Cuando llega el cambio - Capítulo 24



De camino a casa mi mente estaba en completa ebullición. Por un lado mi abuela, a quien acababa de conocer y de la que aún no albergaba una impresión clara, expuso que tenía dos opciones, ambas desagradables a fin de cuentas.
Primeramente y la más sencilla de efectuar me temía era aceptar la propuesta de matrimonio de Charles, individuo a quien ni quería ni soportaba pero con contactos más que cercanos e importantes en el mundo de la medicina, algo que en esos momentos era de vital importancia para la familia.
Me planteé por un momento cómo sería la vida con aquel hombre engreído, superficial y clasista quien ya me había dejado más que claras sus intenciones al declararse tal y como lo hizo. Aún seguía sin creerme que lo hubiese enfocado todo como si de un acuerdo entre empresas se tratase…
Cavilando acerca de esa opción los primeros contras que se me ocurrían era el estar ligada de por vida a la de aquel impresentable, además de tener que dar de lado por completo mi vida y a Edmund ya que lo más probable era un cambio inmediato de residencia tras el compromiso, restricción de mis libertades románticas porque era más que evidente que, una vez casada, mis deseos y añoranzas deberían girar en torno a cumplir los de mi marido, le amara o no. Ya no habría paseos cada vez que lo deseara y mucho menos para ver a Edmund, visitas nocturnas a la biblioteca o incluso a La ciudad del final.
De hecho podría ir más lejos ¿quién sabía si al final mis idas y venidas y mi rutina o vida estarían custodiadas por el que sería mi esposo? Tan sólo pensarlo me aterraba, además saber tanto a Edmund como a mí con el corazón roto. Sería condenarme a una cárcel en la que no tardaría en marchitarme, como cuando cortas una flor del jardín para que luzca en tu jarrón favorito, la condenas poco a poco a morir en una lenta y silenciosa agonía.
La otra posibilidad era arriesgada, requería de una alta apuesta y que absolutamente todo saliese según lo planeado, si es que elaborábamos un plan lo bastante bueno. No obstante, de resultar desataría el más absoluto caos. Si conseguía hacerme con el cuaderno que Francisco custodiaba tendría en mis manos el poder de destrozar su familia y reputación, de salvar la mía y con ello a mi madre, de abrir los ojos a toda la población y de salvar a la pequeña Zoe, de quien a pesar de los recientes acontecimientos no me había olvidado.
¿Quién sabía el caos que podría llegar a generar ese simple objeto con tantas noticias ligadas? Por un lado estaba el hecho de que no estábamos solos en el mundo como creíamos, no obstante tanto si entrabas en el dilema de pensar si aquellos seres eran asesinados de forma justa o no, la evidencia clara era que estábamos siendo manipulados por una minoría que contaba con ciertos privilegios.
De optar por esta opción, independientemente de si hacía salir la verdad al mundo o no, podría salvar dos vidas con ello ya que era innegable que hasta bastaría con chantajear a Francisco para que limpiase mi imagen y por ende la de mi familia.
Entonces pensé en Astrid y en cómo le afectaría aquello.
Por un lado la abuela tenía razón, ella no significaba para mí ni la mitad de lo que lo hacía mi madre, no obstante no veía las cosas tan simples como ella las había planteado. Claro que en parte era cómplice pero no es que hubiese tenido muchas opciones, a pesar de haberme perjudicado así, en parte podía entenderla. No debía de ser fácil lidiar con la bestia con la que convivía, más si cabe sabiéndose ella en peligro. Pero ¿por qué no huía? ¿Tanto valía el miedo a perderlo todo? Si moría en manos de su marido también lo perdería todo, solo que sería mucho peor, no tendría opciones siquiera para empezar de cero en otra ciudad al otro lado del muro. Una parte de mí deseaba ayudarla, mas no lo creía posible si ella misma no quería salir de su jaula y se aferraba a los barrotes ¿Cómo ayudar entonces a alguien que no te lo permite?
Quizás si veía una salida no se enfadaría por haberla expuesto, quizás si salía a la luz el cuaderno, el mundo se sacudiría tanto en contra de Francisco y sus colegas que podría desligarse de él. A fin de cuentas ella estaba en contra de las andanzas de su marido, simplemente no podía detenerlo, simplemente escapaba a su control.
No acabé de darle vueltas cuando llegué a la puerta de casa, donde me crucé con Edmund.
-Hola- saludé con sorpresa, gesto que me devolvió con un beso previo a su propio saludo.
Aquella muestra de afecto se sintió como la lluvia en el desierto, como llegar al ojo de una tormenta.
-Vine a traer el medicamento que me dio Kroig- me comunicó tras separarnos, abriendo una pequeña bolsa que traía consigo y mostrándome unas pocas píldoras que había en su interior.
-Tienes que decirme cuánto es, ahora mismo te lo pagaremos- le contesté en lo que abría la puerta.
-Eso no va a ser necesario- me comunicó mientras le indicaba con un gesto que pasara dentro de la casa.
-¿Cómo?- contesté sorprendida.
-He corrido yo con los gastos, no te preocupes, no era demasiado- dijo levantando la palma de su mano cuando yo iba a replicar- y es lo menos que puedo hacer después de lo hospitalarios que han sido conmigo.
Le sonreí y ambos cruzamos el umbral, lugar donde una nerviosa Lilith nos recibió.
-Señiorita, tiene visieta- es lo que me llegó a indicar y me señaló el salón principal, lugar en donde se encontraba un altivo Charles hablando con m padre, quien aún seguía cabizbajo.
-¡Qué casualidad! Por fin te conozco- es todo lo que dijo a modo de saludo, obviamente dirigido hacia mi acompañante, quien se mantuvo impasible, esperando a ver sus intenciones.
Por supuesto a ninguno de los presentes se nos había pasado por alto el trato descortés que acababa de tener y es que había dejado claro, por la carencia del trato de “usted”, que no le consideraba alguien merecedor de un trato respetuoso puesto que era la primera vez que se cruzaban y no había mantenido las formas elegantes y cordiales. Una cosa era tratar de “tú” por lazo cercano y otra era hacerlo por desprecio, en cualquier reunión social aquello significaría una grosería y una grave falta hacia su persona y reputación.
-¿Este es el famoso limpiabotas por el que me rechazó, señorita Almeth? Es todo un honor- continuó de forma totalmente sarcástica y sin tapujo alguno.
Se acercó y le estrechó la mano en una fingida cordialidad, mas Edmund apretó los dientes y simplemente le siguió el juego.
¿A qué había venido? ¿A regodearse? ¿Sabría lo de la enfermedad de mi querida madre?
-¿A qué debemos su visita, Charles?- cuestioné para salir de dudas.
-Estaba hablando con su padre acerca de que ha llegado a mis oídos el estado de su esposa- tras esto se miró la mano que acababa de estrechar con Edmund y se la frotó contra su pantalón con un gesto repentino de asco en su cara, como si se hubiese manchado con algo- una tragedia, por supuesto. Le he comentado que no tiene que preocuparse de nada, a pesar de lo ocurrido entre nosotros y por los años de amistad que nos unen, estoy dispuesto a hablar con mi padre, como saben el mejor médico que hay aquí, para que se encargue del caso con suma urgencia.
Aquello no estaba pasando, no podía de ser así de fácil.
-Por supuesto no es necesario tampoco que se encargue de los gastos, estoy seguro de que aceptará no cobrarles ni una sola moneda- prosiguió como si nada ante la estupefacción del resto.- Después de todo, prácticamente somos familia.
Algo se rompió en esa habitación, no literalmente, pero sí que lo sentí por comprender de golpe cuál era el motivo de su visita, no obstante me vi en la obligación de preguntar para confirmarlo y no sacar conclusiones equivocadas.
Ojalá…
-¿Qué insinúa?- inquirí.
-Que a pesar de su rechazo estoy dispuesto a limpiar su apellido y ayudar a su madre en estos difíciles momentos. Obviamente la mejor manera para todos es con nuestro matrimonio, querida- esto último lo dijo con rin tintín, disfrutando de mi reacción sin duda ya que acababa de posar fijamente sus ojos en mí.
-¿No es posible que hable con su padre para que realice sólo el tratamiento?- intervino mi progenitor con la esperanza de evitar su asquerosa propuesta.- Podemos pagarlo sin problemas.
-¡Oh! No me malinterprete caballero, pero no creo que sea una oferta divisible o negociable. Ambos queremos o precisamos algo concreto- explicó mientras se recolocaba la ropa.- Ustedes atención médica de calidad y yo encontrar a la mejor esposa de la ciudad. Sinceramente, no he hallado ninguna que cumpla con todos mis requisitos y expectativas salvo su hija, tiene un no sequé que se ha adueñado de mi raciocinio. Supongo que esta frase te parecerá mejor elaborada que las de mi propuesta anterior, querida- comentó dirigiéndose a mí y con un tuteo más que intencionado.- Ya ves que me he empeñado en mejorar para ti.
Me sonrió mas no le devolví la sonrisa, aquello estaba más que fuera de lugar y más delante de Edmund, quien tenía la respiración acelerada por la situación.
Entonces Charles pareció percatarse de la bolsita de tela verde con la que cargaba mi amado y se la arrebató sin reparo para contemplar su contenido.
-Imagino que sean lo suficientemente juiciosos para no administrar a la señora Almeth cualquier porquería elaborada por un simple boticario curandero- comentó de forma mezquina hacia nosotros mas mirando fijamente a Edmund, quien siguió en silencio, conteniendo su furia y atrapó al vuelo la bolsa cuando nuestro visitante se la lanzó de vuelta.- Les doy tiempo para pensárselo, no obstante yo no tardaría demasiado de ser ustedes- comunicó dirigiéndose a la puerta y cruzando intencionadamente entre Edmund y yo.- Yo gano, botitas, siempre gano- le dijo en un susurro en el que se detuvo justo a su lado al pasar rumbo a la salida y con un claro tono de burla y desprecio.
¿Entonces se trataba de eso? El muy desgraciado no aceptaba ser rechazado y menos por estar enamorada de alguien que para él no estaba a su altura.
¡No podía creerlo! ¿Hasta dónde sería capaz de llegar para demostrar su poder?
Cuando se fue finalmente de nuestro hogar el aire parecía más pesado, más denso, más opresor… o quizás era yo que sentía que me ahogaba ¿Qué iba a hacer? La suerte de mi madre recaía en mis manos.
-Tranquila cariño, lo resolveremos- dijo mi padre, como leyendo mis pensamientos, intentando darme ánimos.- ¿Pudiste hablar con la abuela?
-Sí- apenas pude responder, casi ni yo fui capaz de oír mi propia voz.
-¿Qué te dijo?- cuestionó nervioso.
-Básicamente que tenía dos opciones, o sacar a la luz el secreto por el cual estamos así y recobrar con ello el prestigio familiar, o casarme con este energúmeno- aquella opción la dije entre dientes y con lágrimas asomando en mis ojos.
-¿Ella no va a hacer nada?- preguntó con incredulidad.
-Dijo que no la necesitábamos, que podía resolverlo sola- empezaba a faltarme aún más aire.- Dijo que era débil porque no conseguía lo que quería.
-No es así cariño, ella tiene una visión de la vida algo distorsionada, no tiene ningún escrúpulo en pisar a quien sea por lograr sus propósitos.
-Pero ¿y si tiene razón?- dije con ríos surcando mis mejillas.- No quiero exponer a Astrid, pero también fue ella partícipe de todo esto, ella me hizo ver lo que vi además…
-No te comprendo ¿puedes explicarte?- pidió intranquilo.
-Padre, hemos vivido siempre engañados. Hay cierta cumbre social que desconocemos y nos mantiene prisioneros y controlados en esta ciudad. El mundo ahí fuera quizás no sea como nos hagan creer, hay otros seres que no son humanos.
Mi progenitor no salía de su asombro, abrió mucho los ojos en un gesto de sorpresa ante mis palabras.
-¿Cómo has podido llegar a tales conclusiones?
-Cuando estuve en casa de Astrid me enseñó un cuarto que esconde su marido, realmente aterrador, con un montón de trofeos de caza…
-Cariño la caza no es ilegal- me interrumpió- la gente poderosa sale en expediciones de caza, eso ya lo sabes.
-Claro que sí, pero es que no eran los animales que ya conocemos, había rasgos distintos, partes humanoides… era asqueroso.
-¿Estás segura de eso?- me increpó.- Es una acusación muy grave la que estás haciendo ¿Estás segura de que no estás confundiendo animales…?
-¡Sé lo que vi, padre!- casi le grité- ¡Vi cabezas, brazos y más! Y para colmo encontré un diario donde detallaba con dibujos las distintas especies, sus puntos débiles y cómo matarlas ¿Acaso crees que soy tan tonta como para confundirme así?
-No estaba queriendo decir…
-Cálmense, por favor- dijo Edmund para interrumpirnos y ambos guardamos silencio.- Así no solucionarán nada, es mejor que piensen y tomen sus decisiones con calma.
Ambos nos tomamos un rato para recuperar una respiración un poco más normal, momento que nuestra sí grata visita aprovechó para proseguir.
-Bien ¿qué opciones hay?
-Las que dijo la abuela- empecé yo.
-También podría intentar hablar con el señor Gretz- añadió mi padre.
-Bien, tenemos algo- celebró Edmund- ¿Más ideas?
-No sé si serviría volver a intentar hablar con tu abuela- comentó pensativo.
-No la vi muy receptiva, mas podría intentarlo.
-Entonces yo puedo probar a hablar con el padre de Charles, a ver si consigo algo y tú podrías tratar lo mismo con tu abuela- concluyó.
-De acuerdo- asentí.
-Decidido entonces, voy a subirle la medicina a tu madre y saldré a hablar con ese hombre ahora que todavía no acabó de caer la noche. Tú vuelve a su casa a ver qué logras.
Consensuado entonces, él subió y desapareció tras la puerta del cuarto y nosotros hicimos lo propio pero a la de la calle, donde empezamos a caminar.
-Avisa a tus amigos, vamos a allanar una casa esta noche- dije seria.
-¿Pero no dijiste que…?- empezó a preguntar con incredulidad ante mi repentina determinación por una idea distinta.
-Sé lo que dije, pero estoy segura de que perderé tiempo que mi madre quizás no tenga allí y no estoy dispuesta a perderla. Así que avisa a quien pueda ayudarnos, tenemos algo que hacer.

















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