Cuando llega el cambio - 10

Al día siguiente estaba tan feliz de volver a encontrarme con Edmund que casi ni me di cuenta de que mi madre me había llamado desde arriba de la escalera cuando estaba a punto de salir.
-Alto ahí jovencita- imperó para detenerme.
Yo me giré y esperé a que me comunicara aquello que le hacía retenerme, mas ella se tomó el tiempo de bajar hasta donde yo estaba para observarme más de cerca.
-Veo que estás muy contenta- comentó con una sonrisa pícara.
-Sí… hace buen día… - empecé a divagar.
-¿Cuándo nos lo vas a presentar?- cuestionó dejándome totalmente en jaque.
-¿A quién?- respondí con otra pregunta sin saber cómo escapar de aquello.
-Al chico con el que te estás viendo por supuesto- siguió sonriendo y me guiñó el ojo con complicidad.
Seguí mirándola con cara de desconcierto, no obstante ella se explicó.
-Vamos, queremos conocerle. Invítale a cenar esta noche, quiero saber con quién es que pasa tiempo mi niña y qué tan agradable es para que estés tan radiante.
Ante aquello asentí nerviosa con la cabeza, era la primera vez que me encontraba en una situación así y no estaba segura de cómo debía reaccionar.
Salí de casa en cuanto mi astuta madre me dejó libre y emprendí mi rumbo inicial hasta la calle donde Edmund trabajaba, quien me recibió con su sonrisa acostumbrada, aquella que me daba la bienvenida a mi remanso de paz.
Empezamos a hablar como si tal cosa, mas no podía dejar de pensar en la invitación y cómo decírsela. ¿Introducía el tema de conversación de alguna manera en especial? ¿Le preguntaba amablemente si deseaba ir a cenar conmigo? Que yo recordara nunca había elaborado una propuesta así y de alguna forma era evidente qué significaba aquella cena y qué se estaría asumiendo al ir, que ambos estábamos interesados el uno en el otro y que íbamos a compartirlo con nuestros familiares más allegados, de ser una presentación sin más, se realizaría en una comida o merienda ¿Acaso sería así por su parte? ¿Él me veía de esa forma o sólo éramos amigos muy cercanos? Tampoco había tenido nunca un amigo cercano como para saber si estaba errada. Decidí no dar más rodeos a mis pensamientos, armarme de valor, tan solo decirlo y esperar a lo que tuviera que suceder.
-Edmund ¿te gustaría venir hoy a cenar con mi familia?- lancé aquella losa de palabras repentinamente, aliviando parte del peso de mis numerosas cavilaciones.
Se quedó atónito y alzó la mirada para ver mi lluvia con su robledal.
-Verás… -empecé a explicarme- mi madre me ha detenido hace un rato y me pidió que te invite. Ellos… quieren conocerte.
-¿Les has hablado de mí?- preguntó nervioso y con brillo en los ojos.
-No hizo falta, ella lo adivinó por su cuenta, dice que se me ve radiante últimamente y lo achacó a una buena compañía- pareció esperar a que siguiese.- Tenía intención de contarlo en algún momento, pero se me adelantó, es muy perspicaz.
-¿Eres más feliz desde que nos vemos?- cuestionó de forma repentina y con suma curiosidad.
-Sí. Verás, de cara a la galería la gente que conozco guarda las formas y modales, pero estoy segura de que no les caigo del todo bien, mas bien no me aprueban, así que por muy educados que sean, se acaba notando- me expliqué.- Tampoco es que me importe, no simpatizo mucho con ellos así que simplemente me he dedicado a hacer mi vida, pero cuesta encontrar conversaciones interesantes con personas anodinas, además los planes que me gustan y disfruto no tenía con quien compartirlos tampoco, aunque sea de forma hablada ya que alguno que otro no es propio de una dama y todas esas tonterías. Sin embargo, contigo encuentro esas conversaciones que tanto me agradan y, al no juzgarme por aquello que me gusta, hago o digo, me haces sentir cómoda, me siento aceptada más allá de mi casa, eso no me había pasado antes, así que sí, me siento feliz.
Edmund iluminó aún más el día con su resplandeciente sonrisa de una vez escuchó mis palabras.
-Me alegra mucho oírlo y para corresponderte te diré que también me siento feliz contigo, no es habitual encontrar a alguien de tu posición que nos trate como a iguales, pero aparte de eso disfruto mucho el tiempo contigo, me gustan tus ideas y es divertido tener con quien compartir mis divagues, además te agradezco que creas en mí respecto al libro, porque nadie más lo hace.
-¿Por qué?
-Mis amigos consideran que es una pérdida de tiempo, que nunca voy a llegar tan alto.
-¿No creen que sea bueno?- pregunté sorprendida.
-Algunos no saben leer, más bien casi todos. Los que sí, sólo uno lo leyó y sí que me dijo que le parecía bueno, pero que es inútil ir contra corriente, nunca me concederán esa oportunidad.
-Qué triste… -añadí.- ¿Y tu familia?- pregunté con curiosidad ya que nunca me había hablado de ellos.
-No tengo- dijo con tristeza en su mirada pero con el tono de voz idéntico al del resto de la conversación.
Aquel robledal estaba en sombras y no sabía bien cómo impedirlo o devolverle su brillo habitual.
-Perdona, no quería…
-No te preocupes, no es muy reciente, hace años que soy huérfano- dijo quitándole importancia.
No sabía qué responder, me sentía horrible por haber sacado su dolor a relucir y no quería ahondar más en él, así que intenté reconducir el tema.
-¿Ya has logrado acabarlo?
-Estoy en el penúltimo capítulo- contestó retomando una parte de su entusiasmo.
-¿Tanto has escrito?- cuestioné sorprendida.
-Sí, anoche estaba inspirado, pero no he podido dormir casi por ello- terminó con una risotada feliz, adoraba verlo así.
-¿Y has pensado cómo terminarlo?
-Vaya, vaya- entonó una voz que por desgracia conocía, sacándonos de nuestra burbuja de felicidad- los rumores son ciertos.
-¿De qué rumores habla, Katie?- pregunté con pereza, haciéndome la tonta.
-Oh no te molestes en fingir conmigo, está más que claro. No aceptaste la propuesta de Charles porque está enamorada de este pordiosero- comunicó sin importarle la gente que se había parado a escuchar.
-Le ruego no se dirija a mí con esa condescendencia y falta de cortesía- le imperé de forma discreta mientras concentraba mis fuerzas en reprimir el creciente enojo que calentaba mi cuerpo- al igual que me gustaría que no se dirigiese a este joven de una forma tan poco fina e inapropiada.
Si íbamos a tener esa discusión tan “educada” no estaba dispuesta a permitir que siguiese menospreciándolo.
Ella iba a replicar, mas Edmund se adelantó.
-La dama está siendo educada, pero yo no tengo ningún reparo en decirte que no me gusta que me traten con desprecio, así que preferiría que no hablaras de mí así.
-¡Que insolente! No te debo ninguna cortesía precisamente a ti- dijo arrastrando las palabras- en cambio tú sí que no deberías dirigirte a mí de esas maneras, sirviente.
-¡Katie!- exclamó una escandalizada Astrid, quien venía con ella.
-No se altere, Astrid, ya sabíamos que no tenía clase ninguna. Después de todo está montando ella sola una bochornosa escena en mitad de la calle- le lancé aquel ataque para desviar la atención de sus palabras y desprestigiarla a ella en su lugar.- No tiene ni tan siquiera el decoro de tratarme con el título adecuado y además parece que pretende provocar una discusión ¡Qué comportamiento más poco característico de una dama!
La gente empezó a cuchichear detrás de ella, quien se alteró tras mis palabras y ver que no le estaba saliendo bien la jugada. En verdad, a nuestro “público” lo que más le iba a importar era su comportamiento ahora mismo antes que mi reprimenda por él a pesar de ser en mitad de la calle y por supuesto nada recordarían ya de sus acusaciones ya que la atención estaba totalmente dirigida a su bochornosa actitud tan impropia de una dama.
Sonreí interiormente mas no lo mostré en absoluto, la había dejado contra la espada y la pared, si seguía con su juego quedaría peor ella que yo, así que no le convenía. Iba a explotar de rabia cuando Astrid intentó contenerla para que no explotara delante de todo el mundo y tiró de su brazo para llevarla lejos.
-Esto no ha acabado aquí- dijo en voz alta antes de irse.
Hubo más murmullos sobre ella, pero en seguida la gente volvió a sus asuntos, no obstante como no confiaba en que no estuviesen poniendo la oreja, tanto Edmund como yo fingimos normalidad mientras él acababa de limpiar mi calzado.
-Gracias, señorita- dijo él en tono monocorde.
-De nada, a usted por hacer tan bien su trabajo- le comuniqué mientras le pagaba- por favor tenga sus siete monedas.


Me miró sorprendido y le guiñé el ojo que no se podía ver desde el punto de la calle por donde pasaba todo el mundo, esperando que entendiese mi indirecta. Me alegré que hubiésemos fingido aquello ya que todavía alguien cuchicheó sobre el importe y bueno después de aquella escena y lo pendiente que estaba la gente de nuestro comportamiento, lo que mejor pude hacer fue marcharme.







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