Cuando llega el cambio - 07
Aquella
mañana me desperté con la ilusión de un nuevo día. Lo que el día anterior había
sido horrible, después se convirtió en un alivio, pero me quedaba encarar las
cosas.
Me
aseé y vestí con cierta premura, creo que estaba tan contenta de no padecer la
presión social también en casa que quería acabar con todo cuanto antes para
poder seguir con mi vida, mi vida real.
Estaba
ya arreglada y dispuesta a bajar las escaleras cuando oí una estruendosa tos en
el baño del pasillo. Cautelosa me acerqué a la puerta a preguntar.
-Madre
¿Estás bien?
Con
una tos un tanto más floja, no tardó en responderme.
-Sí,
querida, es sólo que parece que quiero agarrar un resfriado.
No le
dí entonces más importancia, ya que era algo medianamente fácil de curar, y
bajé las escaleras hacia la cocina. Comí algunas frutas y un poco de pan
mientras repasaba en mi cabeza el diálogo que me había inventado para salir del
paso.
Puede
que creáis que fue algo sencillo mas no fue así. Era la primera vez que hacía
tal cosa y tenía cierto miedo sobre sus posibles consecuencias.
Para
empezar ¿Cómo se rechaza una propuesta de matrimonio educadamente y con
delicadeza? ¿Parecería que estuviese diciéndole que no era lo suficiente bueno
para mí? Porque la verdad no era el caso, sólo que había decidido que mis
sentimientos y felicidad me importaban más que mi estabilidad económica.
Salí
de casa y los rayos del sol bañaron mi cara. Me sentí llena de vida, como una
flor que abre sus pétalos en la mañana y decidí que iba a encarar el día con
todas mis fuerzas y energía, así que todo iba a salir bien. Desprendía energía
y vivacidad como si de una estrella me tratase, o al menos así lo sentía. Tenía
tanta fuerza y coraje en mi interior que imaginé cómo de mí incluso salían
flores a mi paso.
Perdida
en mis ensoñaciones, llegué casi sin darme cuenta al portón del hogar de los
Gretz, donde me abrió su sirviente y, acto seguido, me invitó a entrar
indicándome la estancia donde Charles se encontraba.
Le vi
según entré en la iluminada sala, debía ser una especie de invernadero ya que
tanto su techo como paredes estaban recubiertos con grandes cristales, mas
debió tener tal uso en otro momento, ya que ahora parecía más un salón
cualquiera. Más iluminado, eso sí.
Se
levantó en cuanto crucé la puerta y fue raudo a saludarme, parecía nervioso.
-Buenos
días, señorita Almeth ¿A qué debo este placer tan sorprendente e inesperado?
Supuse
que lo decía por pura educación y formalismo ya que era evidente por qué había
ido hasta su casa.
-Buenos
días, señorito Gretz. Venía precisamente a terminar el tema que no pudimos
finalizar ayer noche.
-Tome
asiento entonces- dijo señalándome uno de los sofás, donde yo me senté.
-¿Qué
opina de mi oficina, señorita?- preguntó de repente.
Para
nada me figuraba que iba a hacer una salida así, no sabía si era por intentar
evitar o retrasar el tema cuanto pudiese o sólo por puro alarde ¿Quizás ambas
cosas? Me recompuse y respondí.
-Es
elegante y tiene muy buena iluminación natural.
-Además
cuando es de noche se pueden ver las estrellas, estoy seguro de que le gustaría
verlas.
-No
sabía que le gustara pararse a ver las estrellas, señorito Gretz.
-Realmente
me producen indiferencia, pero hay que reconocer que dan distinción y bueno,
estoy seguro de que a una dama como usted le entusiasman.
Con
lo último al menos no se había equivocado, pero no era el tema que me había
tráído allí y debía hacérselo saber.
-Discúlpeme,
pero creo que no es el tema que teníamos que zanjar ¿no le parece?
-Por
supuesto, sólo le estaba ofreciendo algo de conversación para que se sintiese
cómoda ¿Ha valorado mi oferta entonces?- dijo reconduciendo la conversación.
-Sí,
he pensado detenidamente en ella… - empecé a decir mas él me interrumpió.
-Me
alegra escuchar eso. Entonces ¿cuándo quiere celebrar la ceremonia?
Me
acababa de perder ¿En qué momento le había dicho que sí?
-Deberíamos
hacerlo oficial socialmente en alguna reunión- seguía con su discurso-
¿Prefiere cuanto antes? Bueno no hay que apresurarse demasiado, primero a
nuestra familia, claro está…
Debía
parar aquel tren que iba a arrollarme y debía hacerlo cuanto antes.
-Charles
espere, no ha oído mi respuesta.
-Lo
sé querida, pero no sea tímida, no precisa verbalizarlo si tan nerviosa está.
No se preocupe, ya sé lo que late en su corazón, nos conocemos desde hace años
y estoy seguro de sus sentimientos.
¿Que
estaba seguro? Pues no había mirado bien…
-Por
supuesto la graciosa anécdota de anoche la obviaremos ante las visitas, no
deseo ponerla en evidencia, pero en lo privado es conmovedor…
Seguía
y seguía ¿Estaba yo realmente ahí? ¿Podía verme y oírme? Porque parecía estar solo.
-Charles…
-comencé a decir.
-Que
bien suena de sus labios, hermosa mía, es una suerte poder escucharlo cada día
de la que nos casemos…
-¡Basta
ya!- exploté, dejándolo conmocionado por la onda expansiva.
De
alguna forma la energía reunida se había vuelto volátil y le había reventado en
la cara. Me frustraba todo aquello, que hablara por mí. Si iba a hacerlo, que
no era necesario porque yo misma era capaz, que al menos se molestara en
conocerme de verdad y saber lo que en realidad había en mi mente y corazón.
-Disculpe
mi brusquedad, pero no me está escuchando, está suponiendo.
Resopló,
supongo que para aliviar algo de tensión y sorpresa.
-Lo
lamento, pero bueno tampoco son las formas adecuadas para una señorita.
¿Cómo
podía ser así y pretender que me casara con él? ¿Qué podía ofrecerme salvo lo
que él mismo ya se dedicó a resaltar? Una vida de censura y mutismo ya que
seguro se encargaba de hablar por mí como aquel día tan bien creía estar
haciéndolo. Me ponía enferma, pero tomé aire y decidí seguir intentando
rechazarle.
-Mire,
no comprendo sus motivos…
-¿Mis
motivos de qué?- cuestionó, interrumpiéndome.
-Por
los cuales me ha pedido precisamente a mí, en vez de a cualquier otra, en
matrimonio…
-Bueno
usted es hermosa- puntualizó, de nuevo no dejándome terminar.
En mi
cabeza el discurso no era así, al menos él me escuchaba y no cortaba a cada
poco.
-Gracias.
-Y su
familia, aunque no tan pudiente como la mía, no está en una mala posición.
-Soy
consciente de ello, aun así no es nada que no tenga Katie, por ejemplo.
-Bueno,
he de contradecir eso. Katie no es ni la mitad de hermosa que usted, además
ella es morena, prefiero los cabellos rubios, así nuestros hijos tendrán un
aspecto más cercano a la nobleza. Además su carácter me importuna, pretende ser
agradable pero tiene comentarios mordaces. Yo no deseo una mujer que me
replique así.
-¿Y
cree que yo no haría tal cosa?- cuestioné ciertamente molesta, pero
disimulándolo.
-¡Por
favor! Si usted es un tierno cervatillo, es la dulzura personificada. Ella en
cambio es más una serpiente venenosa.
Su
imagen doméstica de mí distaba mucho de la realidad.
-Si
dice lo del cervatillo es que no me conoce, lamento informarle. Yo soy más como
un caballo salvaje o un águila que vuela con sus poderosas alas. Que mantenga
la cordialidad con usted y todos no significa que me agrade todo cuanto pase a
mi alrededor sólo porque no exprese mi opinión o la deje entrever en mis
palabras. Está muy equivocado conmigo, caballero. Además aquello que propone no
me agrada.
-Pero
es la posición que toda dama respetable desearía, es su lugar y debería
sentirse agradecida por ello, por que alguien de mi poderío se haya fijado en
usted.
-Me
halaga al realzar mi belleza, mas no es todo cuanto soy. Puede que sea dulce
como dice, pero nada que pueda domesticarse como insinúa- dije con firmeza.
-Bueno,
estoy seguro que el caballo del que habla se puede montar y el águila que
nombra se puede enjaular, si no, no estaría en la posición en la que está-
apostilló con seriedad, ya estábamos dejando las apariencias a un lado.
-Los
motivos que hacen que esté en dicha posición no tienen que ver con cómo sea yo
y detrás de la cordialidad y las apariencias soy un alma libre que no va a
permitir tal sumisión.
-¿Qué
quiere decir entonces, señorita? ¿Qué pretende con esto?
-Rechazar
su propuesta. Será una oferta económicamente generosa, pero no es lo que estoy
buscando. Usted no me ama, ni yo a usted…
-¡¿Ése
es el problema?! Querida creo que exagera. El amor es algo que viene con el
tiempo- pareció relajarse con mi comentario.
-Disculpe
pero nos conocemos desde hace años, cordialmente al menos porque lo que es
conocerme como persona, no me conoce en lo absoluto.
-Bueno,
tendremos tiempo después de la boda, todo el que nuestras vidas nos permitan…
-Le
anticipo lo que veo- comenté interrumpiéndole, lo cual le sorprendió y en
cierta forma pareció molestarle, creándome un ápice de satisfacción al hacerle
sentir lo que me había hecho sentir a mí varias veces a lo largo de aquella
conversación.- Veo un marido encerrado en sus negocios y reuniones sociales,
unas en las que hablará por su esposa, creyendo saber lo que piensa a cada
momento, como si la conociese en realidad. Veo que sólo me tendrá consigo para
hacer bonito en la casa y ante los invitados, que sólo vendrá a mí para saciar
su apetito y ampliar la familia, a la que espera que yo me dedique en cuerpo y
alma, como toda buena esposa haría, mientras usted se va a sus asuntos, con sus
amigos o lo que sea que haga en su tiempo libre. Veo una vida de opulencia,
pero vacía de amor y sentimiento, una vida en la que seré tan sólo un ave
hermosa enjaulada en una cárcel de oro, mientras pasan los días, los años y me
marchito poco a poco. Veo discusiones después de eso, puede que más de las que
cree y veo que lo más probable es, a no ser que yo me doblegue que le aseguro
no haré, que con el tiempo busque a una damisela más jóven, hermosa y dócil que
yo para hacer sus deleites, aunque quizás yo también hiciese lo mismo.
Le
había dejado perplejo, no sólo por lo que había dicho, sino por mostrar todas
mis cartas, aquellas que él creía que sabía de sobra cuáles eran. Supuse
entonces que ninguna mujer le había hablado antes con tanta franqueza,
naturalidad y osadía, aquello por supuesto no era propio de una señorita.
Cualquiera en mi posición debía haberse desmayado de alegría ante tal propuesta
y aceptar sin ningún titubeo. Pero yo no era así, ni pensaba ser así. Le estaba
mostrando mi verdadero “yo” por primera vez y se veía que no acababa de
gustarle, pero no iba a dejarme aplacar por la tormenta, mis padres se habían
esforzado en que fuese alguien culta, libre y con criterio, no sumisa,
enjaulada y complaciente.
-Bueno,
es una fortuna que no pueda ver el futuro entonces- dijo con una falsa sonrisa
cuando se recompuso.
-Estoy
segura de que es una realidad futura y no pienso aceptarla.
-¿Es
por amor? Porque yo puedo dárselo, tanto que quedará extasiada.
-Dudo
mucho que pueda llegar a amar mi verdadero ser, porque esto que tanto le está
disgustando ahora es tan sólo una parte de lo que soy, ni siquiera me conoce en
profundidad. No va a amar a alguien que piensa y siente como yo, ni yo a
alguien como usted, así que veo inútil su insistencia.
-El
amor es para las noveluchas y las obras de teatro baratas, no existe tal cosa
en la realidad- dijo con enojo.
-Precisamente
me encantan esas noveluchas y esas obras de teatro baratas- puntualicé.
-Por
eso tiene tantos pájaros en la cabeza. Si las cosas se establecen así es por
algo, es un error que una mujer haga uso y disfrute de tales cosas, luego se llena
la cabeza con tonterías.
Suspiré,
no iba a ningún sitio aquella conversación.
-¿Ve
cómo somos de mundos distintos? Y ninguno puede aceptar el del otro- pronuncié
con suavidad.
-Eso
es una minucia…
-No
lo creo- le interrumpí nuevamente.- De todas formas, considere su propuesta
rechazada- le comuniqué mientras me levantaba y dirigía a la salida.
-Se
arrepentirá, señorita Almeth- fueron sus orgullosas y airadas palabras antes de
que saliese por la puerta.

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