El hogar de los olvidados - Capítulo 6 - Tratamiento



Recogimos todo y fuimos rumbo al comedor, ciertamente sin saber si teníamos, o al menos yo, más hambre que cansancio. Cuando llegamos había una fila más que considerable, por lo que podía entrar dentro de las posibilidades que no llegásemos a tener la oportunidad de llevarnos algo a la boca. Con lo que desgastaba la tarea que nos habían encomendado, resultaba bastante injusto no contar con alguna ventaja respecto al momento de llegada de la fila, sino más bien lo contrario. Aunque supuse que igual sería una segunda parte del castigo, el oír rugir tus tripas mientras te corroe la rabia y la sensación de vacío por ellas tras una ocupación exigente.
Al parecer la suerte decidió estar de nuestra parte y nos concedió los últimos cuencos de la fila. Este dato me llenó de alegría no obstante, si lo pensaba bien, jamás habría imaginado que llegaría a sentirme afortunada tan sólo por poder llevarme algo a la boca. Sin embargo eso significaba que Beatriz no comería hasta, con suerte, la cena. Sentí lástima por ella irremediablemente, ya era la segunda mujer desafortunada que veía pasar hambre a causa de un castigo y, a pesar de que desconocía totalmente los motivos del caso, me seguía pareciendo injusto y desorbitado.
¡A esos desgraciados hacía falta tenerlos sin comer y trabajando, a ver cómo aguantaban el ritmo!
Avanzamos en la fila en silencio mientras yo hervía por dentro, como una olla puesta a fuego muy alto, amenazando con desbordarse. Llegamos a la altura del cocinero quien, como el día anterior, nos sirvió un mejunje extraño a cada una ¿Cómo podían elaborar una comida tan asquerosa teniendo productos frescos en el huerto? Echaba de menos aunque fuese un guiso decente, con sus patatas tiernas, las verduras buceando en el caldo jugoso y, con suerte, algún que otro trozo de carne que lo acompañase ¡Eso sí que era comida y no aquella basura! Ya no decía la carne pero ¿tan difícil sería preparar un buen guiso con patatas y verduras? Se me hizo la boca agua tan sólo de pensarlo, de recordar su sabor o tan siquiera su aroma…
Tendría la mente puesta en otra parte, mas no se me pasó por alto que de nuevo el cocinero posaba sus ojos intencionalmente y demasiado tiempo sobre mí y de una manera que denotaba cierto interés del cuál yo carecía totalmente. No estaba segura de cómo de inteligente sería reprender la actitud de quien acababa de servirme aquella bazofia que llamaban comida, pero estaba tan agotada y hambrienta que no me sentía con fuerzas de decir nada, de derramar el contenido de la olla hirviente. Quizá fuese eso lo que hacían allí con nosotras, desgastarnos hasta rozar el límite para que pasásemos por alto la forma en la que nos trataban. Quizá sólo se tratase de envolvernos en niebla hasta el punto de que no distinguiésemos ningún camino, ninguna alternativa, tan sólo aceptar la quietud asfixiante de permanecer en un mismo sitio rodeado de una densa bruma. Nada de sol, nada de esperanza, tan sólo una nada que hacía que el corazón se encogiese y se formara un nudo en la garganta hasta engullirte por completo.
-¿Estás bien?- irrumpió Violeta en mis divagues.
-¿Eh? Sí, sólo  estoy cansada- mentí para no tener que dar explicaciones.
No era del todo falso, pero no tenía mucha energía en mi interior y, la poca a la que me aferraba para seguir en pie, desde luego no la iba a usar en algo que no implicara mantenerme activa. Al menos todo lo que podía llegar a estar…
Violeta suspiró.
-Ya os dije que no era buena idea.
-Clara dijo que tu castigo fue injusto y yo opino igual- intervino María, hablando con algo de firmeza.
-Pero ¿qué sentido tiene que paguemos en vez de una, tres por algo tan injusto? No lleva a ningún lado.
-Al menos no estarás sola- puntualizó su interlocutora con una tímida sonrisa, lo que pareció enternecerla.
Yo me dediqué a observarlas en silencio mientras comía, se me antojaban personas bastante peculiares, sin embargo parecía que habían encontrado su huequito en el mundo. María había conseguido protección y apoyo y Violeta… no lo tenía tan claro, pero mostraba sentirse bien en compañía de ésta a pesar de sus idas y venidas. No parecían malas personas, de hecho transmitían cercanía, de alguna forma a mí también me hacían sentirme al menos algo bien en aquel lugar tan extraño y desafiante. Era un poco como el oasis en el desierto, quizás una alucinación fruto de la desesperanza, pero placentero y sereno.
Si me paraba a pensarlo,  tampoco sabía muy bien qué éramos ¿compañeras de celda? ¿Amigas tal vez? Si echaba la vista atrás no es que tuviese muchas experiencias previas con las que comparar. Mi vida fue bastante ocupada con mi enseñanza, mis padres querían y esperaban lo mejor de mí y se encargaron de proporcionarme una educación tan exquisita que casi no quedaba tiempo para mí, para amigos o quizás para algún novio. Era alguien refinada, en la medida en la que mi carácter lo permitía, con conocimientos del mundo, del arte, de ciencias, algo a lo que muchas personas no tenían acceso y estaba orgullosa por ello. Sin embargo en ocasiones le daba vueltas a cómo sería yo o cómo sería mi vida de haber ido las cosas de otra forma.
Pensar en mi hogar despertó de alguna manera esa misteriosa mezcla que sentía últimamente de nostalgia y rabia ¿Habría reflexionado mi padre acerca de lo que implicaría llevarme allí arrastras? ¿Sería mi madrastra ya la reina oficial de la casa en mi ausencia? ¿Quedaría algo de mi casa cuando volviese? ¿Regresaría algún día de aquella pesadilla atroz?
-¿Seguro que estás bien?- cuestionó Violeta.
-Sí, sólo estoy cansada- respondí pesadamente y esperando que no volviese a preguntar.
Su mueca denotó que no sabía si creer en mis palabras, no obstante debió de considerar que era mejor dejarlo pasar. Lo agradecí, no iba a tener paciencia para otra pregunta.
Al terminar de comer, llevamos los utensilios como de costumbre y nuevamente me crucé con la mirada lasciva del cocinero. Mis tripas me pedían gritarle, increparle, pero mi mente y mi cuerpo no tenían energía para un enfrentamiento. Así estaban las cosas, ya no era el tornado que acostumbraban a llamarme, en aquel momento era una ligera brisa, apenas un soplo.
Decidí pasarme por el baño antes de ir a la sesión del doctor Fuentes. Era desagradable la experiencia, pero con algo de ayuda y equilibrio conseguí llevar a buen puerto mi acción, la verdad era que la preocupación ante lo que podría pasar si me resbalaba era motivación suficiente para ponerle esfuerzo.
Justo había terminado cuando hicieron aparición Margarita y sus secuaces, con obvias intenciones de causar problemas. Distinguí entre las presentes a Beatriz y su gemela, de hecho era bastante llamativa la incomodidad de la primera con la reciente y tensa situación.
-Déjame pasar- insté a la líder de las recién llegadas dado que se había puesto deliberadamente delante de la puerta.
-No- fue toda su respuesta y un par de sus amigas rieron maliciosamente.
-Tengo cita con el doctor, déjame pasar o llegaré tarde.
-Me da igual, tú no sales de aquí- su tono era una clara amenaza.
-¿Tienes algún interés especial en que no vaya a la consulta o es por tu reciente afición de molestarme?
Muchas de las presentes se sorprendieron ante mi insolencia para con la reina de la colmena, pero estaba bastante hastiada y a la gente como ella no había que mostrarla temor o se alimentaría de ello.
-He venido a hablar contigo.
-¿Y tus chicas de compañía también tienen algo que decirme? ¿O las necesitas para seguir dando tu impresión de mafiosa?
-No te pases, Clara- me susurró Violeta obviamente preocupada ante las represalias en lo que María se hacía una bola temblorosa, tal y como era habitual.
-No me paso, digo las cosas como tienen que decirse ¡Ya vale de tanto mangoneo y servilismo! - espeté. -¿Quieres decirme algo? ¡Atrévete a hacerlo directamente y en privado en vez de recurrir a tu séquito en todo momento!- le reté.
Se formó el silencio, uno denso que fomentó aún más la electricidad del ambiente, conformando una tormenta en la que estábamos cada vez más y más inmersas, como fuerzas de la naturaleza a punto de descargar la una contra la otra, arrollando todo al pasar.
Margarita pareció tener un breve debate interno, hasta que finalmente profirió un gruñido a modo de orden.
-¡Todo el mundo fuera de aquí!
Poco a poco, sus acompañantes fueron dejando la estancia. Quedaba una encogida y temblorosa María que fue socorrida a duras penas por Violeta, quien la ayudo a salir del habitáculo.
-Bien, ya podemos tener una conversación civilizada de tú a tú- celebré.
-A ver si te queda claro, novata. Tu no mandas aquí- dijo de forma amenazante mientras me empujaba contra la pared, colocando su cara y su cuerpo dentro de mi espacio personal.- Eres la última mierda de este estercolero.
-¿Entonces tú eres la reina de la basura?- cuestioné con sarcasmo.
Aquello no debió de hacerle tanta gracia como a mí dado que me soltó un puñetazo en el pómulo que me hizo girar la cabeza hacia el lado contrario.
-Si no quieres que te vuelva a demostrar cuál es tu lugar, más te vale que te mantengas en él y no te hagas con lo que no es tuyo.
-¿De qué diablos estás hablando?- quise saber mientras pasaba el dorso de mi mano por la mejilla magullada.
-Tu sólo no te olvides, o vendré yo a recordártelo.
El siguiente golpe fue en la boca del estómago, algo inesperado y que provocó que me doblase por el impacto. Así me dejó antes de marcharse y con varias incógnitas sobre el significado detrás de sus palabras.


Llamé a la puerta del doctor Fuentes con la esperanza de que no preguntase por mi aspecto.
-Pase- dijo desde el otro lado, así que seguí su indicación.- Tome asiento- continuó hablando desde el respaldo de su silla.
Entendía que quisiera ver el paisaje, pero ¿en serio debía hablar mirando a la espalda de un mueble en lugar de a la cara de otro ser humano? Me pareció de una falta de educación horrible ¿La sesión iba a ser así? Tenía ganas de hacer algún comentario mordaz al respecto, no obstante no me sentía con fuerzas de nada más. Lo dejé estar, me mordí la lengua y guardé la bilis para otro momento.
-¿Cómo le va?- me preguntó su característico tono serio.
-Ahí voy- respondí críptica.
-¿Le gusta este sitio?
-¿En serio me lo está preguntando?- se me escapó la primera cosa que pensé, movida por el resorte de la sorpresa.
-Sí, y me gustaría que fuese sincera.
-¿Qué tiene que ver con la terapia?- cuestioné a la defensiva.
-Sólo responda.
Suspiré sin saber muy bien por dónde iba aquello. Finalmente decidí ser sincera, por mucho que la vocecilla de Violeta que resonaba en mi cabeza me dijese que no era lo mejor.
-No.
-Entonces ¿por qué no se ha escapado todavía?
-¿Perdón?- pude pronunciar de la sorpresa.
-Al menos tendrá previsto hacerlo ¿verdad? ¿Se le ha ocurrido alguna manera?
¿Acaso estaba delirando? ¿Cómo precisamente él me iba a incitar a tal cosa si era el primer interesado en que me quedase? ¿Se trataba de una prueba tal vez?
La puerta se abrió de pronto tras de mí, para mi asombro y sobresalto por lo que me giré de inmediato. Ante mis narices tuve en el umbral de la puerta al mismísimo doctor Fuentes. O estaba peor de la cabeza de lo que creía o no me explicaba cómo había hecho para pasar de un sitio a otro de la habitación.
-Belén, sal de aquí ahora mismo- instó al respaldo de la silla.
Reconozco que me quedé mirando la escena con total curiosidad, ansiando entender la explicación de aquel misterio.
Un casualmente ofendido doctor giro el asiento, mostrando para mi asombro que había estado hablando con una niñita de unos catorce años.
-No debería asustar así a la gente, interrumpiendo una sesión además ¿no le da vergüenza?- le regañó sonando exactamente como Ángela.
-Deja de jugar a las imitaciones y vete con las demás.
-No quiero, me aburro- respondió para mi continuo asombro con la voz de Margarita.
-Quizás te aburras menos en aislamiento- sugirió con toda la intención.
La joven le miró enfurruñada y se bajó de la silla para dirigirse hacia la salida.
-La bata y las llaves.
-Se dice “por favor”- le regañó después de quitarse la bata de médico y de tendérsela junto con las llaves, justo antes de dedicarle una mirada de reproche y cruzar el umbral dando un portazo.
-Por tu mirada imagino que la acabas de conocer- comentó mientras se ponía la bata, a lo que asentí levemente con la cabeza.
-Es un pequeño diablillo que tiene una habilidad bastante curiosa. Ojalá la usara para hacer el bien-. Carraspeó a modo de reconducir la situación-. A lo que íbamos ¿cómo se encuentra?
-¿Aparte de sorprendida?
-Claro, claro- desdeñó con un gesto de su mano sin prácticamente mirarme mientras agrupaba sus papeles.
-Sinceramente, cansada.
-¿Emocional o físicamente?- su pluma comenzó a bailar sobre el papel.
-Ambas.
-¿Y a qué cree que se debe?
-¿Cómo que a qué? A que las raciones de comida son inhumanamente pequeñas, por ejemplo. No hay cuerpo sano que aguante con semejante dosis.
-Ya veo. Bueno, como comprenderá, son muchas ingresadas en la institución, llegamos a tener escasos recursos.
-¡Y un cuerno!- solté de pronto con tono alto y molesto, haciendo que levantase ligeramente la vista para dirigirla hacia mi persona en un instante fugaz-. He visto el jardín y el invernadero, la cosecha daría tranquilamente para mantenernos.
-Ya me han comentado que se ha pasado por allí ¿Le importaría aclararme por qué?
-Fui a ayudar- solté simplemente.
-¿A su amiga Violeta?
-Sí, supongo que no habrá ningún problema- más que afirmar, le estaba retando a que soltara tan siquiera una pega diminuta.
-En absoluto, siempre se necesita una mano con las tareas. No obstante esas actividades están planteadas como correctivo disciplinario de aquellos que rompen las reglas o se comportan de manera inadecuada.
-Ya sé cómo funcionan por aquí- escupí con cierto tono despectivo mientras lo observaba garabatear. A saber qué ponía…
-¿Tiene algún problema con la autoridad, señorita?
-Cuando es injusta, sí, y lo han sido con Violeta.
-¿En qué momento?
-La otra noche. Me encontraba mal y ella solo vino a ayudar.
-¿Qué le pasaba?- quiso saber.
-Me dolía la tripa- mentí para seguir con la misma versión de los hechos, pero él siguió escribiendo.
-Bueno señorita Aguirre, tenemos empleados haciendo ronda que se encargan de estas cosas.
-Espero que no se refiera a Ángela- resoplé con desdén.
-¿Ha tenido algún altercado con ella acaso?
-Precisamente fue quien castigó a Violeta injustamente.
-No se puede merodear por los pasillos de noche- fue toda su respuesta mientras mantenía su mirada clavada en el papel, como si fuese más interesante que la conversación que manteníamos.
-¿Ni siquiera cuando una amiga tiene problemas?
-No me encaja en el perfil de persona dependiente, señorita.
-Y así es, porque no lo soy- dije orgullosa.
-¿Seguro que la que estaba mal anoche era usted?- cuestionó con toda la intención y levantando con suavidad la vista para observar mi reacción.
Acababa de colocarme entre la espada y la pared si no conseguía mentirle de forma creíble.
-Claro, creo que algo me sentó mal.
Se formó un extraño silencio que hizo que transpirase ligeramente.
-Ya veo que tiende a la sobreprotección y está claro que encubrir a la señorita Lazarillo no le va a traer nada bueno y mentirme, tampoco- comentó a la ligera-. Ni usted ni su amiga son personas competentes para cuidar de nadie ahora mismo, tienen que centrarse en sí mismas. Intentar cuidar a otros solo las distraerá de su tarea. Le he asignado un nuevo tratamiento que creo funcionará bien con usted- comentó tras una ínfima pausa en la que recolocó sus papeles contra la mesa, mientras yo me sentía como un ladrón descubierto.
-¿Me va a dar más drogas?
-Justo se trata de lo contrario, ya que se opone tanto a los medicamentos, he pensado que encontraría este más aceptable.
De alguna manera esas palabras no me tranquilizaron…




Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.


¿Te ha gustado? Invítame a un café :)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Literartober 2023: Necronomicón

Literartober 2023: Cuervo

Acuerdos oscuros - Capítulo 6 (final) - Nueva era