Cuando llega el cambio - capítulo 19



Un repiqueteo en la puerta invadió el silencio de la estancia y mis sueños. Tardé un rato en comprender que no se trataba de ningún elemento del reino de los sueños ni nada que estuviese en mi mente, sino que era más bien algo externo. Tenía un dolor de cabeza intenso, posiblemente a causa de apenas haber dormido, por lo que rezongué antes de poder siquiera abrir los ojos. Me sentía tan agotada que hasta moverme un poco era como pretender levantar cincuenta kilos con una sola mano, todo mi cuerpo me gritaba “vuelve a dormir” y por una vez mi cabeza estaba de acuerdo, mas los golpes en la puerta se habían vuelto impacientes.
-Desculpie sieñiorita- irrumpió la tímida voz de Lilith en la estancia- sus piadres desean habliar con usteiz con urgienza.
-Ahora bajo Lilith- vocalicé malamente y con la lengua pastosa.
Después de que se fuese prácticamente me arrastré fuera de la cama hasta dejarme caer, todo sin siquiera poder abrir los ojos así que una vez en el suelo procedí a frotármelos con pesadez. Iba de bostezo en bostezo mientras reunía fuerzas para levantarme del suelo en lo que me iba planteando si precisaría de fuerza bruta para despegar mis pobres párpados o si alguna vez volverían a abrirse, no obstante y para mi alegría finalmente se abrieron.
Mis esfuerzos ahora se centraban en levantar mi propio peso del suelo, mas dadas mis energía antes preferiría ir rodando por la casa, algo que iba a ser complicado en las escaleras. Pensar en esa imagen me hizo reír internamente, había que reconocer que cuando tenía sueño mi mente estaba más desatada y por tanto pensaba cosas de lo más extraño y disparatado.
-No me hagas subir a buscarte- oí a mi furiosa madre gritarme desde el piso de abajo, lo que me hizo ponerme en pie como un resorte.
Contemplé un poco el desaguisado que era pero creí que no era momento de acicalarme ya que estaba más que claro que no quedaba paciencia una planta más abajo. Me dirigí a la puerta y bajé las escaleras lo más rápido que pude sin tropezarme.
En el comedor estaban sentados a los lados de la mesa mis padres y Lilith, aquello era serio ya que sólo nos reuníamos todos cuando se trataba de un asunto familiar por lo que nos atañía a todos. Me aproximé a la mesa con cautela y me senté al lado de mi querida Lilith.
-¿Y bien? Aún estamos esperando explicación- comenzó mi madre aún airada- y tu padre tiene que irse al trabajo en un rato ¿Se puede saber qué diantres pasó con Astrid que estabas tan rara?
A pesar de lo brusca que estaba siendo entendí perfectamente que en el fondo estaba preocupada, no obstante me desagradaba que se dirigiese a mí de esas maneras, me hacía sentir culpable de algo de lo que se me había acusado. Dada la situación, podría decirse que ese algo era la desinformación y por lo visto no era la única que estaba en ese estado alterado solo que mi padre y Lilith lo disimulaban mejor, lo mantenían más para sus adentros.
Cogí aire, no sabía si mi mente estaba lo suficientemente despejada para esquivar preguntas y temas incómodos que no deseaba desvelar. Era perfectamente consciente de que si tiraban demasiado del hilo las consecuencias podrían ser devastadoras y mi madre tenía a menudo un sentido especial para captar cuando no le estaba diciendo toda la verdad, cosa que esperaba saber enmascarar ya con mi edad, eran muchos años de tira y afloja.
-Bueno como sabrás fui a casa de Astrid- empecé con un hecho ya constatado para aportar veracidad a mi discurso- que por cierto es preciosa, ya tiene todos los muebles y el jardín es inmenso.
-Al grano, cariño- interrumpió mi padre con suavidad pero firmeza en la voz.
Resoplé pesarosa, dando mil vueltas a mis posibles discursos, creí entonces que mi mejor salida sería decir una media verdad y hacerme ver demasiado sensible y preocupada por lo que iba a narrar para que pudieran aceptarlo.
-Me dijo que no es feliz, de alguna forma me hizo ver que deseaba no haberse casado, que Francisco no es ni por asomo gentil con ella- aquello era exponerla, pero sabía que esa información caería en el silencio ya que mi familia no se dedicaba a divulgar cotilleos.
La fiereza e impaciencia de mi madre pasaron a ser escepticismo.
-¿Y eso te ha afectado tanto?- cuestionó- no es ninguna novedad, si supieras lo que pasa de puertas para dentro en las casas no verías a la gente con los mismos ojos.
-Es sólo que… veía la idea del matrimonio ahora con más ilusión, es decir, conocer a Edmund me ha hecho replantearme cosas…- salté rápido con aquello para justificarme pero actuando lo suficiente como para seguir pareciendo inocente ante las preguntas de mi madre.
Me dolía hacerles aquello, pero consideraba que la información que traía conmigo podría ponerles en peligro y ese era un riesgo que no deseaba correr.
El tono de mi madre bajó y pasó a mirarme con compasión en sus ojos, haciéndome sentir un poco más arropada en lugar de interrogada.
-Oh cariño, pero cada pareja es diferente. Tu padre y yo por ejemplo tenemos una relación muy buena- dijo con dulzura intentando tranquilizar mi corazón.
-De todas formas ¿no crees que te estás precipitando?- preguntó mi padre con tensión en la voz- ¿Desde hace cuanto le conoces?
-No mucho, pero siento que es la persona que siempre esperé en mi vida y me da miedo que se convierta en alguien como Francisco o Charles.
-Cariño, me alegra mucho que consideres que Edmund es especial y te sientas a gusto con él, pero se precavida, no te dejes cegar por los sentimientos, el amor real va despacio- intentó explicarme mi padre.- Uno no conoce a una persona realmente en pocos días, es estupendo que te sientas bien con él, pero no te precipites, deja que se muestre como es y luego decides si de verdad lo amas.
-Sí, tesoro- continuó mi madre- a menudo la gente muestra su mejor cara y hasta que no pasa un tiempo no se van mostrando como son en otras facetas.
-¿Lo decís porque es pobre?- cuestioné con indignación.
-Para nada, precisamente yo soy de origen humilde y ya ves que le hemos recibido igual que a Charles y a sus padres, ya ves como Lilith es una más también- corrió mi padre a la defensa de la situación.
-Cielo, precisamente vas a acusar a las personas que no debes de discriminación clasista- reforzó mi madre la defensa.
-Es ciertio, señiorita- puntualizó finalmente Lilith haciéndose oír por primera vez en la reunión.
Resoplé abatida, tampoco quería enfadarme con ellos y no tenía esa visión de mi familia, mas me había molestado el comentario.
-Tu padre sólo te está diciendo que no te dejes arrastrar por los sentimientos que tienes ahora, es precioso que los tengas y que se haya convertido en alguien especial para ti, pero actúa con sensatez. Y esto te lo diríamos en el caso de tratarse de cualquiera, no por el origen de Edmund- pasó a explicar mi madre.- Si te das cuenta, estás hablando de matrimonio muy deprisa y precisamente tú has criticado eso en otras personas.
-He criticado los matrimonios arreglados- me defendí.
-Una mala elección en lo que a pareja se refiere y un matrimonio arreglado al final son lo mismo, un mal matrimonio- justificó mi padre.
-No estoy diciendo que quiera casarme ahora- puntualicé- lo que quiero decir es que no quería casarme con nadie, la verdad la gente que conocemos no me simpatiza. Es sólo que, ahora que Edmund está en mi vida, por primera vez me planteo la idea de casarme en un futuro y no lo veo como enjaularme.
Mi madre sonrió ante mis palabras con alivio.
-Me alegra, tesoro, pero dale tiempo a vuestra relación, no por ir más deprisa vas a ser más feliz. Hay que disfrutar del viaje- dijo a modo de consejo.
Decidí que lo mejor que podía hacer era dejar las cosas así ya que parecía que había sorteado bien la situación, aunque me extrañó que mi madre parecía estar perdiendo facultades, eso o yo tenía más experiencia acumulada.
Acepté sus explicaciones con un asentimiento y acompañándolo de un “me lo tomaré con calma” que pareció dejarles satisfechos y bien sea por prisa dado que mi padre debía irse al trabajo o por quedar contentos con cómo había ido la conversación no hicieron más preguntas, por lo que todo quedó ahí. Pensé entonces en sacar el tema de la enfermedad de mi madre a colación pero consideré que eso era jugármela y quizás provocar una discusión para la que no tenía energía suficiente así que decidí que lo reservaría para otra ocasión.
Nos despedimos cariñosamente de mi padre y yo desayuné y me arreglé para ir a la editorial, cruzando los dedos para resultar nuevamente convincente.
Tenía conocimiento de tres editoriales en nuestra parte del muro, por lo que fui a la que me quedaba más cercana simplemente por practicidad, contuve mis nervios al llamar a la puerta y esperé pacientemente a ser atendida.
Me abrió e invitó a tomar asiento una señora algo mayor que mi madre y ciertamente elegante que hablaba con una voz suave y cálida.
-¿Y dice que viene a traer su manuscrito señorita…?- prolongó la frase expresamente para que sonara a pregunta implícita sobre mi identidad.
- Almeth, soy Sheryll Almeth- respondí saltando como un animalillo del bosque, lo que hizo reír a la señora.
-Voy a comunicarle su llegada al señor Trent- anunció de nuevo sin soltar ese carácter tan acogedor y se perdió tras una gran puerta que había al final del pasillo que quedaba justo a mi vista desde el lugar donde me había acomodado para esperar.
Me quedé allí unos incómodos minutos en los que oí el viento silbar por los alerones del edificio, recuerdo que aquel día se había levantado un viento intenso, en los que se oían los segundos de un reloj de pared que había colgado tras la mesa de la mujer, unos minutos en los que cogí aire intentando calmarme y esforzándome en no hacer repiquetear mis dedos contra el manuscrito, no deseaba emitir más ruido del que ya reinaba en la estancia para no mostrar mis ansias por una respuesta.
Al fin apareció de nuevo la mujer pero su rostro no me trajo un buen presentimiento.
-Lo siento querida, pero hoy no podrá ser, el señor Trent insiste en estar muy ocupado- dijo con sincera decepción.
-Disculpe, no busco ser maleducada pero ¿no podría hablar un momento con él? No le robaré mucho tiempo, sólo quiero presentarme y hablarle brevemente de la obra, de verdad creo que es innovadora- probé a insistir pero intentando no parecer desesperada.
-Lo lamento querida, pero creo que no la recibirá.
-Comprendo…- dije un poco pesarosa- ¿Y puedo venir en otra ocasión? Un día que no esté tan ocupado, si usted me dijera…
-Lo lamento- me cortó pero procuró no ser demasiado brusca- pero me ha comunicado expresamente sus deseos de no recibirla en general.
-Disculpe, pero no comprendo.
La señora resopló ligeramente, no parecía cómoda en el papel que le acababa de tocar.
-Al parecer han llegado noticias a sus oídos y no quiere saber nada con su persona ni con su trabajo, así que lo siento mucho.
-¿Qué noticias?- pedí saber algo molesta y con curiosidad.
-No me ha querido transmitirlas, no obstante parecía molesto así que yo no insistiría. De todas formas le animo a que pruebe en la Editorial Del Caballero que está en la calle Magnolia ¿Sabe cuál es?- me indicó amablemente.
-Sí claro, gracias y disculpe las molestias- le respondí un poco pesarosa mientras recogía el manuscrito y me despedía con un gesto cortés.
-No fueron tal, suerte en su camino.
Aquella señora me había agradado, fue una pena que la respuesta fuese negativa, pero no conseguía entender lo sucedido, no acertaba a encontrar las noticias que pudiera haber recibido sobre mi persona como para no desear ni siquiera saludarme, me pregunté entonces si debía preocuparme por mi reputación en lo que llegaba a la siguiente editorial la cual directamente mantenía la puerta sujeta para que siempre estuviese abierta.
Me recibió un chico joven de pelo corto y corpulento con el que repetí la misma presentación que con la mujer anterior y también desapareció tras una puerta cerrada tras la que volvió al de un par de minutos.
-El señor Lavín me ha comunicado que le transmita una clara negativa a entrevistarse con usted y le inste a salir- me transmitió el joven también incomodado por aquellas palabras y el desaire que se veía claro no deseaba realizar a una desconocida.
-¿Puedo saber el motivo?- dije tras respirar profundo para mantenerme calmada.
-No me lo dijo claramente, pero han llegado a sus oídos algunas indiscreciones sobre su persona que no son de su agrado.
-¿Y no hay manera de hacerle ver que las malas lenguas se equivocan?- pregunté con un ligero tono tenso en la voz.
-No parecía abierto a una explicación- me comunicó encogiéndose de hombros.
-¿Puedo saber entonces de dónde llegaron tales rumores?
-Lo lamento señorita, pero esa información no está a mi alcance.
-De acuerdo, disculpe las molestias, joven- dije a modo de despedida.
-Que tenga un buen día- se despidió aun incómodo.
Aquello no era una mera coincidencia, alguien había estado esparciendo rumores malintencionados contra mi persona, no acertaba a dar con el motivo, pero si sus intenciones persistían tenía un problema grave, muy grave.
Me dirigí a la última editorial cambiando completamente mi estrategia con la firme convicción de que aquella sería una oportunidad diferente.
Llamé a la puerta y me recibió un hombre anciano y algo encorvado por la edad, sus facciones denotaban un agrio carácter, pero no me eché atrás por ello ni por la tosca entonación de su saludo.
-¿Qué desea?- casi escupió, parecía llevar más años de los que le gustaría en el oficio y tener amplias ganas de finalizar su vida laboral.
-Disculpe señor, vengo a hablar con el editor- dije sin perder las formas ni la sonrisa cálida.
-¿Tiene cita?
-No, pero no sabía que necesitara.
-Pues mire usted que sí- respondió con algo de brusquedad.
-¿Puedo pedirle entonces cita?- cuestioné suavemente sin perder la paciencia.
El hombre resopló y abrió un libro grande y pesado por el que deslizó sus dedos como si buscara algo y tuviese que usarlo de guía para no perderse.
-Hasta dentro de dos ciclos, no.
-Disculpe, eso es mucho tiempo ¿no hay ningún hueco antes?
-Mire señorita, esto es lo que hay, puede coger esa cita o irse por donde vino.
En ese momento irrumpió en la estancia un hombre joven que salió de la habitación contigua.
-Germán, no hables así a la dama- le riñó.- Disculpe, a veces olvida sus modales- esta vez se dirigía a mí y entonces me tendió su mano para que se la estrechara.- Me llamo Miles Valderyck, un placer conocerla señorita…
-Hannah Williams- mentí mientras estrechaba su mano y miraba sus ojos, todo acompañado de una sonrisa cálida.
-Encantado de conocerla, iba a salir pero mi cita no es muy importante, puedo sacar unos minutos si tiene tanta premura.
-Gracias señor Valderyck, no ocuparé demasiado tiempo- contesté ilusionada.
-Acompáñeme a mi despacho- me invitó mientras indicaba el camino hacia la sala contigua de donde había salido.
Una vez dentro él se sentó tras una gran mesa de madera y yo al otro lado en una silla modesta.
-Usted dirá.
-Bien señor, vine porque traigo una obra que puede cambiar el mundo de la literatura tal y como la conocemos.
-Eso es mucho decir, cuénteme ¿qué puede aportar?
-Pues verá, llevo años siendo una ávida lectora y legado un momento tengo un poco la sensación de haber leído más o menos lo mismo en algunas historias ¿No le pasa a usted que tras leer asiduamente ha llegado a comenzar historias que le parece que siguen el mismo patrón? Es como si se fundamentaran en los mismos argumentos y personajes.
-Es lo que vende, querida.
-Ya pero ¿no cree que con el paso de los años la gente se aburrirá de leer lo mismo?
-Para eso están las nuevas generaciones- me explicó intentando justificar el contrargumento a mi exposición.
-Soy consciente de ello ¿pero no es sobreexplotar las mismas ideas? Usted puede tener sed y beber un vaso de agua pero ¿qué pasa si bebe constantemente? Llegará un momento que no tenga sed y no desee más agua, quizás desee probar otro brebaje para variar, como el vino por ejemplo, algo que le haga sentir que su día es distinto a los anteriores, que los sabores que degusta no serán siempre los mismos, de hecho creo que el mismo ejemplo se puede sacar de la comida.
Aquel hombre estaba recostado en su gran sillón, acodado en la mesa y con su mano apoyada en la boca, como interiorizando y reflexionando ms palabras.
-Entiendo su punto ¿Y bien de qué trata su obra?
-Va sobre un viaje de un campesino por un reino mágico.
Mi comentario pareció despertar el sentido del humor de mi interlocutor el cuál se rio estruendosamente.
-¿Un campesino? ¿A quién le interesa leer sobre la vida de un campesino?
-Permítame la discrepancia pero si se toma el tiempo de leerlo ese personaje es muy cercano con el lector, campesino o no considero que tiene inquietudes que cualquiera podría poseer.
-¿Cómo cuál? ¿Habré arado suficientemente el campo? ¿Me dará tiempo a recoger el trigo de mi amo? Por favor señorita, la lectura es para gente culta, ninguno se sentirá identificado con un campesino- se mofó.
-El trasfondo de la historia es más bien la búsqueda de uno mismo- volví a argumentar en defensa de la obra.
-Vale, pongamos que yo acepto su idea y edito el libro – dijo ahora inclinándose sobre la mesa mientras la marcaba con el dedo índice-. Pongamos que alguien compra su libro, digamos un noble con tierras ¿qué le hace pensar que leerá más allá de la primera página en cuanto se dé cuenta de que el protagonista es un simple campesino?
-Considero que el lector valorará la originalidad del personaje principal y lo exclusivo de la idea.
Aquel hombre volvió a emitir una carcajada intensa.
-Me gusta, tiene carácter y firmeza en sus convicciones, sería una buena vendedora ¿sabe?
-Gracias- dije algo sonrojada, aquel comentario me sacó de situación.
-¿Y quién es el autor? Porque está claro que usted no.
-¿Disculpe?- cuestioné sorprendida.
-No se ofenda, es que uno escribe sobre lo que sabe y usted tiene tanta pinta de campesina como yo de barco.
Me quedé un momento callada pensando qué decir, pero él se me adelantó al notar mi inseguridad repentina.
-No se preocupe, no es la primera vez que ocurre que alguien sin nombre le pide a una persona de mejor clase social que publique su obra en su nombre- dijo guiñándome un ojo.
Entonces respiré tranquila al no tener que esconder dicha información.
-Su nombre es Edmund y como adivinó es una persona de origen humilde, pero muy buen escritor.
-¿Disculpe qué nombre ha dicho?- dijo repentinamente serio.
-Edmund, señor ¿hay algún problema?- quise saber algo atónita ante su reacción.
-Entonces imagino que usted es Seryll Almeth ¿no es así?- prácticamente me acusó.
-Sí… Siento haberle mentido pero…
-Márchese de aquí- fue una orden clara y prácticamente gruñida.
-Dispénseme, pero no entiendo cuál es el problema- respondí manteniendo mi tono cordial anterior.
-No haré tratos con usted, ahora lárguese- giró su silla y me dio la espalda mientras disimulaba su grosería mirando por la ventana.
Entonces me levanté pero no para irme, sino para encararle al otro lado de la mesa.
-No me iré sin una explicación, señor- dije mientras me ponía delante de él, obligándole a mirarme.
-No voy a hacer negocios con una insurgente, esta empresa y yo tenemos una reputación, no me expondré de esa manera- casi me escupió con desprecio.
-No soy una insurgente ¿de dónde sacó tal falacia?
-De fuentes fiables, así que le insto a marcharse sin armar más alboroto- me gruño mientras se levantaba cuan alto era y me miraba desde la cumbre de la cima.
-Las lenguas mienten y pueden labrar una mala reputación falsa, creo que usted es más inteligente que eso como para andar creyendo a cualquiera- le rebatí no obstante tranquila.
-Le pido que no cuestione mi inteligencia y que se vaya, está todo dicho.
-Muy bien- acepté finalmente a sabiendas de que no sacaría nada de esa visita salvo la información que me acababa de proporcionar- pues que tenga un buen día, señor Valderyck, espero que duerma tranquilo con su decisión- me despedí de malas maneras y cerré de un portazo detrás de mí.
Estaba por salir a la calle cuando el señor Germán me retuvo.
-Espere señorita Almeth.
Me giré bruscamente y le grité sin pensar por la frustración acumulada.
-¡¿Qué?!
-Oiga un poco de respeto- reclamó con molestia.
-Perdón, no es con usted la cosa- resoplé mientras ponía mi mano en mi frente.
-He oído la conversación y tenía noticias de la situación antes de que el señor Valderyck se hiciera oír hasta en la calle. Si usted quiere puedo decirle quien la está difamando.
Aquel gesto amable me sorprendió dada la naturaleza con la que se había mostrado previamente y mi curiosidad era más que suficiente para pretender saber más. Si alguien estaba contando aquello sobre mí, debía solucionarlo cuanto antes.
-Por favor le ruego que me lo cuente- le imploré en un tono más suave.
-Podría decirle, mas antes necesito un incentivo económico, ya me entiende…
Suspiré resignada, el tiempo iba en mi contra y no era momento para negociar con un avaro. Busqué en mi bolso pero apenas encontré un soborno decente, mas le ofrecí todo cuanto llevaba encima.
-¿Cree que esto da para media frase?- se jactó cuando le tendí el dinero.
Rebusqué entonces entre las pertenencias que traía conmigo tras dedicarle una mirada reprobatoria, decidí entonces ofrecerle el broche que sujetaba el pañuelo de mi cuello ya que no era un objeto con especial valor sentimental pero sí de cierto valor. Aquello pareció contentarlo ya que se lo guardó junto con el dinero rápidamente.
-Ayer vino una distinguida dama a advertirnos sobre usted y su amante y los difamó a ambos- me comunicó en voz baja tras mirar a ambos lados.
-¿Puede darme alguna pista de quien se trata?
-Era muy delgaducha, más o menos de su edad, bajita, de ojos verdes y pelo castaño. Creo recordar que su nombre empezaba por “a”.
-Astrid- dije casi en un susurro llevándome la mano a la boca en cuanto caí en la cuenta y sin poder salir de mi asombro.
-Exacto, la conoce entonces.
-Al parecer no tanto como creí- lamenté.














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