Cuando llega el cambio - 20



Juro que no fui consciente de mi viaje, simplemente deambulé instintivamente por las calles con el ánimo por el suelo y la cabeza colmada de dudas y de pronto estaba ante la puerta aguamarina. Quizás en mi fuero interno decidí impulsivamente obtener las respuestas que no encontraba por mí misma y por supuesto no había un mejor lugar que el de origen de conflicto.
Salí entonces de mi niebla y abrí con decisión la verja, totalmente fuera de mi papel, la verdad era que ni me importaba en aquellos momentos, anduve hasta la puerta principal con energía y calor en el cuerpo y llamé. No tardó en abrirla una mujer menuda que me miró de hito en hito sin comprender aquella forma tan vulgar de hacerse notar en una propiedad privada.
-¿Puedo ayudarla?- cuestionó con precaución.
-Vengo a ver a la señora de la casa- contesté sin buscar su aprobación por mi visita.
-Disculpe pero no se encuentra- dijo con nerviosismo que delató su mentira.
-Bueno supongo que no pasará nada si entro a esperarla- comenté airada mientras la apartaba y me abría paso hasta el salón donde habíamos estado hablando no hacía mucho, donde por supuesto se encontraba bebiendo de su licor.-Ya veo que no estás en casa- fue todo mi sarcástico saludo.
-Disculpe señora, no pude retenerla- dijo la mujer dirigiéndose a Astrid.
-No te preocupes Dora, vuelve a tus quehaceres- le indicó sin mucha energía.
-Espero que tengas una buena explicación- exigí saber mientras notaba mi cara más caliente que nunca y el corazón respondía frenéticamente.
-No te debo ninguna, así que puedes irte por donde has venido- me encomendó sin ganas ni siquiera parando sus ojos en mí, echándome como a una vulgar mosca mientras seguía bebiendo cómodamente en la butaca.
-No te librarás de mí tan fácilmente, exijo respuestas.
Ante mi petición lo único que hizo fue reírse con suficiencia, lo que me enfadó aún más.
-Mírala, toda altanera y digna, enternecedor- se atrevió a pronunciar ya mirándome y dando otro sorbo al final.
-¿Se puede saber qué te he hecho que estás destrozando mi reputación? ¿Sabes el alcance de las consecuencias?
-Por supuesto que lo sé, pero eras tú o yo y no estaba dispuesta a ser yo.
-No te entiendo- comuniqué en un tono más bajo en busca de una frase coherente y completa.
-¡Despierta, niña! Francisco se dio cuenta ¿y eres consciente de quien iba a pagar la osadía? Tuve que hacer algo para compensarlo, ruin pero justo con el agravio provocado- explicó ordenando un poco aquel sinsentido y dando otro sorbo a continuación.
-Pero ¿cómo puedes protegerle después de lo que vimos?- acusé más que cuestioné.
-¡Ay, pobre infeliz! A la única que protejo es a mí misma ¿Qué crees que iba a pasar si me enfrento a él? Nadie iba a creer lo que dijera, es influyente y tiene buen respaldo social y económico- explicó mientras jugaba con la copa haciéndola girar en su mano y mirándola distraída.
-Yo lo vi también, podríamos haberlo intentado juntas.
Mi comentario suscitó una carcajada por su parte, lo que avivó mi fuego interno.
-Nadie iba a creernos, se mueve entre personas importantes, él es alguien importante. No… no, triste niña, perdimos esa batalla antes de empezarla y alguien tenía que expiar las culpas.
Resoplé indignada, no me creía lo que tenía ante los ojos, me había engañado completamente.
-No sabía que eras así… Justo en este mismo salón me has confiado cosas importantes, pensé que teníamos una relación un poco más estrecha…
-Vives tras una máscara y no distingues otra cuando la tienes delante, curioso- pronunció aquella idea como algo interesante a debatir mientras miraba como giraba la copa con fingido interés.- No sé si siempre he sido así, lo que sé es que prefiero destrozar tu vida a que la mía lo esté, no es nada personal- encogió sus hombros al terminar aquella frase tan fría.
-Bien ¿y has pensado en cómo vas a arreglar tu matrimonio tras esta traición?- cuestioné probando a ganármela de otra manera.
-Ya demostré mi fidelidad entregándote- me respondió mirándome con superioridad.
-La confianza perdida no se recupera e igualmente poseo información importante acerca de tus recientes aficiones, no querrás que se entere ¿verdad?- dado que ella estaba respondiendo de aquellas maneras, probé a arrastrarla a mi bando con mi amenaza, no es que fuese muy elegante por mi parte pero era la única baza que poseía para evitar que mi vida se desmoronase.
-Él ya conoce mis vicios y por supuesto después de lo de la incursión a su cuartito, no es nada.
-Ya pero ¿volverá a confiar en ti? ¿Qué te hace pensar que podrás tenerle siempre de tu lado? Como tú dijiste es alguien importante e influyente, en el momento que puedas significar una amenaza para su reputación, te hará lo que me acabas de hacer tú, la diferencia será que no tendrás mi respaldo en el futuro. No tires por tierra nuestra oportunidad, aun podemos hacer algo para pararle los pies.
Era un intento desesperado, de eso estaba segura, pero estaba jugando todas mis cartas a pesar de mi nefasta mano.
-Querida, no hace falta que sigas fingiendo que te preocupas por mí, estás exponiendo tus intenciones- me advirtió y me fijó la mirada en lo que daba un trago a modo de pausa en la conversación.- Además, lo tengo todo bajo control, sé cómo mantenerlo entretenido- tras esto apuró la copa de golpe.
Apenas la escuché tras lo primero que dijo puesto que la ira me invadió y se apoderó de mí con fuerza. Era verla ahí, burlándose de mí y de mi desgracia lo que encendía un fuego en mi interior que nunca antes había ardido de aquella manera. Era como estar en medio de un gran incendio forestal que consumía todo a mi alrededor pero no a mí.
No… ¡Yo era el fuego! ¡Yo era el maldito fuego que quería destrozar todo a mi paso en aquel mismo instante y quemarlo hasta que sólo quedaran las cenizas como testigos mudos de lo que algún día fue!
Actué totalmente por impulso, agarré su botella de licor y la estrellé contra la pared provocando que se desintegrara en múltiples cristales salpicados por la estancia, creando un charco con lo poco que quedaba en el recipiente en el lugar del incidente.
-¡¿Pero qué haces?!- me gritó, no obstante y dadas las circunstancias lo que rondaba mi mente era que debía sentirse agradecida de que la hubiese lanzado contra la pared y no contra su cabeza.
-¡No es nada en comparación a lo que tú me has hecho!- le gruñí en respuesta con desprecio. Romper la botella me había servido para aplacar ligeramente mi ira, mas no iba a evitar ninguno de los acontecimientos venideros.
-Habrías hecho lo mismo en mi lugar así que no vayas de digna ahora- acusó a voces.
-No habría hecho tal cosa- me defendí aun con el tono alzado.
-¿Ah, no? Y dime ¿qué opciones había?- preguntó inquisitivamente mientras me miraba con repudio y suficiencia, como si fuese al examen de moral más difícil del mundo y sólo ella supiese la única respuesta posible.
Me paré a pensar mas no podía de forma clara, las ideas se agolpaban en mi cabeza mientras ella preguntaba de forma reiterada por mis hipotéticas acciones, me saturaba, me sofocaba, no sabía que responder.
-¡No lo sé! Pero algo se me habría ocurrido, tú simplemente recurriste a lo fácil- espeté molesta.
-Claro…- dijo alargando pronunciadamente la “a”.- Se ve tan fácil fuera de situación y es tan sencillo juzgar. Y dime ¿qué habrías hecho si tu marido te empezase a interrogar sin tregua?- empezó a alzar el tono gradualmente, conforme parecía incrementar la desesperación tras sus palabras- ¿Qué habrías hecho si la vida tal y como la conoces pende de un hilo dependiendo de lo que digas a continuación? Un solo error y se acabó. No habrá casa propia, no habrá reputación, no habrá posesiones, no habrá futuro, no habrá nada sino la desolación, humillación y aislamiento ¡¿Qué habrías hecho salvo confesar lo que fuese para que tu marido deje de estrangularte?! ¡Maldita sea!- según concluyó, empezó a soltar todo lo que llevaba dentro en forma de lágrimas.
Sus palabras me sorprendieron y asustaron tanto que el fuego que traía se apagó para dejar paso a la estatua en la que me acababa de transformar. Mas apenas pude permanecer así ya que una estruendosa y conocida voz hizo su aparición reverberando en la estancia con tal potencia que parecía y se sentía capaz de romper la casa a pedazos y a nosotras mismas.
-¡¿Se puede saber qué es este penoso espectáculo?!- gruñó Francisco, quien acababa de hacer su aparición y al que seguro no habíamos notado llegar por el tono que producíamos nosotras desde hacía un rato.
No estaba claro si fue por la aparición de éste o por su estado emocional previo a su llegada, pero Astrid comenzó a llorar de forma más intensa todavía, con desconsuelo, aparentemente incontrolable haciendo transmitir con ello cómo parecía estar deshaciéndose por dentro. Como cuando tiras del hilo suelto de una prenda y, para cuando te das cuenta, está casi completamente suelta en una amontonada hebra.
-¡¿Quieres hacer el favor de callarte y contestarme?!- le gritó mientras se acercaba, pero ella no emitió palabra alguna, sólo siguió con su llanto, como si se ahogase en sí misma.
-Nada- me apresuré a intentar salvar la situación.- Hemos discutido y se ha alterado, nada más.
-Y por supuesto esa botella rota es fruto de su alteración- gruñó mientras señalaba la pared del altercado.
-Me disculpo, he sido yo, resul…
No me dejó terminar, me agarró por la parte superior del brazo e invadió totalmente mi espacio personal acercando su cuerpo peligrosa y amenazadoramente al mío.
-Tú más vale que dejes de meterte donde no te llaman porque puedes acabar muy pero que muy mal y no hablo de rumores falsos.
Su hostilidad me hizo retroceder hasta casi caer en una butaca que estaba detrás de mí. Me sentía acorralada por un depredador, me temblaban las piernas, tenía una extraña sensación de opresión en mi vientre y mi pulso estaba desbocado,  más por su actitud, lenguaje corporal y la energía que emanaba de él que por el repentino tuteo y el uso que le estaba dando, saltándose todas las ceremonias sociales.
-¿Lo captas?- me gritó en la cara, tan cerca que lanzó un poco de saliva en mi rostro al hablar, mientras me sacudía el brazo con ferocidad, haciéndome aún más daño que cuando lo mantenía solamente apretado.
-Sí, sí- respondí nerviosa y atropelladamente, necesitaba salir de allí cuanto antes y como fuese.
-¡Cállate y cierra la boca de una maldita vez!- le espetó.
Entonces hizo una tímida aparición la doncella que me había atendido en la puerta, intentando aplacar los ánimos de Francisco.
-Yo me encargo, señor- dijo mientras se acercaba a la desconsolada Astrid y la cogía entre sus brazos.
-¡Llévatela y que se calle de una vez! No soporto oírla.
-Me alegré de que Astrid tuviese consuelo por un momento, pero no podía eludir el hecho de que me acababa de quedar sola con la bestia de la casa.
-En cuanto a ti, más te vale no volver a pisar esta casa- me espetó pegando su frente a la mía.- Espero haber sido lo suficientemente claro.
Asentí como pude y soltó mi magullado brazo.
-Bien ¡Ahora largo!- me gritó nuevamente y salí despavorida.


Huí a trompicones por las calles, llevándome encontronazos con algunas personas que me miraban sin comprender o contestaban molestos, pero no me paré ni a pedir disculpas, de hecho no detuve mi carrera hasta llegar a mi hogar y cerrar la puerta tras de mí, donde apoyé mi espalda y me dejé caer entre ahogada y temblorosa y a punto de llorar por la tensión acumulada.
Entonces una titubeante voz sonó con delicadeza en el pasillo preguntando si se trataba de mi llegada, mas no me sentí con fuerzas de contestar y me desplomé allí mismo, encogida envolviendo mis piernas dobladas con los brazos.
-Señiorita- volvió a insistir la voz y Lilith apareció junto a mí, agachándose en frente en el suelo- ¿Quié le ocunrrió?
Al ver que me mantenía igual, me abrazó para transmitirme la calma y la tranquilidad que eran características en ella y su propia voz. Cuando me repuse al cabo de un rato en el que se mantuvo a mi lado con toda su paciencia, reiteró su pregunta, esta vez ayudando a que me incorporase y me guió hasta el salón principal, donde me acompañó cariñosamente hasta dejarme en una butaca. No obstante y totalmente sin pretenderlo tocó el brazo dolorido que Francisco había maltratado con su furia, por lo que mostré automáticamente una mueca de dolor de la que ella se percató al instante.
-¿Estiá herida? ¿Cómio? ¿Ocurrió algo?- Cuestionó con preocupación.
Aquella entrañable mujer era como una segunda madre para mí y como tan claro quedaba en aquella casa, una más de la familia, así que no podía mentirle y tampoco tenía la templanza suficiente como para contar una mentira creíble.
-Ha sido Francisco- dije con intención de comenzar a explicarme.
-¿Francisco? ¿El miarido de la señiora Astrid?- quiso saber con estupefacción.
-El mismo, me ha amenazado para que no vuelva por allí.
-¿Piero por quié? ¿Quié ocurrió?- cuestionó mientras remangaba rápidamente mi vestimenta para dejar al aire la parte dolorida y así poder evaluar los daños, donde se veía una marca roja.
-Discutí con ella, pero ese es el menor de los problemas ahora. Lilith, creo que estamos en aprietos, se han esparcido rumores falsos contra nuestra familia y ya he pagado las primeras consecuencias.
-¿Quié quiere decier?- quiso saber aún más alterada.
-¿Recuerdas que Edmund escribía? Bueno pues terminó su obra y yo me ofrecí a poner el libro a mi nombre para que pudiese salir al mundo. Pero los rumores malintencionados han precedido mi llegada y no querían saber de mi apellido en ningún sitio.
Mi querida Lilith se llevó la mano a la boca con oscuro asombro, lo que reflejaba la magnitud del problema al que nos enfrentábamos.
No pude evitar pensar de todas formas en las palabras de Astrid y en que tenía razón, acababa de actuar como un infante que se quejaba a su madre de que un compañero había sido malo con ella, entonces no me sentí para nada adulta y me avergoncé a mí misma.
Entonces la oí bajar por las escaleras, la habría escuchado aun sin querer ya que venía con una tos intensa, seguramente rumbo a la cocina a por agua.
-Señiora, no se mioleste y estié sentada, yo me encargio- dijo Lilith yendo en pos de su ayuda, acto que hizo que me repusiera con rapidez para ahorrar una gran preocupación a mi progenitora.
Pareció que iba a responder, sin embargo le dio un ataque de tos más fuerte aún que no se lo permitió, el cuál resonó de forma preocupante.
-Lilith ¿dónde está papá?- dije alarmada, poniéndome la manga en su posición adecuada e incorporándome para salir disparada a buscarlo ya que la gravedad de la situación era más que clara.
-Fue al riegistro de piatentes- me respondió tras hacer un pequeño y breve esfuerzo en recordar.
-Ve con ella al médico, yo iré a buscarlo. Nos vemos allí- le insté, a lo que ella asintió con la cabeza.









Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Literartober 2023: Necronomicón

Literartober 2023: Cuervo

Acuerdos oscuros - Capítulo 6 (final) - Nueva era