Cuando llega el cambio - Capítulo 23



Siguiendo las indicaciones de Lilith y mi padre no tardé en situarme frente a una gran casona de colores sobrios y ventanales altos pero estrechos.
El jardín estaba perfectamente cuidado, hasta parecía que hubiesen medido la largura de la hierba hasta una longitud exacta.
Cogí aire antes de agarrar la ornamentada aldaba y llamar a su puerta gris oscuro, tras la que se asomó una joven doncella a recibirme.
-¿Quién es?- quiso saber con algo de timidez, se notaba que debía ser su primer empleo.
-Vengo a ver a los señores de la casa- anuncié en un tono firme pero amable.
-La señora se encuentra descansando, no desea ver a nadie- excusó la mujer.
-¿Y no podría recibirme el señor de la casa entonces?- insistí intentando que no se entreviese mi desesperación.
-Lo lamento señorita pero no hay ningún señor.
¿Habría muerto entonces? Era lo que cabía pensar dada la expresión apenada de ella.
-¿Puede indicarme una hora a la que pueda venir?
-¡Larcia, no te pago para que permitas que se me moleste!- bramó al fondo de la estancia la voz molesta de una mujer, con un deje cansado en la misma.
La muchacha se estremeció y no era para menos, aquella señora imponía incluso antes de acercarse a la puerta. Cuando pudo verla bien, lo primero que vio fue su solemne vestido negro que iba desde el suelo hasta su cuello envolviendo su exagerada delgadez, dejando sólo su cabeza y sus manos a la vista, de alguna forma daba la sensación de que acababa de salir de entre las sombras de aquella oscura casa.
-Disculpe señora, estaba tratando de decirle…- empezó a excusarse la chica, mas ella no se lo permitió.
-Eres muy lenta niña, contigo de portera cualquiera podría entrar sin ningún miramiento- le reprochó mientras la apartaba de la puerta.- Ve a hacer algo para lo que seas útil.
La joven prácticamente huyó hacia otra estancia cuando ella vino hasta mí.
-¿Qué quieres? No te han dicho ya que no quiero que me molesten- espetó con mala gana.
-Disculpe, no era mi intención molestar, yo…
-Tarde, ya molestaste. Adiós- iba a cerrarme la puerta, así que debía de responder rápido.
-Tengo algo importante que decirle- casi le rogué.
-Tendrá que esperar otro día en el que me apetezcan oír estupideces ajenas- dijo mientras retomaba el amago de cerrar.
-¿Y cuándo sería?
-¡Nunca!
Estaba desesperada, debía jugar la única baza que tenía para hacerla reaccionar o perdería aquella oportunidad.
-Por favor, abuela necesito hablarte de algo.
La puerta, casi cerrada, se detuvo en seco. Había pronunciado las palabras mágicas, pero no sabía si lo que acababa de invocar era un conejo o uno de los dragones de mis libros.
Entonces se hizo a un lado dejándome vía libre para pasar, como en un mudo gesto de invitación al que accedí con timidez y miedo de que me golpeara de pronto con la estructura de madera. Cuando entré, cerró tras de mí mientras me miraba fijamente.
Aquella mujer de expresión seria y agrio carácter tenía el pelo ceniciento recogido en un alto y firme moño, el cual no llevaba consigo ningún adorno.
Su piel reflejaba disgustos antiguos puesto que las arrugas que se le marcaban enfatizaban aún más su ceño fruncido. Finalmente de lo que más llamaba la atención acerca de su persona eran unos ojos, seguro antaño azules, que se habían vuelto de un color más apagado, casi blancos haciendo con ello más imponente su presencia.
-Tienes el pelo de tu madre- dijo secamente mientras pasaba a lo que parecía un salón principal que tenía las cortinas corridas, impidiendo que entrara la luz del día.- ¿Vas a seguir ahí pasmada o piensas pasar?- aquello me hizo dar un brinco y seguirla hasta la estancia.- Espero que no te importe que esté oscuro, pero tengo migraña y la luz me molesta.
Me senté en lo que intuí que era una butaca y apenas me dio tiempo a acomodarme cuando ella volvió a hablar. Podría ser por sus dolores, pero me parecía una persona bastante inquieta que deseaba las cosas de manera inmediata.
-Y bien ¿qué quieres decirme?
Dado que no parecía querer confraternizar conmigo y mi apreciación por sus prisas, decidí ir al grano sin aún comprender por qué me había dejado pasar si parecía deseosa de que me fuese.
-Madre está gravemente enferma- aquello pareció captar su atención, lo que me tranquilizó ligeramente. Quizás padre estaba equivocado acerca de su corazón de piedra o el paso del tiempo había hecho mella en él, el caso era que parecía escucharme.- el problema es que, a pesar de poder pagar el tratamiento, nos están dando de lado en la comunidad.
-¿Y para qué me necesitáis?- cuestionó enarcando una cenicienta ceja.
-Necesitamos que nos ayudes a limpiar el apellido- aquello le hizo proferir un amago de carcajada.
-Querida, ese apellido nunca ha estado limpio. Da igual los esfuerzos que hayáis hecho y los “grandes inventos”- esto último lo dijo arrastrando sus palabras- el origen de la familia de tu padre siempre va a ser el mismo, ya ves que ha sido cuestión de tiempo que el resto lo recordase.
Me contuve una respuesta y preferí centrarme en el objetivo de aquella visita.
-No ha sido ese el caso, han empezado a difamarnos por mi culpa- dije un tanto avergonzada y culpable, algo que ella captó al instante en mi voz.
-¿Tú también te has liado con el primer proletario que has encontrado?- casi escupió, era evidente que albergaba rencor en su interior y lo lanzaba con palabras venenosas en cada oportunidad.
Tomé aire de forma discreta y sinceramente no sé cómo conseguí mantener la compostura.
-El caso es que me he enterado de algo que no debía y el dueño de ese secreto ha hecho rodar mi cabeza, pero también la del resto de la familia- ante esto emitió un sonido de fingido asombro.
-Ya veo que no soy de la familia…
En esos momentos me alegré de estar a oscuras ya que no podía ver que acababa de rodar los ojos poniéndolos en blanco, aquella mujer era dura, me preguntaba qué debía hacer para llegar hasta el pedacito de corazón que tenía enterrado bajo tanta piedra. Intenté no juzgarla, no conocía su dolor, no había vivido nada de las disputas entre mi madre y ella así que no podía entender sus motivos ni exigirle que entendiese los míos, pero sí podía intentar apelar a su bondad.
-No quería…- empecé a excusarme mas me interrumpió nuevamente, a ese paso iba a tener que escribir lo que quería decirle.
-En resumidas cuentas, que metiste esa rubia cabecita tuya donde no debías y ahora sois unos repudiados.
Era una buena síntesis, había que admitir.
-Sí y…
-¿Y qué tiene que ver la salud de tu madre?- y ahí volvía, si me despistaba un segundo no podía ni hablar, así no avanzábamos.
-El señor Lemish no quiere atenderla y eso que es el médico que siempre nos atendió- le comuniqué lo más rápido que pude para evitar otra pausa en mi mensaje.
-¿Y qué? No es el único doctor de la ciudad, ni siquiera es el mejor ¿Es que mi hija no puede pagarse al mejor doctor de la ciudad? ¿O es que el sueldo de su marido no da para más?
Volví a coger aire y a buscar la calma dentro de mí, empecé a pensar en praderas verdes a ver si servía.
-El caso es que el mejor médico de la ciudad es el padre de un pretendiente al que rechacé, no creo que desee atendernos.
-¡Otra niña estúpida! Pero es lógico que no hayas aprendido de los errores de tu madre.
-Disculpe pero ¿cree que podría dejar el rencor a un lado? Sea lo que sea que le haya pasado, no ha sido conmigo así que no tengo por qué aguantar esos comentarios hirientes acerca de mis padres o mi persona- dije en un tono educado pero firme, al menos sirvió para enmudecerla por un momento.
-Veo que tienes el gen arrogante e indisciplinado de tu padre- volvió a la carga y estaba dispuesta a replicarle, mas siguió hablando.- Pero también tienes la furia de tu madre, a pesar de esta luz puedo verte como la veía a ella ahí mismo encarándome hace varios años- esto último pareció estar teñido de tristeza por algún motivo que ella sabría.- Y claro que eres tan débil como ella- escupió con desprecio.
-¿Perdone?- fue todo lo que me dio tiempo a cuestionar con indignación.
-Tenéis demasiados remilgos a la hora de conseguir lo que queréis.
-Disculpe pero…
-Te has amilanado enseguida, muchacha. Han contado cualquier cosa y ya empiezas a actuar como un animal acorralado, dejas que avancen los agravios además con tu madre enferma ¡Decepcionante!
Las praderas verdes con flores y mariposas no me ayudaban lo suficiente, con ella al menos no era una buena táctica.
-¡¿Y qué pretende que haga?!- grité con lágrimas en los ojos.
-Descubre su secreto- dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
-No es tan sencillo- musité con el tono mucho más bajo y afectado.
-Sí que lo es, no se habría montado todo esto si no fuese importante lo que has averiguado. Deja de actuar como si te hubiesen acorralado, eres tú la cazadora ¡actúa como tal!
-No es tan sencillo- insistí- la mujer podría correr una suerte horrible si yo abro la boca.
-Oh, pobrecita- musito de manera fingida- ¿acaso la debes algo?
-No, pero…- quería alegar a la empatía, mas de nuevo no me dejó ese tiempo.
-¿Y no le debes nada a tu madre? ¿Quién te ha dado la vida? ¿Quién te ha cuidado? ¿Acaso esa ha hecho todo eso y más? ¿Ella es más importante que tu madre?
Sus palabras sonaban y se sentían como un mazazo, a pesar de eso también había veneno en ellas pero no se podía negar que albergaban algo de razón.
-Sólo estaba intentando resolver las cosas sin hacer daño a nadie- casi balbuceé con vergüenza.
-Dime ¿qué hizo ella mientras su marido te difamaba? ¿Se quedó mirando? ¿Participó? ¿Intentó detenerle?
-Participó obligada- comenté con la voz quebrada como toda respuesta- él amenazaba con…
-No es tu problema. Ha sido cómplice ¿no? Ella también ha entregado tu cabeza.
-Pero no es tan…- quise defender mas nuevamente no tuve ocasión.
-Mira joven, tal y como yo lo veo tienes dos opciones. O aceptas casarte con tu pretendiente, si es que te quiere después de tu rechazo, cosa en la que serías afortunada ya que no volverías a tener ningún problema médico sin solución- sólo pensar aquello me revolvía las tripas ¿Charles y yo juntos?- O bien destapas el secreto y si tan grave es lo de tu madre yo que tú me daría prisa, así que ¡largo de mi casa!
No me esperaba aquel repentino final de la conversación, pero si algo tenía claro era que el tiempo iba en mi contra, por lo que seguí sus indicaciones y me levanté dispuesta a irme.
-Grac…
-Sí, sí- dijo moviendo la mano en un ademán de espantar a un insecto- vete que quiero descansar- me comunicó con desgana así que obedecí.
Definitivamente había sido una charla breve pero intensa, aunque bastante productiva. No estaba de acuerdo con sus radicales métodos, a pesar de que la situación lo requería, tendría que darle una vuelta rápida para elaborar un plan que saliese lo mejor posible y tenía que hacerlo cuanto antes.














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