El hogar de los olvidados - Capítulo 5 - Consecuencias
-¿Creéis que estáis en una cafetería? Violeta, tienes tareas
que hacer.
El sobresalto fue generalizado y, al dirigir la mirada hacia
la fuente de aquellas palabras, nos encontramos con una Ángela y su habitual
cara de pocos amigos.
-Ya estás yendo a hacer tus quehaceres ¡Vamos!- le indicó
con cierta sonrisa de cruel satisfacción.
La aludida se levantó en silencio sin casi acabar su modesto
desayuno y la siguió fuera de la estancia. Casi como en un cruce oportuno,
apareció Margarita con varias mujeres de diversas edades, quienes fueron a por
su comida; no obstante ella, nada más reparar en mi presencia, recorrió en una
línea horizontal su cuello con su pulgar, indicándome que nuestra turbulenta
relación no había acabado.
Suspiré.
-Parece que nos vamos a ver las caras más veces.
-Es peligrosa, intenta no enfrentarte a ella- me susurró
María tapándose la boca con la mano, supuse que para que no pudiesen
interpretar sus palabras.
-¿Has acabado de desayunar?- le pregunté cambiando
totalmente de tema.
-Me queda algo de leche.
-¿Dónde crees que llevarán a Violeta ahora?
-Posiblemente a hacer tareas pesadas como ayudar en el
huerto o el invernadero, la lavandería o cualquiera de esas ¿Por qué?
-Me siento algo responsable, voy a ir yo también- anuncié
con tranquilidad.
-Como te pille Ángela no le va a gustar- me advirtió
encogiéndose con preocupación y temor saliendo por sus poros.
-¿No le va a gustar que haga tareas?
-Que ignores su autoridad- volvió a comentar en un susurro
inquieto.
Resoplé un poco por el hastío, pero no descarté para nada mi
idea inicial.
-¿Sabes dónde está el baño?
-Sí, es la puerta de al lado ¿te acompaño?
-Si te hace ilusión…- respondí con ninguna emoción.
Recogimos nuestros utensilios primarios y los llevamos hasta
el mostrador donde nos los habían tendido momentos antes. Una vez allí, percibí
una mirada furtiva del cocinero pero decidí ignorarlo totalmente.
Cuando cruzamos la puerta de los baños, no pude más que
horrorizarme ante lo que no aprecié la noche anterior o en lo que no reparé. Se
trataba de una habitación sin prácticamente ventilación, con lo que el olor a
deshechos humanos y humedad era asfixiantemente ofensivo para cualquiera que
tuviese nariz. La estancia estaba apenas iluminada, por decir algo, por un par
de enclenques bombillas que colgaban desnudas del techo. Parecía todo un lujo
ver los lavamanos, más bien el lavamanos porque era una pila enorme que
abarcaba casi toda la pared, cuando comprobabas qué había justo enfrente. Se
trataba de un gran agujero alargado y situado en el suelo, relleno aún con
excrementos y otros fluidos calientes, suponiendo posiblemente la fuente del
olor ambiental de aquella maravillosa habitación.
¿Tan difícil era poner un par de inodoros y no obligarnos a
defecar como animales? Todo esto se situaba a los lados de la estancia, justo
frente a la puerta había una pared que no llegaba a conectar con el lateral,
quizás por evitar juntarse con aquel socavón horrible o por dar privacidad a lo
que esperaba que fuese la zona de las duchas. Visto aquello, me preguntaba si
albergaríamos la gran suerte de ducharnos como los seres humanos decentes o si,
en su lugar, recibiríamos manguerazos de agua fría.
-¿En serio esto es el baño?- quise saber aún con la
esperanza de que se tratase de una broma, una no muy buena por cierto mas ya
era el momento perfecto para detener, reírnos todos y mostrarme un lavabo
decente.
Al ver la cara de María mi burbuja explotó de golpe,
deshaciendo en el apestoso aire mi breve esperanza, sin duda era real. Se me
debió de encender el rostro de indignación e impotencia ¿Cómo podían tratarnos
así?
Igualmente la molesta sensación de mis tripas hizo
apremiante la necesidad de dejar salir el contenido de más que la oprimía.
-¿Cómo se supone que se usa esto?- pedí explicación con todo
el asco que podía albergar ya que no iba a llegar muy lejos.
No obstante, le di varias vueltas a la idea de dejarles un
regalito en el jardín ya que me trataban como a un animal. María me dio algunas
indicaciones de cómo hacer para no caerme en aquel hediondo e infecto agujero y
estuvo pendiente de que no me resbalase en todo momento mientras era acosada
por las moscas del lugar. Maravilloso…
-¿Y para limpiarme qué hay?- cuestioné temiendo la
respuesta.
-Nos aseamos en la pila- indicó con el dedo tras de sí, sé que
todo esto ahora te parece muy inapropiado, como a todas, pero te acabas
acostumbrando.
No podía creérmelo, juro que no cabía en mí en ese momento
del asco, ira e indignación ¿Pero qué gentuza regentaba aquel lugar infernal?
Cuando por fin salimos de allí, le pedí a María que nos saltásemos los talleres para echar una mano a Violeta,
quien pareció dudar por el desacato que implicaba nuestro acto pero lo bueno y
amable que sería para con nuestra compañera. Debió ser que ganó la empatía,
pero no sin antes pelear duramente contra las normas establecidas y el miedo a
infringirlas, puesto que me guio hacia el jardín.
Cuando cruzamos la puerta me sentí viva de pronto, de alguna
forma se había percibido como una eternidad todo el tiempo de confinamiento,
tanta que el sol me cegó de repente, haciendo que tardase unos minutos en
acostumbrarme de nuevo a su cálido brillo. Algo que antes daba por hecho,
súbitamente me parecía la sensación más hermosa del mundo el sentir la caricia
amorosa de los rayos de sol junto con la brisa otoñal. Pensándolo bien, un
camisón y estar con los pies descubiertos no era lo más apropiado para aquel
clima, no obstante estaba lejos de importarme mientras sintiese la hierba bajo
mis pies y el olor de las hojas secas y la tierra húmeda.
Allí tenían un huerto modesto, suficiente como para producir
alimento para mantener el lugar a flote sin más gastos en comida, y fue
precisamente donde encontramos a nuestra compañera agachada y con un cesto de
mimbre recogiendo parte de la cosecha.
-¿Tienes dos cestas más?- fue todo mi saludo.
-¡¿Qué hacéis aquí?! Os vais a meter en un lío- aquello
provocó que mi acompañante se encogiese, mas conmigo no sirvió.
-Es injusto que te castiguen, así que al menos deja que te
echemos una mano- propuse.
-¿Hay alguna manera de que te aborde la sensatez y
recapacites?- quiso saber.
-No- respondí con alegre seguridad, a lo que ella suspiró.
-Hay más en el invernadero.
Entré seguida de una siempre nerviosa María y, nada más
irrumpir, vimos a un par de mujeres.
-¿Se puede saber qué hacéis aquí?- preguntó indignada una de
ellas, la que parecía encargada del lugar por su vestimenta, carente de
camisón, que era el atuendo que nos caracterizaba a todas las pacientes.
-Venimos a las tareas del jardín- respondí con calma y
soltura, a lo que la mujer nos miró con extrañeza.
-No he sido notificada acerca de vosotras dos ¿Quiénes sois?
-Yo soy Clara Aguirre y mi compañera es María…
-Sáez, señora- respondió la aludida con timidez.
Aquella chica era un constante manojo de nervios con patas
que en ocasiones se ruborizaba ¿Cómo había sobrevivido en un nido de víboras
como aquel? Quizá sólo era una máscara para lograr protección de otros, porque
no me encajaba.
Nuestra interlocutora no parecía estar convencida ya que se
giró y se dispuso a revisar unos papeles que tenía sobre un armario del fondo,
justo a su espalda.
-No os tengo por aquí- anunció al cabo de un rato.
-Puede que se hayan traspapelado- sugerí.
La otra mujer, ligeramente más joven en apariencia, miraba
la escena con extrañeza mientras continuaba con su tarea. Entonces, la
sorprendida mujer se asomó por la puerta del invernadero y se dispuso a gritar
a un hombre rubio de pelo corto que estaba afuera centrado en lo que le ocupaba
en el huerto.
-Claudio ¿te suena que vinieran dos chicas más hoy?-
profirió.
El aludido se giró con ligera parsimonia y un claro interrogante
en la expresión de su rostro, mostrándonos una cara bastante atractiva mas levemente
descuidada dado el aspecto de su barba.
-Ven aquí- le ordenó sin miramientos, a lo que éste accedió
con pesadez.
Cuando se incorporó pudimos apreciar que se trataba de un
muchacho bastante alto y corpulento, pero no llegaba a imponer tanto de lejos
como cuando se acercó hasta nuestra altura. Cabía destacar que no le resultó
del todo sencillo pasar por la puerta sin agacharse.
-¿Qué pasa?- cuestionó con una voz grabe, como la que
retumba en la garganta de una cueva.
-¿Te suena de algo que Clara Aguirre y María Sáez empezaran
aquí hoy?
Él nos observó por un momento con unos ojos tan verdes como
el pasto en primavera. Su mirada era de extrañeza, así que me encargué de
hacerle llegar la mía de súplica en cuanto reparó de nuevo en mí, algo que
debió de captar al momento.
-Sí, puede ser. He estado algo ocupado cuando me lo han
dicho y no presté mucha atención.
-¡Serás zopenco! Cualquiera de estos días nos ganamos una
buena regañina de Ángela por tus despistes- le increpó de pronto.- Más te vale
que no se repita porque a este paso nos despedirán a los dos.
-Tranquila, cariño, no volverá a ocurrir- se disculpó ante
la que a todas luces debía de ser su mujer, dado aquel apelativo cariñoso, para
posteriormente retomar su tarea.
No pude evitar fijarme en que la otra mujer le lanzó una
mirada asesina a la encargada cuando se puso a gritar a su esposo. Si las
miradas fuesen puñales arrojadizos, aquella señora habría sido asesinada con
saña.
-Vosotras dos, vais a pegaros a Beatriz y a ayudarla con su
tarea ¿está claro?- ordenó refiriéndose a la mujer que estaba en la estancia
aparte de nosotras.
Ambas asentimos, a lo que ella prosiguió.
-Tú explícales todo, yo voy a tener unas palabras con mi
marido- salió del invernadero, tras darle indicaciones a nuestra compañera de
labor, como un vendaval furioso.
-Así que tú debes de ser Beatriz, encantada- intenté romper
la situación incómoda mientras tendía mi mano en su dirección.
Ella me miró con desconfianza, como lo haría un perro
callejero que está demasiado acostumbrado a que le apaleen.
-Encantada- respondió no obstante sin corresponder mi gesto,
por lo que bajé mi mano mientras me sentía un poco estúpida.
-Bueno ¿qué podemos hacer por aquí?
Los gritos de la reprimenda que tenía lugar fuera no
tardaron en hacerse oír hasta nuestra ubicación ¡Qué demonios! Eso debía de
escucharse hasta en el último resquicio de aquel edificio ¡Pobre hombre! Me
sentía culpable de haberle puesto en aquella situación comprometida, y lo peor
era que no se me ocurría qué decir para ayudarle a salir del paso sin
exponernos nosotras.
Haciendo como que no escuchaba el escándalo de afuera,
Beatriz se dispuso a explicarnos.
-Estamos cosechando, así que el siguiente paso es arar la
tierra para que se airee antes de proceder a sembrar- nos comunicó en lo que abría
el armario que se situaba al fondo y se hacía con un par de azadas.
Se quedó pensativa por un instante, suficiente para de nuevo
hacerse notar los improperios que aquella mujer estaba soltando a su marido,
algo que hizo que Beatriz apretase con fuerza el mango de la azada.
-Quizás deberíamos intervenir- propuse sin saber muy bien ni
cómo ni qué decir, mas con la culpa retorciéndose en mis entrañas.
-Siempre está igual, no sabe hacer nada más que soltarle
mierda- escupió Beatriz.- ¡Como si ella hiciese todo bien! Acaba de mandar a
tres personas que aren y sólo hay dos azadas.
¡Perfecto! Aquello era justo lo que necesitaba. Salí pitando
al jardín y me acerqué a ellos dos bajo la atenta mirada de sorpresa y
expectación del resto de las presentes.
-Disculpe señora.
-¡¿Qué?!- me gruñó tras girarse en mi dirección.
-No hay azadas suficientes para todas- comenté y posé mi
mirada por un momento en aquel hombre que aguantaba estoica e impasiblemente
aquella tormenta, sin expresión alguna en su rostro, como si se tratase de una
cotidianeidad a la que ya estaba acostumbrado.
-¡Pues que una coja un maldito cesto y se ponga a recolectar
con Violeta!- imperó con furia y se giró para retomar la sarta de improperios.
-¿Quién de nosotras hace cada cosa?- pregunté con fingida
inocencia para detenerla de nuevo.
-¡Me da igual, sólo hacedlo! ¡Sin mí este sitio se hunde!
Se fue renegando hacia el invernadero, momento que aproveché
para susurrar una disculpa a su marido antes de seguirla adentro.
-¿Sois estúpidas o qué? ¿No podéis pensar por vosotras
mismas una solución?- nos gritó airada, provocando que María se encogiese como
quien acaba de toparse con el rugido de una bestia salvaje, algo de lo que no
distaba mucho en aquellos momentos.
Beatriz volvió a apretar las manos en el palo de la azada,
provocando que por un instante temiese que fue a usarla contra ella. No
obstante, se limitó a tragarse su opinión y rabia.
-Disculpe, ha sido culpa mía. Soy nueva y…- me puse a
explicar, mas me interrumpió.
-¿Y ser nueva te exime de tu incapacidad? ¡Estoy rodeada de
tontitas buenas para nada!
María me agarró de la manga del camisón y me dirigió una
mirada significativa, un mudo “déjalo estar” y bien fuera por no empeorar la
situación o por no exponerla a una crisis, acabé cediendo con un suspiro
cansado.
Tuvimos que resistir no obstante una larga tanda de quejas y
reproches antes de poder ponernos manos a la obra. Al final, María iría a
recolectar con Violeta y yo me quedaría arando con Beatriz. Debía reconocer que
jamás en mi vida había realizado tal ocupación, pero preferí aceptarla como
algo nuevo que probar antes de enfadarme por la situación. A fin de cuentas,
fui porque quise. Sin embargo era de reconocer que la dureza de aquello tendría
que conllevar un mejor desayuno para poder resistirlo físicamente.
-¡Vaya genio que tiene! ¿Es siempre así?- comenté decidida a
romper el hielo.
-Es una bruja- fue toda su respuesta.
-Ya… No creo que lleguemos a ser amigas- respondí mientras
me hacía con algo de aire entre golpe y golpe de la azada- ¿Cómo soporta cada
día esto su marido?
-Porque es bueno, no se merece estar con ella ¡No le
merece!- detecté algo de veneno en sus palabras y me pregunté si habría algún
motivo personal detrás.
Llevábamos un rato cuando apareció en la puerta, apoyada de
lado en el marco, una doble idéntica de Beatriz.
-¿Te queda mucho, Bea?
-No lo sé, hemos empezado tarde- dijo ésta encogiéndose de
hombros.
-Pues va a ser la hora de la comida, así que mueve el culo o
te quedarás sin nada.
-¿No puedes guardarme un cuenco?- le pidió.
-Estás demasiado acostumbrada a que haga todo por ti, eres
muy dependiente- reprochó el reflejo de Beatriz.
Podría ser que físicamente se pareciesen, pero ya sólo la
actitud de ambas era muy distinta.
-Ya se lo pediré a Margarita, no te preocupes- dijo para mi
sorpresa.
-¿Acaso eres una perrita faldera ahora?
-¡¿Qué pasa aquí?! ¿Acaso os pensáis que estáis de
vacaciones?- abroncó la horrible mujer del invernadero.- Aquí no se admiten
visitas.
-Venía a ver si mi hermana tenía hambre pero ya me dijo que
no- mintió, no obstante la aludida se mantuvo callada, dedicándole una mirada
enfadada.
-Entonces tú te quedas a seguir con lo que estás, el resto
podéis iros- ordenó antes de salir de nuevo.
-Para que recuerdes a quién debes lealtad, hermanita- dijo
antes de marcharse.
Si así trataba a su familia, no quería imaginar qué haría
con sus enemigos.
Salí del lugar sintiendo pena por la pobre Beatriz y por
Claudio, además de sentirme confusa respecto a qué relación tendría ella con
Margarita para que ésta le hiciese un favor tan importante como conseguirle
comida.
***
Bueno, por fin volvemos por aquí. Ya siento estar tardando más, la jornada laboral es lo que tiene, así que os pido un pelín de paciencia de cara a la asiduidad de las subidas (yo seguiré subiendo capítulos, pero más despacito ^^)
Esta vez os traigo musiquilla para amenizaros la lectura, tanto más ambiental como con su letra y todo, voy con la primera.
Y ahora algo con letra que pegue un poco con el drama que se vive entre estas paredes, espero que os guste ^^
Y hasta aquí os dejo por hoy. Recordad que los likes animan mucho y ya que compartáis, echéis un ojo a Cupido y dejéis cafés es lo más ^^. Muy buen finde a todo el mundo.

This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
¿Te ha gustado? Invítame a un café :)
Comentarios
Publicar un comentario