Cuando llega el cambio - 17
Ante mis ojos se alzaba una modesta ciudad con casas ni tan opulentas ni
tan grandes como acostumbraba a ver, no obstante no se podía para nada afirmar
que estuviesen descuidadas en lo absoluto. Había más actividad allí de la que
acostumbraba a ver en donde vivía a esas horas, para nosotros era tardísimo, no
obstante las personas que estaban yendo y viniendo en sus quehaceres no
parecían considerar lo mismo.
Habíamos ido a parar a una plaza con una fuente en el centro, mas no era de
las que había en mi ciudad, más bien pensadas a modo de decoración, en su lugar
esta parecía tener concretamente la utilidad de lavadero ya que había un grupo
reducido de personas desempeñando dicha función mientras charlaban y reían
animadamente.
Los edificios a los lados de la plaza eran numerosos y estaban algo
apiñados, tan sólo un bloque junto a otro. Pude apreciar también como dos niños
pequeños, que a todas luces parecían hermanos, iban hacia el lavadero con cubos
casi tan grandes como ellos y los llenaban de agua, lo que me hizo sorprenderme
de la multifuncionalidad de la estructura.
-¿Te gusta?- preguntó Edmund.
-¿Dónde estamos?- quise saber con la curiosidad que había sustituido al
miedo de antes.
-En el último muro, lo llamamos “La ciudad del final”, aquí vivimos los que
no tenemos un estatus para vivir en otro lugar pero no somos tan parias como
para vivir desterrados.
-¿Aquí es donde vives?- cuestioné atando cabos.
-Exacto- me respondió con una tímida sonrisa-. Sé que no es como tu ciudad,
pero no tenemos tantos recursos.
-Un hogar es un hogar. Pero ¿por qué me has traído?
-Quería presentarte a unas personas, creo que entre lo que ellos piensan y
lo que tú sabes, podemos llegar a conclusiones.
Su respuesta me dejó intrigada por lo que lo seguí por las distintas calles
a ver por donde acababa aquel asunto. Caminamos durante un reducido lapso de
tiempo entre aquellos callejones desordenados que serpenteaban como ríos,
siempre cogida de su mano, siempre tras su estela, como si fuese tras una
estrella fugaz en mitad de la noche, viajando rumbo a lo desconocido en una
extraña pero trepidante aventura que sacudía mi monotonía. De hecho, si me
paraba a pensar, desde nuestro primer encuentro el pájaro de la asfixiante
monotonía había huido de su nido, el hastío parecía haberme abandonado por fin.
Nos detuvimos justo en la puerta de lo que parecía ser un local, ninguno
que yo hubiese visto o pisado antes eso seguro, mas se podía apreciar a través
de las ventanas a varias personas sentadas hablando en pequeños o grandes
grupos mientras bebían o consumían aperitivos, por lo que deduje que era un
sitio de reunión aunque bastante más bullicioso que los nuestros donde la
finura y elegancia siempre estaban presentes.
Edmund empujó las puertas y entramos juntos en la estancia, al principio
pasamos desapercibidos, luego conforme avanzábamos se hacían más notorias las
miradas curiosas que se posaban en mí y los cuchicheos que pretendían ser
disimulados, todo seguramente por desentonar o por no saber quien era ya que
quizás se conociesen entre todos.
Avanzamos hasta una de las esquinas de la estancia, cerca de una especie de
mostrador donde una chica joven atendía los pedidos de otras personas. Allí
había un hombre casi situado en edad avanzada que estaba acodado en una mesa y
con la mirada perdida en el fondo del recipiente que contenía su bebida. Como
todos en aquella estancia y al igual que mi acompañante, vestía de forma muy
humilde. Su canoso pelo dejaba entrever los vestigios de una juventud
anteriormente pelirroja, ahora casi completamente descolorida por el paso del
indomable tiempo y algo revuelta, acompañando a un rostro que prácticamente se
podía considerar anciano o que quizás estaba envejecido por la preocupación y
tristeza que parecían enmarcar sus ojeras. Compartía mesa con un par de chicos
que hablaban acaloradamente sobre un asunto que era desconocido para mí, uno de
ellos tan escuálido como para preocuparte por su salud, el otro con un poco más
de masa corporal. El más fibroso era a su vez el más alto de los dos, aunque l
primero que resaltaba en él era la larga melena que portaba. A mí
particularmente me llamó especialmente la atención ya que en la ciudad donde
vivía era impensable que un varón llevara el pelo así, en su lugar siempre iba
bien recortado. Tampoco era el único del lugar con el pelo más largo de lo que
era habitual para mí, mas ninguno lo igualaba.
Su compañero por ejemplo llevaba una media melena y parte de ella estaba
sujeta en una pequeña coleta en la parte superior de su cabeza. Ambos estaban
bebiendo y parecían muy concentrados en debatir algún tema escabroso ya que no
depararon en nuestra presencia hasta que Edmund habló.
-¿Ya estáis con teorías conspiratorias?- preguntó alegremente mientras daba
una sonora palmada en la espalda a cada uno, haciendo que se giraran.
-¡Ed! Ya estias de guelta- le respondió Feliciano el chico más alto.
En seguida me percaté de que hablaba como mi querida Lilith, lo que era
comprensible ya que de seguro en aquel lugar no sufrían represión por
expresarse así. Recordaba que Edmund me había explicado que lo que en principio
fueron problemas relacionados con el analfabetismo, posteriormente se convirtieron
en un dialecto a parte y en un motivo de orgullo de clase e incluso de
revolución.
-¿Quién es tu acompaniante?- quiso saber el otro chico.- No piarece de pior
aquín.
-Muchachos, ella es Sheryll- dijo a modo de presentación, lo que pareció
ser bastante así que supuse que los habría hablado de mí con anterioridad, lo
que me produjo un leve sonrojo.
-Encantada- respondí adornando mi rostro con una sonrisa.
-¿Entionces estie es tu amiorcito?- preguntó con pillería el chico de larga
melena, a lo que el aludido reaccionó un poco cohibido.
-Te los presentaré- me comunicó.- Este es Fran- comentó mientras señalaba
al muchacho que acababa de hablar- el otro chico es Allan y el señor que tienes
ahí es Max- en esta ocasión señalaba al hombre pesaroso de la mesa, que apenas
alzó la vista cuando le nombraron.
-¿Qué te pasa?- le preguntó percatándose ahora de su estado y perdiendo en
consecuencia toda sonrisa.
-Nio siabemos niada de Zoe- le susurró Allan, a lo que mi acompañante
reaccionó con sorpresa y preocupación, claramente alarmado.
-¿Desde hace cuánto?- cuestionó en tono serio.
-Va a hacier dios días. El piobre ni come, ya nio sabiemos donden buscar-
añadió Fran con seriedad.
Edmund se llevó las manos a la cabeza, era evidente que la situación no
pintaba bien.
-¿Quién se Zoe?- pregunté no teniendo muy claro si era un buen momento pero
precisaba de información para ponerme en contexto.
-Es siu nietan- dijo Fran mirando a Max- y lo mias parediedo a unia
hermania piara Ed.
-¿Cuál es el último lugar en el que se la vió?- cuestionó nervioso.
-Lia fuenste- respondió Allan- esio es lo mias raro. Niuncan había
desiaparecido nadien en lia ciudas.
-¿Suele desaparecer gente?- quise saber, alarmada.
-Digamos que no es demasiado raro- contestó mi acompañante con pesadez
mientras se encogía de hombros, parecía algo que ya estaba asumido.
-¿Habéis hecho ronda por el alcantarillado?
-Clario, pior cadia recoveco, pero nio aparece. Nio quieremos pensiar en lo
pieor piero…- empezó a elaborar la frase Fran, pero Edmund lo cortó antes de
que pudiera decir lo que ninguno quería oír.
-No hay por qué pensar en lo peor- dijo brusca y secamente, tanto que me
sobresaltó.- Lograremos encontrarla- finalizó probablemente más para sentirse
más tranquilo que por pensarlo de verdad.
Aquella escena era desgarradora, se veía la frustración, la impotencia y la
preocupación en sus rostros, podía olerse, percibirse por cada uno de los
sentidos… Me salió de corazón coger la mano de mi querido Edmund y decirle
palabras de aliento.
-La encontraremos, yo también ayudaré a buscar.
Ante mi gesto y palabras, pareció salir de su bucle mental y de pronto
reaccionó casi cambiando de tema.
-Quizás sea el momento más oportuno. Muchachos, no la he traído sólo para
presentárosla, sino también por un buen motivo- comenzó con su explicación.-
Recientemente ha averiguado cosas muy importantes que igual son claves para
encontrar a los desaparecidos o al menos saber qué fue de ellos.
Se quedaron estupefactos mirándome, incluso Max salió de lo más hondo de
sus pensamientos para prestarme por fin atención, de hecho tanta estaban
depositando en mí que era abrumadora, a parte era tanta información la que
traía conmigo que tampoco sabía por dónde empezar o a quién confiarla.
-Vosotros siempre decís que tiene que haber alguien por el alcantarillado,
que no es normal que pasen las cosas que pasan por aquí- empezó él a hablar en
mi lugar a lo que ellos asintieron.- Bien, resulta que quizás no vayáis tan
desencaminados. Por lo que ha averiguado Sheryll, los humanos no debemos ser los
únicos habitantes de este mundo. Realmente tampoco sabemos qué hay más allá de
estos malditos muros ya que los que son expulsados o se van no pueden regresar.
Por lo visto, hay seres de otras razas pululando por ahí con formas y
habilidades variopintas. Lo que hemos logrado deducir a partir de la
información que tenemos es que debe de haber una especie de élite entre la
clase alta que sí lo sabe y algunos de ellos se dedican a su caza. Por lo que
ahora suelto una idea al aire ¿Quién nos asegura que esos seres no son los que
se llevan a los nuestros? Todos afirmamos en ocasiones oír susurros y sentirnos
observados en el tramo de alcantarillado, que nos hayamos acostumbrado y lo
hayamos achacado al miedo y a la oscuridad no lo desvincula de esa posibilidad.
Su discurso hizo que las expresiones de sus rostros fueran cambiando,
pasando desde la expectación, la sorpresa y la incredulidad a casi la
aceptación.
-Esio explequiaria muchias cosas- concluyó Fran a modo de visto bueno
extraño de una teoría más extraña aún.
Allan por su parte, seguía meditabundo.
-Y de sier asín ¿qué podríanmos hacier?- se apresuró a plantear.
-De ser así al menos tenemos un punto de partida, podemos imaginarnos a qué
nos tendríamos que enfrentar- contestó un raudo Edmund.
-Nio quiero dudarn de tu amiorcito, Ed, perio no siabemos qué vio, si lio
vio ni comio vencerlo- refutó Fran.
-Había una especie de diario- dije a media voz interrumpiendo el intento de
réplica de mi acompañante hacia el comentario de su amigo, cuando hablé recobré
la atención de todos, salvo la de Max que no había dejado de estar en mí desde
la última vez- tenía bocetos de distintos seres, explicaba de forma detallada
sus características y sus puntos débiles.
-Valie, ahora nios queda saber qué sion- comentó Fran.
-Me da igual lo que sean- casi gruñó Max, quien por fin se pronunció en la
conversación- pienso ir y sacarles las entrañas por llevársela- concluyó dando
un golpe en la mesa, haciendo que un par de personas se giraran en nuestra
dirección.
-Tranquilo, si les matas no te dirán dónde está ni si se encuentra bien-
intentó calmarlo Edmund.
Resopló de forma brusca, como un caballo enfurecido, como aceptando que tenía
lógica lo que le estaba diciendo pero sin gustarle lo que sus palabras conllevaban.
-Piensa esto, ahora sabemos más que antes, sólo necesitamos hacernos con
ese diario para saber cómo actuar, puede que logremos llegar a tiempo- siguió
Edmund en su intento por apaciguar su ira, no obstante por supuesto reparé en
lo que traían consigo sus palabras y le miré con incredulidad.
-Pp…er…- balbuceé como una niña pequeña asustada ante la idea de volver a
aquella habitación de los horrores.
-Amor, perdóname pero Zoe significa mucho para mí y para los presentes-
dijo a modo de justificarse- si ese diario es lo único que nos separa de ella y
lo que la puede salvar de una muerte violenta, me da igual quien lo posea, me
haré con él- sentenció totalmente firme.
¿Y ya estaba? ¿Simplemente tenía que aceptarlo? Por supuesto comprendía sus
sentimientos, pero si ya fue arriesgado entrar en aquella estancia prohibida,
no imaginaba una segunda vez. Además tampoco sabía si Francisco se habría
percatado de nuestra furtiva visita, si era así qué habría conllevado para la
pobre Astrid y, aunque no fuese así, si sería viable hacer una incursión una
segunda vez sustrayendo con ella un elemento importante y claramente delator.
El corazón volvía a ir desbocado ante toda aquella problemática.
-¿Me estás pidiendo que vuelva?- dije casi en un hilo de voz y de seguro
con el rostro desencajado por el horror.
-Te estoy diciendo que ese diario es de vital importancia y lo vamos a
conseguir por las buenas o por las malas. No te fue muy difícil entrar la
primera vez por lo que me contaste, sólo tienes que emborrachar a la mujer para
que baje la guardia y proponerle la incursión, luego te lo llevas sin que se dé
cuenta.
-¿Y cómo le digo que quiero entrar otra vez? ¿Qué excusa le pongo?- pregunté
con desesperación.
-Puedes argumentar simple curiosidad por el resto de seres que nos rodean,
ya que sólo conoces ese lugar como fuente de información no es algo tan raro-
elaboró rápidamente.
Mis ojos estaban fijos en los suyos, implorándole, mas sólo veía firmeza y
determinación en ellos. Busqué entonces en los de los demás algo de compasión,
pero sólo veía miradas esquivas, bocas cerradas frente la escena que se desarrollaba
ante sus ojos. Entendía su dolor y en parte no podía evitar preguntarme si
estaba siendo egoísta, no obstante la imagen de la estancia me agarrotaba y
oprimía, no me sentía con fuerzas.
Él pareció darse cuenta y se disculpó ante los presentes mientras me
llevaba fuera.
-Lo lamento, no pretendía ponerme así contigo, pero entiende que la situación
es crítica- se excusó ya en un tono más calmado y dulce.
-Lo comprendo…- respondí apesadumbrada y con la mirada perdida- pero tengo
mucho miedo.
-Todos aquí lo tenemos- comentó mientras cogía delicadamente mi barbilla y
me hacía girar la cabeza hacia él para que mi lluvia y su bosque volvieran a
unirse.- Sabes que no te lo pediría de no ser algo tan importante. Zoe es muy
pequeña, apenas tiene diez años ¿sabes? Aquí continuamente malvivimos ya por
las leyes, pero las frecuentes desapariciones hacen que sea más difícil. Max ya
ha tenido que enterrar a una hija no hace mucho, Zoe es la única familia que le
queda- me explicó con pesar.
-¿Y tú?- quise saber.
-Yo no mantengo un lazo sanguíneo con ninguno de ellos, pero Max me acogió
como a un hijo, le debo mucho, por favor dime que entiendes que no haya otra
alternativa.
-¿Y tus padres?- cuestioné con curiosidad mientras veía cómo aquel hermoso
y brillante bosque oscurecía por la tristeza.
-Mi madre murió cuando yo nací- dijo bajando la mirada- y mi padre
desapareció en una incursión hace unos años, desde entonces estoy con Max.
Me llevé la mano a la boca ante los horrores que imaginaba que habría
pasado, tal y como parecía ser la realidad a aquel lado del muro no debió ser
nada fácil para él salir adelante. Me preguntaba cuántos días habría pasado
hambre, cuántos días se habría sentido solo, cuánto tiempo habría llorado por
no saber dónde estaba su padre o si volvería algún día, quizás hasta el motivo
de su ausencia ¿Habría sentido que se marchó por su culpa y se habría torturado
por ello? Sabía que los niños tendían a culparse por lo que ocurría a su
alrededor. Fue imposible evitar que mi lluvia se desbordara fuera de mis ojos
ante dichas posibilidades, ante la más que probable certeza de que una persona
a la que amaba hubiese sufrido así, tan sólo quería abrazarlo por siempre y
prometerle que nunca más estaría solo.
-Lo entiendo- dije tras coger aire y soltarlo con pesar- ayudaré en lo que
pueda.
Entonces me abrazó con más fuerza que nunca y no paró de darme besos y
agradecerme entre uno y otro por mi colaboración.

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