Cuando llega el cambio - Capítulo 22
Cuando llegamos a casa
estaba Edmund en nuestra puerta con otro hombre, bastante entrado en años que
llevaba un maletín raído de médico consigo.
-¿Cómo se encuentra?-
nos preguntó mi amor nada más llegar.
-Parece que la tos ha
remitido- le expliqué mientras Lilith abría la puerta y mi padre llevaba a mi
madre en brazos.
-He traído al doctor
Kroig conmigo, le comenté el problema y desea ayudar.
Aquel hombre nos sonrió
y se quitó su sombrero viejo a modo de saludo.
-Estamos muy
agradecidos- les comunicó mi padre que pareció respirar de alivio mientras
entraba en casa.
Cruzamos todos el umbral
y acompañamos a mi madre a su habitación, donde fue tendida en su cama.
-El señor Kroig es el
mejor de La ciudad del final, lo que no significa mucho como todos sabemos,
pero es cuanto podemos tener- explicó Edmund mientras el mencionado empezó a
sacar sus utensilios médicos.
-Mejior les dejiamos
espiacio- sugirió Lilith, lo que me pareció correcto, así que cerramos la
puerta y nos dirigimos al salón principal.
-Prepiariaré algio para
calientar el cuerpio- dijo y se dirigió a la cocina.
Me desplomé en una
butaca con la mirada perdida y los pensamientos en cualquier parte mientras en
mi interior se desataba la tormenta, una tan grande e imponente que amenazaba
con engullirlo todo a su paso. Entonces Edmund extendió sus manos hacia mí.
-Levanta, si te quedas
así te bajará el ánimo- me pidió.
-No tengo ganas, cariño,
necesito sentarme un poco- le respondí amablemente con la voz quebrada.
-Lo que hacemos con el
cuerpo a veces nos trae estados de ánimo ¿no te pasa que al bailar estás más
feliz? Pues esto igual, te estás desmoronando y ahora eso no va a servir ni de
ayuda ni de apoyo aquí- me explicó con dulzura.- Así que ven conmigo, ponte de
pie.
Reuní las pocas fuerzas
que me quedaban después de los golpes que llevaba en el día y tomé sus manos
para incorporarme, entonces él me atrajo hacia su cuerpo y me envolvió con sus
brazos. Su calidez me proporcionó calma, mas no podía evitar darle vueltas a la
idea de que estábamos casi sin recursos en un muy mal momento, si el señor
Kroig no era capaz de ayudarla, quizás su enfermedad sería demasiado grave y
podría… Comencé a sollozar sólo de pensarlo, entonces Edmund empezó a acunarme
y darme besos para que me calmara. Llevaba toda mi vida conviviendo con mis
padres, con nuestras idas y venidas a veces, mas no podía ni imaginarme la vida
sin la sonrisa cálida de mi amada madre, sin su olor a lavanda, la misma que
cultivaba en el jardín de la casa y me envolvía cada vez que estaba cerca suyo,
incluso sin sus recordatorios de lo incorrecto fuera de casa. Si yo era el mar,
a veces en calma y otras embravecido, ella era la playa a la que acababa
volviendo cuando necesitaba consejo o apoyo, aquella casa con todos sus
habitantes era una enorme playa donde me sentía segura y comprendida.
Entonces pensé en mi
padre, que tanto adoraba a mi madre incluso después de llevar años juntos, en cómo
sufriría si ella nos dejaba para siempre.
Me obligué a parar
aquella bola de nieve que ya se había hecho suficientemente grande y amenazaba
por caer por una pendiente. No podía hundirme, no ahora que la familia me
necesitaba, debía ser fuerte por ellos, recomponerme y ayudar en todo lo que
pudiese y, si nada podía hacer, al menos no tener grabado en la cara que me temía
lo peor.
Justo me separé de
Edmund para limpiarme las lágrimas cuando llegó Lilith con un par de bebidas
calentitas. Entonces ella acarició con suavidad mi mejilla mientras trataba de
infundirme ánimos.
-Tranquiela, todio irá
bien.
La sonreí ligeramente a
modo de agradecimiento, seguro que ella estaba tan aterrada como yo, pero sin
duda estaba demostrando más endereza, debía aprender de ella.
-Vioy a subier paria ver
si neciesitan algio- dijo como despedida mientras emprendió su viaje por las
escaleras.
No quise quedarme atrás
y subí para ayudar en lo que pudiese y Edmund vino conmigo justo después de dar
un pequeño sorbo a su taza.
El corazón parecía
detenerse con cada paso que daba en los escalones y sentía que no había aire
suficiente, mas seguí adelante, agarrándome como podía a la esperanza y al
deseo de que todo fuese bien.
Cuando abrimos la puerta
parecía que el doctor nada más acababa de empezar a hablar con mi padre, por lo
que me acerqué a escuchar con el corazón y las esperanzas en la mano.
-… se trata de una
afección pulmonar que lleva tiempo por aquí ¿sabe usted?- estaba diciendo
cuando entramos.- En La ciudad del final la tenemos identificada, mas me temo
que no tenemos medios para combatirla y es bastante grave, podría causarle la
muerte de no conseguir tratamiento a tiempo.
Y ahí estaba la
sentencia de muerte que tanto temía que nos golpeó como un mazazo a todos.
-¿No puedie curiarla?-
preguntó Lilith con temor.
-Yo no, señorita, pero
quizás los médicos de por aquí tengan medios suficientes. Nosotros nos apañamos
como podemos, no contamos con los avances médicos necesarios para el
tratamiento de esta afección- se puso a explicar.- Necesitarán recurrir a
alguien de este lado del muro sin duda.
-Pero el señor Lemish ni
quiso verla esta vez ¿qué vamos a hacer?- pregunté tratando de no caer en la
desesperación.
-¿Puede curarse?- fue lo
único que preguntó mi padre, que tenía los puños apretados y procuraba no
mantener contacto visual con nadie.
-Es probable, pero lo
que sea que necesiten hacer para que la traten, háganlo cuanto antes o no habrá
posibilidades para ella. Por el momento recomiendo reposo absoluto, que se
canse lo menos posible, mucho amor y cuidados y una medicina que les haré
llegar a través de Edmund. No la curará pero ayudará a ganar tiempo.
Me repetía una y otra
vez que debía ser fuerte, que no mostrara la desesperación que me invadía en
aquellos momentos. La miré tendida en la cama medio dormitando, supuse que el
doctor le administró algo para dormirla y que se cansara lo menos posible o su
sabio cuerpo estaría intentando ahorrar toda la energía que pudiese. No pude
evitar caer en la cuenta de lo frágil que es el mundo, tienes tu vida, tus
seres queridos, tu rutina, trabajo o lo que sea y una mínima alteración puede
sacudirlo todo hasta los cimientos. Me sentía tan pequeña ante eso… ¿Qué podía
hacer?
-Siento no traer buenas
noticias- lamentó Kroig quien ya estaba recogiendo- no obstante nunca olvidamos
a un compañero- esta vez le hablaba a mi padre y me quedé helada al no entender
lo que ocurría.- Señor Almeth, sus padres hicieron muy buenas obras por la
comunidad y siempre tendrán un hueco tanto en La ciudad del final como en La resistencia
tanto si la suerte les es propicia como si no.
Me giré para mirarle
pues no lograba entender a qué se refería, mas tenía la mirada perdida, era
probable que ni le hubiese oído ¿O no quería?
El señor Kroig debió
darse cuenta puesto que se despidió amablemente y se dispuso a salir por la
puerta.
-¡Espere doctor!- intenté
detenerle y le seguí hasta las escaleras- no nos ha dicho cuánto cuestan sus
servicios.
Para mi sorpresa, él se
giró y me sonrió levemente.
-No se preocupen, bastará
con que paguen la medicina, ya se la traerá el joven.
-¿Está seguro?
-Por supuesto señorita,
es lo menos que puedo hacer por su padre después del gran trabajo que hicieron
los suyos.
-No entiendo qué quiere
decir- le comuniqué ya que parecía dar por hecho que era consciente de algo que
en esos momentos se me escapaba.
-¿No lo sabe?- cuestionó
con extrañeza- Entonces quizás le haga falta una charla con su padre.
Y tanto que era
necesaria, no estaba dispuesta a quedarme con la duda, sobre todo porque parecía
ser importante.
-Edmund- llamó el doctor
y éste le siguió.
-Volveré con la
medicina- dijo tras besarme en la mejilla cuando pasó a mi lado justo antes de
desaparecer tras la puerta y dejarme allí con más preguntas que respuestas.
Volví a la habitación
con una sensación fría, como si tuviese una cueva congelada en mi interior, o
incluso yo misma estuviese cubierta de hielo.
Allí nada había
cambiado, mi padre estaba como en otro lugar, absorto en sus pensamientos quizás,
y Lilith miraba la situación sin saber muy bien cómo reaccionar y también
evidentemente preocupada por mi madre.
-¿Qué ha pasado?-
preguntó repentinamente mi padre con un tono serio- ¿por qué pasa de repente
esto?
-Cuando estuve en casa
de Astrid, ella me enseñó algo que ninguna de las dos deberíamos haber visto o
sabido- empecé a explicar, ya de nada servía ocultar ninguna información
relevante, además el tono de mi padre no era de petición- algo que su marido
ocultaba y la descubrió, es decir, Francisco se enteró de que ella era
consciente de su secreto y la hizo hablar… Por lo que también sabe que yo lo sé.
En resumidas cuentas, tenía que rodar la cabeza de alguien.
-¡¿Y qué tiene que ver
tu madre en todo esto?!- bramó girándose para mirarme con los ojos anegados.
Al verle así yo tampoco
pude contenerme y empecé a llorar también.
-Astrid y él se encargaron
de hundir mi reputación, y supongo que por ende la de la familia, con mentiras
para que sea una repudiada, supongo que como venganza y para que me quede
callada.
-¿Te das cuenta de que
tu madre podría morir por culpa de esto?
-No soy tonta, claro que
me doy cuenta- me defendí mientras redoblaba el caudal de mis ojos.- Tampoco
querría haberme enterado de saber todo esto, pero ya está hecho.
-Señior, de niada
sierven los rieproches- intervino Lilith- ahoria hay quie resiolver el problema.
-¿Cómo?- casi le rogó mi
padre.
-Quiezás la señiora
Krell…
-No creo que quiera
ayudarnos, Lilith- dijo mi padre con desesperación y ahogó un sollozo.
-A uisted igual no,
perio a Sheryll…
¿A mí? ¿Quién era
aquella señora y por qué querría ayudarme a mí?
-A mí no puede ni verme
y tiene el corazón de piedra, no sé si le seguirá guardando rencor a su hija.
¿Hija? ¿Estaban hablando
de mi abuela? ¿Pero no estaban todos muertos? El mundo empezaba a ir demasiado
deprisa para mí.
-Por favor que alguien
me explique qué está pasando- rogué mirando a uno y a otro, quienes se quedaron
en silencio, como si se hubiesen olvidado repentinamente de mi presencia.
Mi padre pareció pensárselo
antes de explicarme.
-Lilith estaba hablando
de tu abuela materna.
-Eso ya lo he deducido
yo sola- le increpé- lo que me intriga es cómo ha vuelto a la vida.
Él suspiró, ahora era
quien debía hablar.
-Como ya sabes, a tus
abuelos maternos no les gustó nada la idea de que tu madre echara por tierra
sus planes y tuviese los suyos propios conmigo, una persona indeseable para
ellos- asentí por lo que él continuó.- Por un tiempo le hicieron las cosas
imposibles hasta que al final, al ver que no accedía a lo que ellos
consideraban entrar en razón, la dieron de lado como hija y persona.
-¿Y eso qué tiene que
ver con que me dijeseis que estaban muertos?- inquirí aún molesta y mi padre
volvió a suspirar antes de contestarme.
-Cuando naciste tu madre
quiso dejar a un lado las rencillas, pero le cerraron la puerta en las narices,
así que creímos que lo mejor era decirte que habían muerto, así no sufrirías
por su rechazo.
Al menos esa parte del
puzle ya me encajaba, no obstante aquella mentira me suscitaba más preguntas.
-¿Entonces tus padres
también siguen vivos?- acusé lo que provocó que él endureciese el rostro,
arrepintiéndome como consecuencia.
-No, cariño, ellos sí
que murieron y de una forma horrible.
-¿Por ser de La
resistencia?- quise saber entre lágrimas, a lo que él asintió llorando también.
-Los tres lo éramos,
hasta tu madre se unió cuando conoció la situación en la que viven los
habitantes de La ciudad del final. Ellos eran líderes en La resistencia y
luchaban fervientemente contra las injusticias del clasismo que siempre nos ha
envuelto, pero un día los acabaron atrapando en una misión y los ejecutaron públicamente.
Ante esa información no
pude más que llevarme las manos a la boca abierta de la sorpresa, ya me estaba
costando imaginar cómo sería vivir sin mi madre si le pasaba algo, no entendía
cómo se las había arreglado mi padre después de quedarse huérfano de golpe y de
una forma tan atroz.
-Comprenderás que después
de aquello no estaba dispuesto a seguir sus pasos, tu madre estaba embarazada y
yo no estaba dispuesto a que me perdierais. Los ánimos se calmaron en La
resistencia a pesar de la decisión de ambos de abandonar… al menos con el
tiempo.
-¿Os reprocharon que no continuarais?-
quise saber.
-Unos sí, otros lo
entendieron dadas las circunstancias- dijo encogiéndose de hombros.
La verdad era que entendía
a ambas partes, por un lado el sentimiento de traición de tus compañeros, de
abandono a la causa y por otro el intento de no perder todo por lo que estaban
luchando para salir adelante como familia.
Entonces reinó el
silencio, uno en el que mi padre sollozaba en silencio. Verle así me
destrozaba, no podía ni imaginar cómo debía de sentirse ante el terror de
perder otra vez a un ser querido y por culpa del mundo retorcido en el que vivíamos.
Aquello me llenó de furia y determinación.

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