Cuando llega el cambio - Capítulo 25
Cuando cayó la noche
dispusimos todo para no correr riesgos y que el plan saliese lo mejor y más
limpio posible.
Tras mi incursión pasada
por el cementerio sabía de sobra que un vestido no era un atuendo adecuado para
un trabajo de campo, por lo que pedí prestados a Edmund un par de pantalones y
una camisa, no obstante nuestras medidas y proporciones eran un tanto distintas
así que tuve que tomar prestada ropa de su amigo Fran, quien por supuesto venía
junto con Allan a la expedición nocturna.
Cabía destacar que era
una noche completamente nublada, por lo que era el momento más que propicio
para deslizarse en la oscuridad sin ser vistos.
Los planes eran
sencillos y claros. Nos colaríamos en su jardín bien entrada la noche para dar
tiempo a que no hubiese ni un alma despierta. Como el acceso al cuarto estaba
en el piso de arriba al final del pasillo, podríamos acceder desde la ventana
del jardín trasero, la pega que tendríamos allí sería llegar hasta el piso lo
más ágil y sigilosamente posible. Por un lado teníamos suerte de ir con Allan y
Fran puesto que eran ágiles moviéndose y escalando, no sabía con qué fin
poseían dichas habilidades y en mi fuero interno esperaba que no se dedicaran a
allanar hogares como afición o trabajo, aunque pensándolo bien y sabiéndolos de
La resistencia, no me cabía la menor duda de que se trataba de talentos útiles.
Mi participación en
aquello también era de suma importancia ya que era conocedora de los lugares y
pasos necesarios para poder llegar a aquel refugio subterráneo y dónde buscar
el diario una vez allí.
Finalmente, fue toda una
sorpresa para mí enterarme de que Edmund no sólo formase parte de La
resistencia, sino que además sabía forzar algunas cerraduras, lo que resultaba
un compendio de habilidades muy provechoso de cara a nuestra misión.
Sigilosa y
escurridizamente avanzamos hasta el jardín trasero tras sobrepasar la valla
aguamarina, ahora de un tono gris indeterminado. Me maravillé ante lo cómodo y
práctico que era llevar pantalones, nunca me había puesto una prenda como
aquella, de hecho ninguna señorita respetable lo haría, mas aquello había
dejado de preocuparme hacía bastante rato puesto que, puestos a contar, una
señorita respetable tampoco se escabullía por la noche con hombres y mucho
menos para robar en una propiedad privada. Supuse entonces que hacía tiempo que
había dejado de ser alguien respetable, no obstante mis motivos eran tan dignos
como los de cualquiera.
Caminamos entre las
flores procurando que no se notasen nuestras pisadas, tampoco podíamos pararnos
demasiado tiempo a ser sigilosos dado que cualquier alma ajena a la casa podría
vernos desde su desvelo nocturno.
Una vez llegamos a la
pared que les indiqué tras hacer una y mil veces revisión de mis recuerdos de
la distribución de aquella casa, Fran y Allan se pusieron a revisar y comprobar
la estructura de la fachada. Estaba construida a base de piedras y adornada por
una enredadera que subía hasta casi el tejado, no obstante ésta no era para
nada firme, tan sólo meramente elegante. Ellos no tardaron en acordar en mutuo silencio y valiéndose de gestos
que lo mejor sería trepar ayudados por la misma estructura del edificio, por lo
que nos hicieron señas para que nos subiríamos a la espalda de cada uno. Yo me
incorporé a la de Fran, quien me susurró de forma casi imperceptible y
directamente a mi oído que cruzara mis piernas y brazos por delante para
sujetarme con mayor firmeza, indicaciones que seguí sin rechistar.
Entonces la travesía
comenzó, mi estómago casi sale por mi garganta de la mano de mi corazón cuando
noté que nos despegábamos de la segura tierra para proceder con el ascenso entre
algún que otro bamboleo hacia una y otra piedra a las que él se agarraba con
total seguridad en sus capacidades, asumí que por parecerle más firmes. Para mi
agrado la ascensión no duró mucho, mas la siguiente barrera fue traspasar la
ventana, lo que quedó más que evidente que estaba habituado a realizar puesto
que no se demoró en abrirla. Una vez logrado, entramos casi a cuatro patas al
pasillo oscuro de la casa, lugar donde le liberé de mi agarre y ambos dejamos
paso a Allan y Edmund que hicieron el mismo recorrido.
Fue toda una sorpresa
ver de qué eran capaces, mas me quedaba ver a mi amado en acción una vez le
indiqué la puerta exacta tras haber acostumbrado nuestros ojos a la nueva
tonalidad que nos envolvía en aquella estancia, momento que tuvieron nuestros
acompañantes para recobrar el aliento.
Él no dudó ni un ápice y
sacó un par de utensilios de una bolsa que llevaba consigo en el cinturón, los
metió en la cerradura y empezó a moverlos con cuidado, parándose a escuchar en
algún instante. Aquel tiempo que pasamos aguardando a que terminase mientras
conteníamos nuestra respiración fue de lo más tenso. Los delicados objetos o
bien el mismo cerrojo emitían leves pero audibles repiqueteos metálicos que
sentí como campanadas en mitad de la quietud de la noche.
Seguro no fui la única
en tener el corazón a punto de salir de mi pecho en el lapso que él se demoró
en lograr abrir aquella puerta con un sonoro clac que, a pesar de que todo
siguió en calma, bien podría haber alertado a alguien de la casa. No cabía duda
de que los habitantes de esa mansión estaban durmiendo plácidamente, envueltos
en el sopor nocturno.
Pasamos a la estancia y
cerramos con delicadeza a nuestra espalda. Apenas se distinguían las siluetas
de los muebles en la oscura estancia y la cercana presencia y recuerdo de lo
que nos esperaba tras la bajada de las lúgubres escaleras me hacía estremecer.
Por sus gestos, nuestros
acompañantes nos dieron a entender que se quedaban vigilando la entrada que
acabábamos de traspasar por si alguien decidía pasarse por allí, así que nos
quedamos mi amado y yo con la misión de recuperar el diario.
Tragué saliva, mas fui
con determinación y toda la seguridad que pude reunir hasta la estantería que
se situaba a un lado del espejo. Recordaba que allí se encontraba la figura que
Astrid movió para activar el pasadizo en el espejo.
Me quedé observando unos
instantes los distintos elementos que reposaban en ella, intentando recordar su
posición exacta puesto que había cuatro en total.
¿Recordaba su forma
exacta? Más bien no y además tampoco podría haber dicho cuál era de todas con
tal ausencia de luz así que me apoyé en la lógica para poder resolver aquello,
es mejor no olvidar que la memoria es traicionera.
Rememorando vislumbré a
Astrid situada en frente de la estantería, por lo que era probable que se
tratase de una de las dos que estaban situadas en mitad de su respectiva balda.
No podría asegurarlo completamente, así que tan sólo era una suposición que me
dejaba con dos posibles adornos. Ahora bien, si me fijaba en su altura, la del
estante más bajo no podía ser puesto que ella no se había agachado, y era lo
suficientemente alta como para necesitarlo.
Apoyándome en aquello,
siempre y cuando me fiase completamente de mi primera suposición, quedaba sólo
una posible. No obstante, si estaba errada, aún tenía dos viables y eran la
casi segura y la que más a la derecha estaba justo en el siguiente estante
hacia abajo.
Temía demorarme
demasiado mas mi miedo a equivocarme y que Francisco tuviese una horrorosa
sorpresa preparada para los cotillas era mayor.
Vi a Edmund a mi lado
impacientarse, no obstante intenté calmarlo con un gesto y seguir a lo mío, era
importante resolver aquel enigma correctamente por lo que pudiese aguardarnos.
Lo mejor que podría suceder en ese caso sería que el espejo no se abriese sin
ninguna consecuencia más que lamentar.
Volví a la encrucijada
que me ocupaba y volví a tener de referencia la altura de Astrid para proceder
y es que, a pesar de estar casi al mismo nivel, yo le sacaba algo de talla y,
teniendo en cuenta que Francisco también era más largo que yo, cabría esperar
que estuviese más accesible para él que para cualquier otra persona. Asumí que
dicha pista era la definitiva al recordar que ella tuvo que alzarse de
puntillas para alcanzar la figura que abría el pasadizo, con lo cual no quedaba
ningún atisbo de duda de que se trataba de mi deducción inicial.
Inspiré profunda y
suavemente para infundirme fuerzas, estiré mi brazo para agarrar aquel adorno y
tiré hacia mí como había visto hacer con anterioridad. Aquella figura por un
momento dio la sensación de que iba a caerse, no obstante algo lo sujetaba lo
suficiente como para mantenerlo en la estantería y volver a su posición
original como un resorte. Momentos después, el espejo comenzó a apartarse para
dejar a la vista el hueco por el que cruzar. Vi a Edmund sonreír ante aquello,
así que hice lo mismo al verle, aliviada de haber encontrado la palanca
correcta y de que nos aguardase menos camino para completar con éxito nuestra
misión. No obstante no había que olvidar que aun restaba la peor de las
estancias, aquella que no quería ver ni en pintura y aún me perseguía en mis
peores pesadillas, invadiendo mis pensamientos y calma.
En parte podía entender
a estas gentes, para saber aquellas cosas tan horribles hasta habría preferido
no saber nada y seguir con mi rutina como si nada. Entonces se me cruzó por la
cabeza una duda ¿Cómo iba a recibirse la noticia? ¿Nos creerían? ¿Nos tomarían
por desquiciados y alborotadores? De igual forma era necesario que despertaran,
uno no es tan fácil de manipular si tiene toda la información y empieza a
pensar por sí mismo.
Edmund cruzó por la
abertura en la pared y yo me dispuse a hacer lo mismo reuniendo todo el coraje que
me era posible para no salir despavorida al pensar en los horrores que se
escondían tras las paredes de la siguiente habitación. Él me sonrió desde el
otro lado para tranquilizarme y animarme a cruzar a su lado, a fin de cuentas yo
sabía qué y dónde había que buscar, debía cruzar con él.
Para nuestra sorpresa,
cuando hice el amago de entrar, el espejo volvió bruscamente a su posición
original, dejando a mi amado atrapado allí y a mí con una expresión de sorpresa
y terror en mi rostro. En algún lugar empezó a sonar una campanilla de forma
reiterada, posiblemente alertando de la presencia de intrusos, así que corrí a
la estantería con la intención de volver a accionar el mecanismo de apertura,
mas fue inútil, ya no se movía.
Todos nos pusimos
nerviosos, pues comenzaron a alertarse los residentes del lugar, había que
salir ya, mas no podíamos dejarle allí.
Golpeamos el espejo
entre los tres, sin embargo no cedió ni por un momento, cosa que dejaba
bastante clara que no era uno convencional.
Se oían pasos…
Mis latidos se
desbocaron, me fallaba el aire ¿Cómo íbamos a liberarle a tiempo? ¿Cómo podríamos
salir de allí?
-¡Salid de aquí,
idiotas!- oímos a través del espejo.
-No viamos a dejartie-
repuso Allan, pensamiento con el que concordábamos.
Los pasos se acercaban…
-¡Marchaos de una vez!
-¡No me voy sin ti!- le
espeté con lágrimas en los ojos de la impotencia.
-¡Lleváosla! ¡Marchaos!-
gritó.
Alguien intentaba abrir
la cerradura…
No me dio tiempo a
objetar, con un asentimiento de cabeza embistieron la puerta y cayeron encima
de quien estaba al otro lado, entonces Fran volvió para agarrarme. A pesar de
que me resistí, me cogió en volandas como si nada y, para cuando quise darme
cuenta, ya estábamos abajo y era arrastrada entre callejones en la oscuridad de
la noche.
¿Cómo podíamos ser tan
cobardes? ¿Cómo lo habíamos abandonado a su suerte, sabiendo de lo que
Francisco era capaz?
Me detuve y tiré del
brazo de Fran con indignación y ardor en la mirada.
-Hay quie seguier- me
dijo tras mirarme con incredulidad.
-No pienso irme sin él-
proferí.
-¿Y quié piensias
hacier? ¿Vovier para sier capturiada?- me espetó.- Si nos cogien a todios no
habriá uien le ayudie, piero sí podriemos si hay alguien piara transmieter el mensaje.
Si al menios uno huyie, podriemos ayudiar.
-¿Cómo?- cuestioné
empezando a llorar de rabia e impotencia.
Allan se acercó y me
puso una mano en el hombro.
-Siólo vian a encarcielarle,
no tie prieocupies, ya siabemos quié hacier, confía- me explicó para calmarme.
-No sabéis lo que hay en
esa sala, Francisco hará algo más que apresarle, estoy segura- insistí.
-Entionces actuariemos riápido-
respondió un poco más serio mas aún sereno.

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