Cuando llega el cambio - 16



Hubo que dar unas cuantas explicaciones para poder sortear la barrera parental, mas acabaron accediendo a duras penas a mi petición siempre y cuando no tardase en volver, supuse que tras todo el día preocupados se alegraran de que por fin saliese de casa o incluso de la habitación. No obstante nada era gratis, me habían exigido con una sutileza pasmosa esclarecer el asunto a mi vuelta.
Él por su parte, no me había aclarado nada, sólo me pidió que me vistiera con ropa cómoda y le acompañara.
Le seguí por las calles, envuelta en curiosidad, aquella que había hecho de telón para cubrir una parte de los sentimientos que me oprimían hacía un rato. Por lo pronto era una distracción, de eso no cabía duda.
Mi sorpresa fue monumental cuando me condujo hasta un callejón apartado y miró con recelo, aunque en ese momento me di cuenta de que desde el principio parecía moverse con desconfianza y sumo cuidado antes de adentrarnos en él. Dicha forma de actuar me pareció rara y me puso en estado de alerta por no entender lo que estaba tramando. Me pregunté si debía preocuparme por su actitud y hacia el tipo de lugar al que nos dirigíamos, me pregunté si de verdad le conocía y podía confiar en él. A fin de cuentas ¿cuáles eran sus intenciones si tenía que estar tan pendiente de no ser visto?
Estábamos en un callejón que colindaba con la zona del cementerio, un lugar para nada transitado y menos a esas horas. Sentí algo recorrerme el vientre mientras se me disparaba el pulso, era como si de pronto se cumplieran las advertencias que me habían hecho de niña.
“No estés por ahí de noche”, “no pises lugares poco o nada transitados y para nada si están oscuros”, al menos podía afirmar que no estaba con un desconocido, que ya era algo a favor.
Se me formó un nudo en la garganta cuando vi que me conducía hasta un callejón sin salida, precisamente por lindar con el muro del cementerio el cual estaba cubierto por enredaderas, dejando con ello bastante claro que no estaba precisamente cuidado con pulcritud.
Mi mundo tembló ¿Qué me había perdido? ¿Qué pretendía de repente que nadie podía ver? ¿Por qué dirigirse de esas maneras a un lugar apartado?
La inseguridad y el terror ante la incertidumbre que sentí hacia lo que estaba ocurriendo y la falta de respuestas produjeron ante mí el despliegue de un sinfín de posibilidades a cada cuál más inquietante. Me sentía mal pensando de aquellas maneras y de verdad quería confiar, pero tanto su actitud como los acontecimientos me lo estaban poniendo realmente difícil.
Comenzaba a plantearme mis posibles salidas, aunque era evidente que sólo tenía una única vía, no obstante no parecía interesado en cortármela. No comprendía nada y precisamente por eso estaba tan atenazada por el miedo.
Se puso a rebuscar entre las plantas del muro hasta que debió de dar con algo, entonces las arrastró con la mano como si de una cortina vegetal se tratase, dejando ver la abertura en el descuidado muro que permitía un incómodo pero viable acceso al cementerio.
-¿A dónde nos dirigimos y por qué?- pregunté con recelo y como respuesta él me instó a callarme con un sonido.
Bueno, al menos debía preguntar…
Se retorció con cuidado para pasar entre la cavidad recién descubierta y me tendió la mano para invitarme a cruzar. Acabé cuestionándomelo durante unos instantes mientras le escrutaba en silencio.
Entrar en el cementerio por la noche no era lo que más me apetecía del mundo, de hecho me parecía una falta de respeto para con los que reposaban allí. Debió de percatarse de mis dudas porque articuló los labios sin emitir palabra alguna para decirme “No tengas miedo, no pasa nada”. O eso le creí entender ya que tampoco me lo confirmó, por otro lado su mirada expectante transmitía la tranquilidad habitual.
Suspiré y agarré su mano para cruzar a duras penas por la abertura. Me apunté mentalmente que no era buena idea llevar un vestido a una incursión nocturna porque para cruzar por pequeñas cavidades, subir muros o lo que fuera, no era ni muy cómodo ni práctico, pero tampoco había nada más en mi armario ni el de ninguna chica. En la parte en la que vivíamos, por ley social no escrita todas debíamos llevar largos y recatados vestidos.
Tras hacer verdaderos malabarismos para cruzar, vestido incluido además sin romperlo, finalmente estábamos al otro lado de la dejada estructura rocosa. Pero ¿qué hacíamos allí? ¿Qué era lo que iba a mostrarme que había que ir hasta un maldito camposanto por la noche? Otro dato importante a preguntarse ¿por qué no nos podían ver?
Una vez atravesado el muro, y supongo que en vista de mi creciente inseguridad, tomó mi mano el resto del camino, atravesando el silencioso y marchito lugar hasta llegar a un panteón deteriorado que se erigía un poco a duras penas. La verdad era que nunca me había parado a visitar aquel paraje, más que nada por no conocer a nadie que reposara allí.
No obstante, me producía bastante extrañeza su estado habitual. Es decir, a pesar de recoger a personas que seguramente tenían familiares aún vivos, como bien indicaban las flores que acompañaban a las lápidas, que bien podrían encargarse de su mantenimiento, o al menos nuestro gobierno mismamente. Me pareció una falta de respeto por parte de los vivos abandonar así a los muertos y una sensación fría se apoderó de mi corazón al pensar en ello. Por otra parte, indudablemente me pregunté dónde reposaban mis abuelos.
Me esforcé no obstante en volver al presente, sabedora de que no era el momento adecuado para detenerme a darle vueltas a aquello, y seguí centrada en la noble tarea de no tropezarme mientras íbamos hasta la zona trasera del panteón, momento en el que se me escapó el corazón a la garganta ya que era otra vía muerta y empecé a impacientarme ¿Se podía saber qué hacíamos a aquellas horas en aquel lugar? Necesitaba respuestas.
Fue en ese preciso instante cuando soltó mi mano y mi corazón se fue volando libre y fuera de mí, creo que ya ni le sentía en los segundos previos al siguiente movimiento de Edmund. Se dirigió hacia la tapa de una alcantarilla algo oxidada y maltrecha pero aún lo suficientemente resistente para prestar batalla al tiempo, se agachó sobre ella y, con sumo cuidado para no hacer ruido, la levantó y colocó a un lado, dejando la oscura cavidad abierta.
Me sonrió e hizo gestos para que descendiera por aquella abertura y debió ver claramente mi reacción de desconcierto porque intentó articular silenciosa y pausadamente con sus labios algo así como “explicaré luego”, o eso creí ya que entre lo trémulo de la luz y mis nervios no podría haberlo asegurado.
Me dije a mí misma que debía de estar muy enamorada, muy loca o ser muy ingenua e idiota, que de hecho no eran cosas incompatibles y bien creo que las reunía todas, el caso es que me tragué el miedo y me aferré a la confianza como única aliada, recogí el vestido como buenamente pude y descendí torpemente por una escalera metálica con roña de tiempo y época indefinidos. Como colofón, dado el olor que noté debía de haber algún hongo que otro adherido a los costados o esquinas donde se empalmaban los barrotes al borde, quizás se tratara de moho, pero lo mejor era no darle importancia.
Puede que fuese una ingenua loca enamorada, pero tampoco me atreví a descender demasiado hasta que comprobé que él me seguía, agarrando la tapa de la alcantarilla para cerrarla tras nosotros, dejándonos prácticamente a oscuras salvo por algunos resquicios de luz que se colaban a través de los dibujos de aquella tapadera.
Descendimos un pequeño tramo hasta que llegamos al fondo. He de admitir que nunca había estado en un lugar así y que era tan apestoso y oscuro como cabía imaginar, tampoco recuerdo una etapa de mi vida en la que me haya asustado tanto como últimamente.
Aquel lugar lúgubre y siniestro despertaba la imaginación y junto a ella a las peores pesadillas que cabía imaginarse. Me sentí dentro de un laberinto oscuro, apenas iluminado realmente, pero una sensación no se iba de mi cabeza y era ni más ni menos que la de sentirme observada y no precisamente por mi acompañante, sino de alguna especie de depredador, como si fuese el ciervo del bosque que no se ha percatado de que el lobo le está rondando. Esa sensación me hacía sentir escalofríos.
Edmund lideraba la marcha, de nuevo indicándome por dónde ir mientras me cogía de la mano y parecía demasiado concentrado en llegar a donde fuera que nos dirigíamos y en no hacer ruido como para dar explicaciones. De hecho apenas hice mención de preguntar nuestro destino que se giró hacia mí nuevamente para indicarme con otro gesto que guardara silencio.
“Mantente tranquila, todo está bien, esto seguro tiene una explicación” me decía una y otra vez mientras intentaba contener ya no sólo a mi descontrolado corazón, sino también a mi loco y preocupado cerebro.
Avanzábamos, silencio, sombras, extrañas miradas y movimientos en la oscuridad, o al menos eso me parecía, y sin embargo daba la sensación de que nunca acababa nuestro camino.
Empecé a preguntarme si conocería cualquiera que fuese aquel camino o, lo que era peor, la forma de volver a casa.
¿Susurros? ¿Acaso estaba escuchando susurros que no eran de ninguno de nosotros?
Aquello iba de mal en peor, ya ni conseguía mantener la calma, tan sólo imploraba por llegar a algún sitio bien iluminado, el que fuera, pero no estaría de más que se tratara de un sitio que me resultase familiar. Mi mente era devorada por aquellas tinieblas parte por parte y empezaba a creer que la cordura iba a abandonarme para siempre cuando empezó a surgir de entre la nada algo de luz, apenas era nada, pero sin duda resultaba mucho mejor que el resto del camino ya cruzado.
Paso a paso, poco a poco, la luz empezó a invadirnos, mostrando lo que parecía ser una pesada puerta sobre la que se sostenía un candil gracias a un agarre en la rocosa pared.
Miré hacia atrás sólo por hacerme a la idea de lo que había atravesado y no conseguía ver el inicio del camino, como era de esperar, de hecho nada más allá de mis narices. Nunca me había alegrado tanto de no tener miedo a la oscuridad, de ser así, habría sido un viaje mucho más terrorífico que no estaba segura de haber podido finalizar. Por otro lado, dada nuestra relación estaba siendo confiada e intentando no pensar mal respecto a Edmund y aquella situación tan extraña, pero no paraba de plantearme si estaba actuando de forma estúpida. A fin de cuentas, los sentimientos a menudo nos ciegan y hacen que actuemos un poco sin pensar. Si por lo que fuera habría tenido la mala suerte de fiarme de un criminal, seguro que no habría dado con una víctima tan fácil de secuestrar ¡Prácticamente me había dejado guiar como un corderito! Prefería no pensar así y me sentía algo mal por ello, pero mi instinto de conservación protestaba ante tanto secretismo.
Me preguntaba si ya era un momento adecuado para incomodarle a preguntas, pero los acontecimientos sucedieron antes de que pudiera tan siquiera abrir la boca.
Nos encontrábamos ante una robusta puerta a la que Edmund llamó con sus nudillos de una forma peculiarmente rítmica. Me mantuve a la expectativa mientras aguantaba la respiración para asustarme después, cuando se abrió una especie de pequeña pestaña en la rígida estructura, tras la cual aparecieron unos ojos grises. Mi acompañante dijo algunas cosas inconexas y, dada la situación, apostaría a que se trataba de una contraseña, mas o no era correcta o no debió valerle a quien fuera que estuviese detrás ya que aquellos nubarrones grises se posaron directamente en mí, a lo que Edmund respondió con un solemne “viene conmigo”.
-¿Respondes por ella?- preguntó una voz ronca procedente del otro lado de la puerta.
-Totalmente- dijo con seguridad.
Eso debería de haber aplacado mis miedos e inquietudes, pero decidí guardarme un poco de cada uno por si acaso.
Las puertas se abrieron con un chirrido escalofriante, pero no más que la estancia anterior, eso sin duda, aquellos pasillos eran difíciles de superar. Un hombre grande, robusto como un árbol centenario, nos dio paso por fin a un lugar más iluminado.
-Más vale que sea de fiar- casi gruñó- o ya conoces el precio.
Sin embargo Edmund no se amilanó, siguió firme en su decisión mientras avanzábamos ahora escaleras arriba y yo me mantenía estupefacta ante la situación.
Cruzamos una puerta más, aquella que daba a un lugar con muchas respuestas a mis preguntas y me hizo respirar un poco más tranquila.
-Bienvenida- entonó con una conjunción de nervios y alegría en su voz mientras se giraba hacia mí.










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