Las cartas perdidas de Ezrah - Capítulo 5
Había pasado un mes desde que se
fue por su cuenta, pero le había resultado demasiado largo. Deambuló por varias
zonas, siempre evitando caminos y sólo acercándose a alguna zona habitada por
humanos si de veras estaba necesitada de algún recurso. Por supuesto estaba
acostumbrada a todo eso, pero lo que de verdad le ponía las cosas difícil era
lo acontecido con sus anteriores compañeros. En realidad estaba a gusto a su
lado y deseaba con todo su corazón quedarse, no obstante eso no podía ser dado
que ella les pondría en peligro, sólo les daría problemas. En el fondo sabía que
era lo mejor para ellos, pero en parte se sentía horriblemente sola y se lo
tenía merecido en su opinión. Mas lamentarse no serviría de nada, en el fondo
se alegraba por ellos sabiendo que, desde su partida, no correrían tanto
peligro y eso la hacía sentirse aliviada pues muy a su pesar les había cogido
cariño, sobre todo a Sheryll. No obstante sólo se trataba de un hermoso sueño,
nada se haría realidad para ella. No… no para ella.
Inmersa en estos pensamientos y
en las aguas de un recién descubierto pequeño lago, intentaba apartar sus
miedos y preocupaciones por un instante, intentaba olvidarse del mundo y de sus
habitantes, sólo pedía unos minutos de paz, tan sólo unos instantes de no deber
escuchar hasta el mínimo murmullo del bosque temiendo la proximidad de un
enemigo.
Odiaba profundamente ese tipo de
vida, siempre escondida, siempre temerosa, no pudiendo disfrutar de su
verdadero potencial y escondiéndolo como el más preciado de los tesoros.
Infinidad de veces pensó en el sin sentido de todo aquello, mas estaba muy
arraigado a ella por desgracia. Había luchado por evitarlo, había peleado por
poder vivir sin escondite, pero aún fracasaba. Verdaderamente era necesario
replantearse las posibilidades, tan ínfimas y esquivas.
Cuando se paraba a pensar un poco
en todo aquello, a pesar que hacía mucho que no vivía en comunidad con sus
semejantes, tenía vagos recuerdos de su hogar natal, sus gentes y diversos
oficios que desempeñaban. Era triste pensar que tan siquiera había tenido la
oportunidad de plantearse qué deseaba hacer con su vida, cómo quería vivirla
¿Habría sido artesana de alguna clase? ¿Habría dominado algún arte? ¿Estudiaría
conocimientos antiguos? ¿Se habría dedicado a la caza y recolección de
alimentos?
Algo irrumpió el murmullo del
bosque mientras cavilaba, casi imperceptible, pero no para un oído siempre
atento, siempre alerta, por lo cual, decidió salir despacio del agua, como si
no hubiese oído nada, fingiendo seguir distraída.
Poco a poco fue avanzando con
todo el sigilo que podía hacia la orilla, y, sin mostrarlo, en realidad
aprovechaba para escuchar con atención. Su larga y oscura melena chorreaba al
salir y mojó inevitablemente su camisa. Cuidadosa y sigilosamente también
empezó a ponerse las mallas. Desde el principio había confiado en el uso de
ropas humanas para su sutil intromisión en su sociedad, para pasar
desapercibida, no obstante al parecer fue en vano y debía seguir huyendo. Lo
poco que había logrado quedarse en las colonias humanas le bastó para observar
una cultura desconocida y algo intrigante para ella, aunque siempre le había
gustado aprender cosas nuevas, aprender lenguajes y costumbres nuevas, por lo que
viajar le proporcionaba quietud a ése hambre de descubrimiento. No logró
convivir realmente con ellos, sólo estuvo de paso en varias aldeas, siempre con
la guardia alta no obstante, y le llamó poderosamente la atención la tranquilidad
con la que parecían vivir ellos, como al margen de todo cuanto ella conocía. Se
fijó también en lo que parecían ser diversos oficios allí, para su sorpresa
nada diferentes de lo que antaño fue su hogar, mas era peculiar darse cuenta
cómo de divididos parecían estar los humanos, al menos en lo que concernía a la
posición geográfica. Se preguntaba cómo era que no crecían y convivían todos
juntos.
Mientras le daba vueltas a todo
esto, proseguía con su intento disimulado y silencioso de vestirse y salir
cuanto antes de allí, mas no le dio tiempo a ponerse las botas cuando una
flecha centelleó en la oscuridad, cortando el aire a su paso, para clavarse en
un árbol muy, pero muy cerca de ella.
La cacería parecía haber
comenzado y, definitivamente, no iba a quedarse allí para recibir la siguiente
flecha, así que agarró todo lo rauda que pudo sus botas y huyó hacia la
oscuridad.
De nada servía lamentarse ya de
su interrumpido descanso, de nada servía si quería mantenerse a salvo. Mientras
huía y esquivaba flechas, oía cómo corrían y se gritaban improperios sus
asaltantes, esto le permitió contar a tres, lo cual la dejaba en desventaja y,
si las cosas se ponían difíciles, en una muy seria desventaja. Decidió entonces
desviarse e intentar esconderse tras un arbusto, implorando que no la hubiesen
visto para, en ese mismo instante, concentrarse en proyectar la que con suerte
ellos creerían ser la misma y así pasar de largo.
Intentó con todas sus fuerzas
concentrarse y ralentizar su respiración para no ser detectada y
afortunadamente uno pasó rápidamente de largo, lo cual la hizo sentir un
profundo alivio.
En ese preciso instante, oyó lo
que parecía ser con seguridad una ballesta a centímetros de distancia de ella,
lo que hizo que se girase, sobresaltada para ver que, efectivamente, un cazador
la estaba apuntando. Se concentró todo lo que pudo en un nuevo truco.
-¡Te tengo escoria!- gritó el
cazador.
-¡Idiota, ven aquí!- dijo otro
tras ella, al otro lado del arbusto.- Seguiste una ilusión ¿Aún no te diste
cuenta?- encolerizado, éstas palabras parecían ir dirigidas al que segundos
antes había pasado de largo, el cual prosiguió a su regreso.
-¡Aaah!- gritó entonces el que
sostenía la ballesta al percatarse de que se hundía poco a poco.- ¡Padre,
ayúdame, me hundo!- aulló desesperado al cazador más cercano- No vi las arenas
movedizas- En ese instante ella comenzó a retomar su carrera.
-¡Vaya par de imbéciles tengo por
hijos! ¿Es que no os enseñé nada? Lo está haciendo todo esta sabandija, no te
hundes ¡ni siquiera hay zona pantanosa!- dicho esto, el nombrado padre disparó
con su ballesta hacia ella y ésta vez sí que le dio en un hombro, dejándolo inmóvil,
mas no podía permitirse parar, debía seguir huyendo, una vez más, por su
supervivencia.
Ahora sí que no podría hacer más
trucos, debía limitarse a huir hasta poder sacarse la flecha del hombro, de lo
contrario, estaría en un grave aprieto.
-¡Inútiles! ¡¿Es que todo tengo
que hacerlo yo par de vagos?!- bramó aquel hombre en la oscuridad.
Siguió huyendo durante algunos
minutos, aun siendo consciente de que la cacería no había concluido aún. En el
brazo herido casi no sentía nada que no fuese un profundo dolor, que parecía
atravesar y desgarrar todo su ser. Continuamente hacía esfuerzos por resistir
aquella tortura, pero a cada momento le costaba más respirar. Debía cuanto
antes quitarse esa maldita saeta o estaría perdida.
Entonces, y para su sorpresa,
resbaló y cayó por un agujero, no como si no lo hubiese visto, sino que el
suelo había cedido bajo sus pies y, otra vez en cuestión de segundos, algo le
salpicó la cara y, con ello, un dolor desgarrador, muchísimo peor que el
anterior, recorría todo su rostro.
El golpe fue lo suficientemente
fuerte como para herirse la pierna, pero apenas fue perceptible ya que su mayor
atención ahora residía en su cara, sobre todo en sus ojos. Todo el conjunto le
abrasaba, como si ardiese o estuviese hirviendo, por lo que no pudo evitar
gritar desesperadamente, ni siquiera podía ver nada, todo eran dolor y
tinieblas.
Mientras, los gritos de júbilo de
los cazadores no tardaron en aparecer al darse cuenta de que su presa había
caído en la trampa.
El terror la invadió por completo
junto con el creciente dolor, no comprendía exactamente qué le habían preparado
pero era verdaderamente horrible, nunca había sentido algo como eso, ni se
podía imaginar nada peor.
-¡Ya eres nuestra, puerca!- le
gritó el padre de los otros cazadores desde no muy lejos, su voz parecía
resonar unos metros por encima de donde estaba ella.
-Por favor- suplicó muerta de
miedo- por favor dejadme libre, no os he hecho nada.
-Tu mera existencia es un error
¡La calaña como tú sólo merece morir!
-Yo no pedí nacer así ¿no te das
cuenta? Soy lo que soy y ya está ¿Qué hay de malo en mí? ¿Por qué no podéis
simplemente aceptar que soy diferente? En este mundo hay muchas criaturas,
entonces ¡¿Por qué a mí no se me permite vivir?! ¡Nunca hice daño a nadie, sólo
he intentado vivir sin tener que huir! Por favor… -suplicó hacia la oscuridad
que ahora veía.
-¡Tú sólo eres una escoria más de
entre los tuyos, todos sois despreciables y ninguno! ¿Me oyes? ¡Ninguno de
vosotros merece haber venido a este mundo! ¡Extinguiremos a vuestra patética
raza cueste lo que cueste!
-¿Pero por qué tanto odio?- gritó
desesperada- Nunca hemos atacado a nadie.
-Tenéis una muy buena moneda de
cambio- dijo despreocupadamente, con una naturalidad que dado el contexto era simplemente
aterradora.- Vuestra vida en sí no vale nada, pero siempre sacamos un beneficio
con vuestra muerte, uno muy bien pagado y de paso hay menos basura con cada
bastardo muerto. Venga, no te lo tomes tan mal, escoria, deja que mis retoños
disfruten con su primera muerte- entonó macabramente.
-Yo creo que ya ha sido más que
suficiente ¿no os parece muchachos?- resonó una voz entre los árboles.
-¿Quién hay ahí? ¡Muéstrate, te
lo ordeno! – gritó nervioso.
-¿Sabes? Odio que me den órdenes-
dijo entonces más cercana la voz.
Pronto comenzaron a proferir
alaridos de terror los cazadores. Lyssana no comprendía qué estaba pasando ni
veía nada, intentó centrarse en lo que sentía pero era inútil, estaba demasiado
asustada para concentrarse. Pudo distinguir al menos dos voces, entre ellas la
de su anterior interlocutor, aullando la palabra “monstruo”.
Entonces, los gritos se
perdieron, lentamente, a lo lejos y una sutil ráfaga de aire la rozó
suavemente.
-¿Estás bien?- le preguntó la
misteriosa voz, entonces ella se echó para atrás, nerviosa.- No te preocupes,
no voy a hacerte daño.
-No… no lo sé, de repente me caí
y casi no recuerdo nada más salvo dolor- dijo aún muy inquieta.
-Espera, te sacaré esa flecha-
dijo y, acto seguido, un repentino tirón en su brazo despertó de nuevo la
horrible sensación pasada en ese lugar.
-¿No gritas? ¡Qué dura!
-Estoy acostumbrada, lo nuevo es
lo de la cara- dijo con amargura.
-No tiene buena pinta, desde
luego, se han pasado bastante.
-¿Tan mal está?- cuestionó aún
más asustada.
-No sé cómo sería tu cara antes,
pero no creo que se le pareciese.
-De acuerdo… - dijo intentando
calmarse mientras palpaba uno de sus bolsillos.
-¿Qué buscas?
-Unas hierbas medicinales que
siempre tengo a mano ¡Ajá! Aquí están- entonces intentó colocárselas.
-Déjame que te ayude. No creo que
esto vaya a hacer mucho, pero si insistes.
-Sí, el dolor ha dejado de
aumentar, así que es buena señal.
Cuando aquel extraño acercó su
mano para curarla, instintivamente retrocedió.
-Tranquila, de verdad sólo quiero
curarte.
Por más que le decía no podía
creerle ni relajarse, pero las hierbas las había cogido él, así que no tenía
mucha opción. Cedió y le dejó hacer.
Entonces, una sensación muy
refrescante empezó a aparecer en la zona de sus ojos y, aquel desconocido
comenzó a vendarla para sujetar las hojas húmedas.
-Gracias- dijo.
-No me las des aún, no he
acabado, falta tu pierna.
-¿Qué ocurre?
-Digamos que no está en su mejor
momento, no te preocupes.
Entonces, un tirón fuerte en el
muslo desgarró la carne de su pierna, produciendo un nuevo dolor y despertando
uno que casi no había notado antes, a esto le siguió otra sensación fresca y un
nuevo vendaje.
-¿Por qué me ayudas?- preguntó
confundida.
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-Porque no me conoces- dijo como
si fuese una obviedad.
-¿Cómo te llamas?
-Lyssana.
-Yo soy Kergos. Ahora ya no somos
desconocidos.
-Ya, bueno, la cosa no se resume
así.
-Tampoco hace falta complicarse
más.
-Lo que tú digas- concluyó así la
conversación mientras intentaba levantarse.
-¿Qué haces?- cuestionó entre
sorprendido y algo preocupado.
-¿No es evidente?
-Sí, desde luego, tu intención es
clara, simplemente me preguntaba a dónde vas a ir.
-Me da igual, a cualquier sitio
donde pueda esconderme, puede que vuelvan a ver si queda algo de mí- dicho
esto, no pudo evitar emitir un quejido al resbalarse y caer sobre su pierna.
-Te llevo, conozco un buen sitio-
se ofreció.
-Gracias, pero no, me puedo valer
por mí misma.
-Entiendo, sí, vale, no lo pongo
en duda, seguro que llegas muy lejos herida y ciega- dijo con cierta sorna
notable en su voz.
Tenía que admitirlo, ahí tenía
razón ¿Qué opciones tenía? ¿Deambular por el bosque a tientas? en poco tiempo
la encontrarían o se caería por algún barranco, no conocía esos parajes y sin poder
ver absolutamente nada, ponía más que en juego su supervivencia.
-Está bien- suspiró rindiéndose pero
sin bajar la guardia.
Resignada, simplemente permitió
que se acercase. Sus movimientos fueron silenciosos, mas sin embargo notorios.
Primero puso su brazo tras su espalda, su sensación era cálida, bastante más de
lo que había experimentado antes. Por otro lado, su otro brazo lo deslizó con
cuidado bajo sus piernas, tras esto, y junto con un sonido seco, siguió una
sensación de vértigo, como de ascensión, su estómago pareció encogerse y empezó
a sentir que le costaba respirar.
Su respiración se aceleró por el
congojo, en busca además de ese aire ausente, ese tan insuficiente en esos
momentos. Comenzó a marearse, pero no por aquella sensación, sino por los
restos de veneno que aún corrían por sus venas, pasarían muchas horas hasta que
podría eliminarlo por completo. Imploró para sus adentros por no perder la
consciencia, pero dudaba de que ese deseo fuese tan siquiera posible.
-Relájate, si respiras tan rápido
te quedarás sin aire, disfruta del paseo.
-¿Cómo? para empezar no veo donde
estamos- dijo nerviosa.
-Tienes el resto de los sentidos,
olvídate de la vista.
-Ya, y los otros sentidos me
dicen que corro peligro.
-Tranquila, está todo bien- dijo
con voz calmada- respira despacio y verás que no te ahogas.
Consideró que no era momento para
objetar nada e hizo un esfuerzo por ralentizar su respiración. Se concentró en
inspirar poco a poco, concediéndose tiempo, mantuvo el aire retenido unos
segundos y lo expulsó paulatinamente. Este gesto insignificante fue
verdaderamente costoso en su inicio, mas después de repetirlo varias veces,
poco a poco fue haciéndose menos extenuante. La sensación de ahogo fue
desapareciendo con suavidad, como si se despidiese amablemente.
Pudo percatarse a partir de
entonces de que el viento acariciaba su cara con delicadeza y parecía
susurrarle palabras ininteligibles para ella.
No tocaba el suelo, de eso estaba
segura, él se encargaba de sujetarla mientras avanzaban ¿Por dónde? No lo sabía
¿Cómo? Lo desconocía ¿Podía fiarse de él? No apostaría por ello, la había
ayudado, sí, pero ¿Y si sus intenciones eran otras? Debía permanecer alerta, su
ceguera no debía ser una desventaja, él había cometido el error de concederle
una pista importante, contaba con el resto de sus sentidos.
Podría costar acostumbrarse, pero
ella sabía que era temporal, su vista regresaría, el problema era que no sabía cuándo
ni cuánto costaría, ni si la recobraría por completo, definitivamente esa arma
nueva era nefasta en cualquier circunstancia, pero si algo había aprendido con
el tiempo era a sobreponerse y a seguir adelante pasara lo que pasase.
-¿Estás mejor?- preguntó
interrumpiendo sus pensamientos.
-Sí- respondió escuetamente.
Cabía destacar que se parecía
preocupar por ella ¿o eso era lo que quería que pareciese? Siendo sinceros, no
sabía nada de él y sí, era consciente de que no se fiaba de nadie, pero tenía
muy buenos motivos para desconfiar. Si su propia supervivencia dependía de
ello, entonces no podía pararse mucho a pensar si podía intentar conocer a
alguien o si debía desconfiar desde el principio hasta el final.
Sumida en estos pensamientos,
empezó a ser consciente de que, muy despacio, suavemente su cuerpo estaba más y
más aletargado, pesaba más de lo habitual y eso le preocupaba en grado sumo
pues conocía esa sensación y lo que le seguía.
-Y dime ¿eres de por aquí?- dijo
como si estuviesen dando un agradable paseo.
¿Cómo podía estar tan tranquilo?
¿Cómo podía intentar empezar una conversación en esas circunstancias? No eran
dos extraños que casualmente se encontraron paseando y decidieron caminar juntos
mientras se iban conociendo, no, eso distaba mucho de la realidad. ¿Quizás
entonces estaba tan relajado porque tenía la situación bajo control?
Cada vez le dolía más la cabeza,
le costaba pensar con claridad, pero debía ser fuerte, debía resistir. Su
cuerpo pesaba más y más, pero no podía rendirse, no tan fácil.
Él quería hablar, pues bien, ella
le ofrecería la conversación que él tanto deseaba, eso la ayudaría a mantenerse
lúcida. Debía evitar por todos los medios perder la consciencia, debía pensar,
contestar sus preguntas, lo que fuese.
-No.
-¿Y qué hacías por aquí?-
continuó, curioso.
-Viajar, viajo mucho.
No debía soltar excesiva
información o podría estar en problemas, si no lo estaba ya.
-¿Tienes frío?
-No ¿por qué?- mintió.
-Tiemblas ¿acaso tienes miedo?
La tenía acorralada ¿ahora qué se
suponía que debía contestar? Claro que tenía frío, estaba quedándose dormida y
de todas formas de no haber sido de frío sería de miedo, no se sentía para nada
segura con él, ni con nadie.
Aunque aquello era algo que no
había sentido jamás, en realidad.
El sopor era cada vez más
notorio, le costaba concentrarse, cada vez se le notaba más en el habla, sus
palabras salían con esfuerzo de su boca y no le daba tiempo a pensar con
claridad en una respuesta aceptable para ella.
-¿Te divierte pensar que tenga
miedo?- apenas pudo decir como última defensa.
-No especialmente ¿oye estás
bien?
-No… n... no te... no te tengo
miedo- consiguió balbucear en su último esfuerzo.
Había sucumbido en la batalla.
Definitivamente estaba perdida.
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