Cuando llega el cambio - Capítulo 28
Se me heló la sangre
nada más escuchar las palabras que había pronunciado aquel hombre uniformado de
blanco y azul marino. No fui la única que se alarmó puesto que la respuesta no
se hizo esperar.
-Pero ¿por qué se la
llevan?- imploró saber mi asustado padre.
-¡Eso no es de su
incumbencia, señor!- gritó el otro hombre envuelto en uniforme, quien abría la
boca por primera vez.- Más les vale que cooperen y no opongan resistencia, son
órdenes del mismísimo gran líder.
Si ya la noticia de que
debía ir al castillo era nefasta, aquello sólo hacía que temiese por mi vida.
-Disculpe, oficial- dije
tras observar los distintivos de su rango y a modo de interceder por mi padre.-
él sólo está preocupado, no está oponiendo resistencia alguna. Preguntaba con
la intención de saber de qué se me acusa- intenté parecer tranquila para no
alterar más el ambiente, no obstante estoy segura de que me tembló un poco la
voz por el terror que infundían.
-Esa información no le
compete a su padre, señorita Almeth, así que le sugiero que venga con nosotros
sin armar más barullo- imperó mi interlocutor con una voz más firme y alta.
-Por supuesto, oficial-
dije de forma sumisa para no causar más problemas en casa de los que ya había.
Su acompañante se me
acercó y se dispuso a agarrar mis muñecas con grilletes.
-Caballeros, por favor
no creo que sea necesario hacerla pasar por este bochorno, no va a oponer
resistencia ¿Verdad que no, cariño?- me suplicó con la mirada, como pidiéndome
que no empeorase la situación.
-¿Quiere venir detenido
también? Porque no tendré ningún miramiento si vuelve a abrir la boca- gruñó el
oficial.
Intenté infundir calma a
mi padre con la mirada mientras dejaba que atasen mis muñecas como si no me
importase y me alejaban de mi hogar y seres queridos. Traté de no mirar atrás
para no ponerles el hecho de dejarme marchar más difícil de lo que ya debería
ser, mas oí a mi asustada madre reuniendo
fuerzas que seguramente apenas tenía para bajar corriendo las escaleras
y gritándoles que no me llevarían. Giré la vista por el sobresalto y vi a mi
progenitor intentando mantenerse fuerte mientras sujetaba a su desesperada
esposa, hacia quien se dirigía una Lilith de ojos llorosos para ayudarle en lo
que todos me veían partir con resignación y dolor.
¡Aquella visión me
desgarró por dentro! Pero ahora debía de mantenerme fuerte, no podía permitirme
caer o no sabría salir de la situación.
Me introdujeron en la
parte trasera de un carruaje, aquella que se destinaba a los delincuentes
puesto que estaba pensada para la humillación pública, daba igual si eras
inocente o no, todo el mundo te veía pasar y cuchicheaba mientras tanto, eso
por supuesto los más discretos. El pequeño habitáculo con ruedas donde me
colocaron estaba formado por un montón de barrotes ¡Más bien parecía una jaula
con ruedas!
Pero aquello no me hizo
temblar ni por un instante, total nuestra reputación ya estaba por los suelos.
Sólo necesitaba que la abuela hiciese lo acordado, que su médico atendiese a mi
madre, no necesitaba más, todo lo demás era con el tiempo reparable, pero la
prioridad era ella.
Empezamos a circular por
las calles, pasando por las principales como era costumbre, no porque fuese
necesario, sino porque así todo el mundo podía ver que yo era una delincuente,
alguien que no estaba a la altura de los demás, a la que debían despreciar a
partir de ese momento. Ciertamente sería falso por su parte decir que nunca
hubiesen sido condescendientes conmigo. Florituras superficiales de elegancia
aparte, si no hubiese sido por el gran invento del abuelo, seguro que mi
familia no estaría ni a este lado del muro, y eso era algo que algunas personas
seguían teniendo en cuenta a pesar de su aparente educación. Siempre mirando
por encima del hombro cuando creían que no nos dábamos cuenta, con esa cara de
oler un excremento. Por mucho que digan, la gente clasista nunca perdona tus
orígenes por mucho que tú o tu familia hayáis trabajado para estar donde
estáis.
Vi caras conocidas a lo
largo de la ruta y escuché comentarios del estilo “Ya os dije yo que los
orígenes tiran” o “al menos esperaba que heredase las formas por parte de su
madre” ¡Asqueroso! ¿Qué sabrían ellos de mi padre? ¿Y ellos se consideraban
mejores que nosotros? La osadía del que se siente superior, nada más.
No fue ninguna sorpresa
encontrar a Kathie entre aquellos que se reían de mí y de la situación en la
que estaba, así como no fue sorpresa tampoco que comprase una bolsa de tomates
sólo para tirármelos mientras pasaba, tomándose el trabajo de seguir al
carruaje durante unas calles. Al menos tuve la suerte de que su puntería no era
la mejor y apenas logró acertarme un par de veces.
Por supuesto aquel gesto
incentivó a más personas a imitarla, algunos siquiera sin conocerme y por
desgracia me alcanzaron mejor que ella, dejándome no sólo mi vestido sucio,
sino también mi cara y pelo.
Y así funcionaba aquella
ciudad y sus gentes, supuse que con eso lo había visto todo. Mentiría si dijese
que su vejación no me dolió, tan sólo me mantuve firme, sin moverme ni un
ápice, con mi expresión neutral.
Claro que me dolía, pero
dárselo a entender no haría más que darles el gusto de saber que sus actos
tenían el efecto que esperaban.
Por fin llegamos al
castillo, una inmensa construcción que antaño fue la vivienda de un rey ya que,
mucho tiempo atrás, contábamos con una corona como forma de gobierno, no
obstante aquello cambió con la llegada de nuestro líder. Ahora aquel opulento y
gran lugar sería para la vivienda de éste, los distintos elementos y
organizaciones que llevaban los asuntos del gobierno, los calabozos y todo lo
que éstos conllevaban.
Por supuesto a mí me
condujeron hasta las instalaciones de este último, hacia una sala sin ventanas
donde me dejaron atada con los grilletes a una mesa. El oficial se sentó justo
enfrente de mí con su constante seria expresión. Su acompañante se quedó con él
en la sala y entraron dos hombres uniformados más, todo alrededor de aquella
mesa o bien cerca de la puerta.
-Señorita Sheryll
Almeth, ha sido acusada de allanamiento, robo, rebeldía y terrorismo- comenzó a
decir el oficial, que ya desde el primer momento había logrado todo lo
contrario a simpatizarme.- ¿Tiene algo que decir al respecto?
Estaba claro que si quería
salir de allí sana y salva, tenía que ser más lista que ellos y engañarlos o
estaría en graves aprietos.
-Disculpe oficial, pero
no sé de qué me habla. Yo he accedido a venir sin oponer resistencia
precisamente para demostrarles que no tengo nada de que esconderme- comencé a rebatir esperando haber optado por
una buena estrategia.
-No es lo que afirma la
familia Geller, señorita- acusó.- Y no es nuestra única fuente fiable.
Sus palabras me
sorprendieron ¿Fuente fiable? ¿A quién se referiría? ¿Sería una mentira para
comprobar mi reacción?
-¿Puedo saber qué es lo
que han dicho los Geller?
-¿Es o no cierto que
entró a hurtadillas anoche en su casa y les robó?- eludió mi pregunta con otra.
-No es cierto- afirmé
con seriedad y confianza en una verdad a medias, a lo que me miró con escepticismo.
-Entonces me dirá que
tampoco es cierto que ha confraternizado con rebeldes y terroristas.
-No que yo sepa- afirmé
como si tal cosa, segura de mis argumentos.
-Señorita, no nos tome
por tontos. Sabemos que entraron a robar anoche y se llevaron varias joyas.
-Disculpe, pero eso es
falso- protesté algo ofendida.
El oficial chasqueó los
dedos y uno de los hombres de la sala trajo un saco cuyo brillante contenido
depositó ante mis ojos.
-Interceptamos a su
acompañante y llevaba esto consigo- prosiguió el oficial- ¿o va a negarlo también?-
su tono empezaba a denotar amenaza, lo que hizo que me tensara.
Miré sorprendida y algo
preocupada aquel montón deslumbrante y distinguí alguna alhaja que ya había
visto llevar a Astrid consigo, mas me costaba creer a Edmund capaz de algo así.
A parte, si lo pensaba estuvo constantemente a mi lado, no vimos ninguna joya
ni le vi coger nada. Más bien parecía una pobre estrategia para acusarle de
algo grave y sentenciarle, seguro que con total y asquerosa impunidad.
-No he visto esto en mi
vida- me limité a decir.
-Y seguro que no ha
pisado en su vida la casa de los Geller ¿no es así?- inquirió de nuevo en tono
amenazante.
-Sí que he pisado esa
residencia, la misma Astrid me invitó- le comuniqué con tranquilidad.
-Mire, le voy a decir cómo
son las cosas- comenzó a explicar mientras se recostaba en su asiento- Sabemos
que tiene relación con el muchacho apresado esta noche, sabemos que está al
tanto del grupo rebelde terrorista llamado La Resistencia, sabemos que conoce a
sus miembros y tiene contactos ahí y estamos más que seguros de que sabrá de su
vía de acceso a esta nuestra ciudad sin ser notados- empezó a escupir información.-
Lo que nos preguntamos es cómo de implicada está en todo esto De momento
nuestra teoría más firme es que se trata de una pobre tontorrona que ha sido
engañada- soltó con toda la intención de ofenderme y ver mi reacción, no
obstante no mostré ninguna significativa.
-Es la primera vez que
oigo todo esto, oficial- respondí sin pestañear ni dudar por un momento,
bastaba un ápice para convencerles de que mentía.
-Bueno, le comunico que
sus intentos de mentirnos son en vano y está aún a tiempo. Si os dice lo que
queremos saber, si nos habla del pasadizo secreto, no será juzgada y quedará
totalmente libre- me ofreció de forma tentadora.
No había nada que
pensar, era una total traición que yo hiciese algo así sabiendo que habían
tenido la bondad de proporcionarnos un médico en el momento de mayor necesidad,
justo cuando toda esta ciudad nos dio la espalda. Ya no hablemos de la traición
que suponía a Edmund y su confianza depositada en mí, sino ya a Fran y Allan y
al resto de la gente de allí, a quienes expondría, como si no tuviesen ya
suficiente con lo que tenían que soportar ¿Total para qué? ¿Para ganarme los
favores de una ciudad de estirados? Era un precio demasiado alto por mi
libertad, la de una simple persona.
Imploré interiormente
que el médico ya hubiese tratado a mi madre mientras di mi respuesta.
-Sigo sin saber de qué
me habla- respondí con fingida tranquilidad.
-De acuerdo, si se
empeña, aumentaremos el nivel de intensidad de este interrogatorio ¡Muchachos,
pasadla a la silla!- ordenó.
Apenas tuve tiempo de
preguntarme a qué se refería cuando me soltaron de la mesa y me llevaron entre
dos hombres uniformados a otra estancia con una silla con agarres de metal.
Bueno, ella entera estaba compuesta de ese material y tenía unos tubos
conectados.
Por lo que sabía de los
inventos de mi padre, era conocedora del hecho de que se trataba de cables, por
lo que un escalofrío me recorrió mientras me ataban a aquella fría estructura
¿Qué iban a hacerme?
El oficial se sentó
nuevamente delante de mí, esta vez con un extraño panel que conectaba a mi
misterioso y perturbador asiento gracias al cableado.
-¿Sabe qué es esto, señorita
Almeth?- me preguntó con cierto tono divertido, parecía que estaba deseando
ponerlo en marcha.
-No, señor oficial-
respondí con sinceridad.
-Este artefacto en el
que está sentada es obra de nuestros mejores inventores, quienes trabajan únicamente
para el gran líder, y es una herramienta muy útil para aquellos que no tienen
ganas de decir lo que saben, como usted- tragué saliva esperando que no se
notase mi creciente nerviosismo.- Su abuelo hizo un gran aporte al traer la luz
a los hogares, pero sin saberlo fue un precursor de otros proyectos tan
fascinantes como éste en el que tranquilamente está sentada. Supongo que verá
por dónde voy- comentó esto último con cierto deje malicioso, por lo que yo me
limité a hacer un asentimiento mudo con la cabeza.- Le voy a explicar cómo
funciona. Lo que yo tengo delante son un montón de ruletas y un botón, con
ellos puedo elegir la intensidad de la electricidad que haré que reciba cada
vez que me disguste o no me convenza lo que me diga y el momento en el que se
lo haré saber ¿comprende?- respondí tan sólo con otro asentimiento.- Bien, así
me gusta, aunque de no entenderlo con una demostración simple lo captaría a la
perfección- eso lo dijo con una sonrisa en la cara, aquel hombre tenía el
trabajo de sus sueños.- Va a portarse bien y no me va a contrariar ¿verdad?- me
volví a limitar a responderle de la misma manera, por lo que él prosiguió.- He
de decirle que me han advertido de que hay un límite de intensidades ¿sabe? Hay
unas siete, por lo visto puedo usar las seis primeras todo lo que se me antoje
siempre y cuando sea mala conmigo y no me diga lo que quiero. La séptima por lo
visto es una intensidad mortal para cualquiera que la haya probado, por lo que
le recomiendo encarecidamente que no ponga a prueba mi paciencia ¿de acuerdo?-
su pregunta sonaba como un reto, pero me limité a tomar aire discretamente,
intentando ocultar lo asustada que estaba, y asentir.- Perfecto, empecemos
entonces- anunció relamiéndose.

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