no me importaba, no me importaban y yo tampoco a ellos. Cuando creí que el destino no me iba a ser propicio, un sorprendido y preocupado Edmund me miró con aquellos hermosos ojos mientras intentaba desentrañar el misterio de por qué me había ido tan contenta para volver a aquellas horas y en aquel estado. Frené mi carrera lo justo para no tirarle al suelo a mi llegada, entonces me lancé a sus brazos. Él iba cargado con sus cosas, de seguro estaba recogiendo, mas las dejó caer para recibirme entre sus brazos.
Su calidez me envolvió y me sentí a salvo, entonces empecé a llorar asustada.
Mi futuro era incierto como el de todos, mas se suponía que estaba ya en la edad de escuchar proposiciones de matrimonio de los pretendientes que se dignaran a pasar por mi puerta y debía decidirme finalmente por uno. Eso era lo que se esperaba de una dama respetable, que eligiese un buen marido que pudiese mantenerla, entonces debía darle muchos hijos y ser dócil, aceptar lo que su marido esperase de ella y cumplir sus deseos ¿Se suponía que en eso se iba a convertir mi vida? ¿Si acaso más pretendientes llamaban a la puerta serían de su mismo tipo y con un contrato como aquel? Nunca me gustó la gente que conocí de mi misma clase social y eran aquellos con los que se suponía que debía relacionarme, ya era evidente para qué.
¿Se suponía que si me casaba con una de esas personas que tanto había criticado mis rarezas me iba a intentar corregir? ¿Me tendría que reprimir siempre? ¿Estaría condenada a llevar la máscara que tanto odiaba hasta en mi futura casa? ¿O quizás tendría que moldearla para convertirla en la de esposa perfecta?


Mi corazón estaba desbocado y extrañamente me sentía al borde del precipicio.




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