Cuando llega el cambio - 14
El pomo chirrió al girar, sobresaltándome un poco y causándome desagrado en
el proceso. Cuando la puerta se abrió, ella se tomó la parsimonia de correr las
enormes cortinas con calma, haciendo esperar a los rayos de sol que tanto
ansiaba en aquel momento. Mi sorpresa fue enorme cuando vi que no se trataba ni
más ni menos que de una simple oficina
¿Y éste era el gran secreto? ¿Una habitación privada? Quizás era más la
cuestión acerca de que asuntos le ocupaban allí, pero nada hacía notar que se
tratasen de actividades reprochables o dudosas. Recuerdo que aquello fue lo que
pensé, por ello la miré con incredulidad ante aquel espectáculo que empecé a
pensar que era fruto de su ebriedad. Ella comprendió mis pensamientos en cuanto
observó mi reacción tras recorrer con la vista la estancia.
-Por favor querida, no crea que los secretos van a estar a simple vista-
dijo con seriedad mientras se acercaba a un enorme espejo que abarcaba casi
todo el alto de la pared.
Entonces agarró una figurilla que había en la estantería más cercana a él y
tiró de ella hasta casi hacerla caer, cosa que me extrañó, pero entendí a la
perfección cuando, con un silencio abrumador, el espejo comenzó a alzarse,
desapareciendo para dejar paso a una abertura en la pared como del tamaño de
una puerta que conducía a una estancia más oscura.
El corazón se aceleró al comprobar aquella diminuta estancia que no
auguraba nada bueno. La miré con expectación y ella me devolvió una mirada
circunstancial.
-Aún no ha visto ni el principio, baje las escaleras- me indicó de nuevo en
aquel tono.
Tragué saliva y avancé entre la penumbra.
-Al bajar tiene un interruptor justo a su derecha, no se preocupe, voy
detrás suyo.
Aquello último me tranquilizó un poco, no estaba tan mal de la cabeza como
para descender aquellas oscuras escaleras hacia lo desconocido en la oscuridad
cada vez más absoluta e ir sola. Tanteé con cuidado los escalones para no
caerme, mas por suerte el descenso fue breve, más de lo esperado. Si uno se conocía
el camino podría bajar sin ninguna dificultad.
Cuando por fin llegué al final de la estructura, pasé mi mano por la
primera superficie sólida que encontré hasta dar con lo que parecía ser un
botón. La luz titiló unos instantes antes de dejar ver el completo horror de
aquella habitación.
No había ventana alguna en la pared y, lejos de tener los cuadros coloridos
de las otras estancias, ahí había lo más parecido a trofeos, unas veces
cornamentas extrañas que no tenían ninguna pinta de ser de ningún animal
conocido, al menos por mí, otras veces elementos extraños de los cuales
desconocía su procedencia. También había alguna que otra vitrina diseminada por
el lugar con un contenido a cada vez que lo miraba, peor. No estaba muy segura
de qué estaba viendo, pero juraría que eran miembros de algún ser o seres
extraños. Conforme más pasaba mis ojos por la habitación, más me horrorizaba de
todo cuanto había a mi alrededor y estaba tan inmersa en aquella escena
grotesca que casi ni me di cuenta de que Astrid había bajado también. Por
supuesto debía de haberlo visto bien porque, a pesar de que parecía tensa, no
estaba para nada sorprendida.
El tacto de su mano en mi hombro me hizo dar un respingo, encogiendo mi
estómago aún más de miedo, hasta que parecía que fuese a desaparecer o huir de
dentro de mí.
-Esto no ha acabado- me dijo casi en un susurro cuando me giré
sobresaltada.
Se dirigió con solemnidad muda hacia un gran armario que había a la
izquierda de la estancia y, cuando lo abrió, su interior no parecía augurar
nada bueno ya que el contenido eran unos cuantos artefactos misteriosos que
aparentaban ser herramientas de uso indefinido.
Mi rostro debía de estar desencajado, por lo que ella se encargó de dirigir
la situación.
Se acercó a un armario, abrió un cajón y sacó un libro sin título que abrió
para mostrarme. El susodicho estaba plagado de dibujos de seres que no había
visto antes, de los cuales algunas partes se encontraban en la habitación, y de
diversas anotaciones sobre puntos débiles y fuertes así como los utensilios a
usar en su contra y las situaciones idóneas para ello. Mi cordura no sabía
dónde esconderse de aquella barbarie y, de alguna forma, una parte de mí quería
creer que todo aquello no era más que una broma bien trabajada o que hubiese
alguna explicación lógica en su defecto.
-Antes de que me lo pregunte, sí, es completamente real- sentenció
seguramente imaginando el hilo de mis pensamientos.
Entonces la miré con un montón de preguntas atragantadas en la garganta,
luchando por ver cuál era la más importante y digna de ser pronunciada.
-¿Desde hace…?- titubeé.
-¿…cuánto tiempo lo sé?- completó mi temblorosa pregunta.- Realmente no
mucho y he de admitir que es uno de los motivos, o al menos el más importante,
por el que vivir en esta casa sin embriagarme se ha vuelto imposible.
Aquella respuesta me hizo sentir lástima por ella, mas no se me ocurría en
aquel momento cómo podía ayudarla. De por sí, sería muy mal vista socialmente
si se atrevía a separarse de su marido, posiblemente repudiada y obligada a
vivir pasando algunos muros, como mínimo uno.
-Lo siento, de verdad- pude decir casi en un susurro, era lo único que se
me pasaba por la cabeza para decirle, aunque no sirviese de nada.
-Que lo sienta no importa, querida, lo hecho, hecho está- dijo manteniéndome
la mirada y cerrando el libro con un golpe seco.
Ahora bien, siendo prácticos tenía un torrente de información macabra ¿y
ahora qué iba a hacer?
-¿Entonces todo esto es…?
-¿…real? Le aseguro que sí- respondió seriamente mientras depositaba el libro
en su lugar con el suficiente cuidado como para no delatarse.
Mis ojos se pararon entonces en una vitrina llena de un líquido que parecía
ser agua que había cerca de una butaca. Su contenido era lo que parecía un
brazo amputado, pero no exactamente humano ya que poseía unas afiladas garras
en donde debían estar las uñas, así como una piel extraña, con un saliente
membranoso en la parte del antebrazo.
Aparté la vista con el estómago revuelto por la impresión, mas no había
ningún lugar en aquella estancia donde posar la mirada sin sentirse al menos
incómodo, además lo que me hacía sentirme especialmente mal era que aquel
sillón estaba colocado de forma que pudiese ver toda la estancia, como para
disfrutar de las vistas. Esa idea se me antojó repugnante, no obstante seguía
necesitando respuestas.
-¿Entonces su marido…? ¿Se encarga de conseguir estas cosas?
-Mucho me temo que sí, y no precisamente de comprarlas dado que hay armas
en el armario y un ilustrado libro de instrucciones.
-¿Entonces qué hace? ¿Sale de caza?- intenté darle sentido a esa masa
amorfa de ideas e información confusa.
-Me temo que sí- dijo en un suspiro.
Empecé como a marearme por aquellas ideas y visiones nauseabundas.
-Mejor volvamos al salón- indicó y así lo hicimos, con el suficiente
cuidado de dejarlo todo como estaba.
Una vez allí, hasta los restos de pastel me despertaban una sensación
repugnante, supuse que al ver la comida y tan siquiera pensar en comer después
de lo vivido. Me senté para no caerme en la lujosa alfombra mientras ella hacía
lo mismo en frente, simulando con una elegancia pasmosa que no había ocurrido
nada.
-¿Por qué me lo has mostrado?- tuve que coger aire para preguntar.
-Porque simplemente no puedo vivir con este horror yo sola- dijo con
seriedad mientras se servía otra copa. Tras beber de ella, siguió con la
conversación.- Al salir he cerrado con llave para que no note que nadie entró
en su ausencia, luego dejaré la llave en su sitio.
-¿No le preocupa que llegue?
-Está de viaje, supongo que para traer otro regalito- esa última palabra la
acompañó de un signo de comillas con los dedos.- Suele tardar algunos días, aún
no sé exactamente cuántos, pero se fue hace dos.
-Creo que es margen suficiente- observé temerosa- debería devolverla.
-Está bien, está bien- dijo con pesadez tras dar otro trago y levantarse
para desaparecer de mi vista.
En su ausencia el mar de angustia creció hasta inundarme por completo ¿Qué
podía pensar después de aquello? Lo que había visto rompía completamente con
todo cuanto sabía. En nuestro mundo sólo había humanos y animales y ésa era una
creencia ciega para todos, más bien un hecho. Nadie había visto ni hablado
antes de seres no humanos, pero nada de lo que había visto era de ningún ser
que conociera y había demasiados miembros parecidos a los humanos sólo que con
algunas variaciones en su morfología, tamaño u otros aspectos.
Ella apareció interrumpiendo mi caos interno, el cual me devoraba por
momentos, como si de un gran incendio se tratara, consumiendo mi ánimo a cada
pensamiento.
-¿Se encuentra más tranquila?- cuestionó.
-¿Cómo podría? Aún estoy intentando entender lo que he visto- dije mientras
me atragantaba con mi conmoción.
-¿En qué piensa?- quiso saber mientras volvía a su copa.
-En que no se parece nada de lo que he visto a ningún animal que conozca.
Eso y que había… pedazos que tenían forma como humana- dije con dificultad,
procurando tener una respiración más pausada.
-Dudo mucho que sea animal o humano- compartió también sus pensamientos.
-¿Entonces? Eso no puede significar otra cosa mas que hemos vivido
engañados. De hecho aún lo estamos.
-Lo más seguro- dijo dando otro sorbo, me preguntaba si se saciaría en
algún momento.
-Pero ¿qué son? ¿Otras especies?
-Puede que tan sólo sean monstruos- terció ella encogiéndose de hombros.
-Asumiendo que lo sean ¿por qué los mata? ¿Son peligrosos? ¿Acaso más gente
sabe esto? ¿Más personas que los conozcan?
-No tengo idea del por qué. Lo que he llegado a averiguar es que él es un
cazador y forma parte de un grupo de cazadores, parece que bastante selecto y
secreto y, siendo así, lo más normal es pensar que fácilmente éste sea su
verdadero oficio y, dado el mundo en el que vivimos, que esto sea algo que pase
de generación en generación en una familia- compartió conmigo de carrerilla,
haciendo que el mundo se moviese demasiado rápido para mí en aquel momento.
La verdad era que tenía sentido todo aquello y, conociendo cómo funcionaban
las cosas, era más que probable.
-Y de todo esto sólo se me ocurren dos cosas- siguió-. O es un asesino
despiadado de seres inocentes pero extraños, o es un héroe que nos mantiene a
salvo- concluyó dando un profundo sorbo que vació la copa del todo, como
ahogando su tristeza con cada sorbo.
-¿A salvo? ¿Pero no se supone que los muros ya lo hacen y que por eso no
debemos salir?- cuestioné esa lógica.
Caí entonces en el posible motivo por el cuál estuviese esa prohibición
¿Acaso nuestro gobierno pretendía protegernos de una muerte segura si
cruzábamos las barreras que nos habían impuesto? ¿Esos seres entonces eran
peligrosos para nosotros? Porque nadie que conociera había cruzado nunca los
límites, todos vivíamos por ley dentro de los muros y no había mucha queja ya
que teníamos muchas hectáreas antes de llegar a las zonas pobres, que eran
aquellos muros que no podíamos cruzar salvo en caso de perder nuestro estatus.
A la inversa, el único permiso que había era en caso de ir a servir a alguien
de esta zona o a trabajar, pero seguro había un régimen estricto para ello.
-No tengo idea, sólo son elucubraciones.
Entonces, sobresaltándonos, una llave sonó en la cerradura, por lo que
Astrid se apresuró para devolver el licor a su lugar y esconder la copa. Yo por
mi parte quería hacerme pequeña hasta desaparecer, o que me tragara el sillón,
lo que primero pasara.
El sonido de unos pasos retumbó en el pasillo hasta llegar a la entrada del
salón.
-Saludos Astrid- pareció sorprendido al verme allí-. Ah, no sabía que
teníamos visita- dijo en un tono más monocorde- saludos también, señorita.
Ver a Francisco después de lo que sabía de él me hizo tener ganas de salir
huyendo despavorida. Aunque se tratase de alguien que estaría velando por
nuestra seguridad, la disposición del sillón en forma de deleite de diversos
miembros amputados no dejaba de parecerme algo preocupante y vomitivo, impropio
de ningún héroe de masas.
-Saludos- dije con el tono entrecortado, que fue el más disimulado que pude
emitir.
Por su parte, Astrid parecía empeñada en mostrarse lo más sobria posible,
cosa que no llegué a comprender cómo lo consiguió ya que casi había vaciado la
botella ella sola.
-raigo una pieza nueva- le anunció a su mujer mientras agarraba una caja un
tanto voluminosa, obviamente opaca para no mostrar su contenido.
-¿Otra antigualla?- preguntó despectiva, cosa que me pareció una buena
estrategia por su parte.
-Ya sabes que me encanta tenerlas en la oficina- explicó-. Esta fue una
ofrenda de Charles, sin duda es un buen hombre- eso último iba en un tono
incómodo y obviamente dirigido a mí ya que me miró fijamente, supuse que con la
intención de influenciarme para cambiar de decisión.
-¿Por qué no mandas a un criado que te la limpie y suba a la oficina? Tiene
pinta de ser algo pesado- dijo Astrid fingiendo inocencia, mas con toda la
intención.
-Ya se han encargado de eso antes de regalármela, además ya sabes mi norma
de no entrar allí, es mi habitación privada- esto último lo dijo
innecesariamente serio, como en tono de advertencia.
-Eres como un viejito con manías- le respondió a modo de burla, cosa que a
él no pareció hacerle gracia ya que frunció el ceño ligeramente.
Acto seguido se despidió para ir con la caja escaleras arriba.
-Creo que es mejor que te vayas- me dijo Astrid con amabilidad pero en un
tono obviamente nada jovial.
La hice caso ya que era lo que tenía ganas de hacer desde que crucé la
puerta misteriosa. Ella cruzó la puerta conmigo y empezó a hablarme en
susurros.
-Al menos me alegra que me infravalore en este caso, ni se le ha ocurrido
la posibilidad de que cruce esa puerta.
-Tendrías que andarte con cuidado- le sugerí con temor hacia ella.
-Descuida, no creo que se haya dado cuenta, y por mi parte no deseo volver
a esa estancia nunca más.
-Ya… pero no deja de ser alguien peligroso, temo por usted ¿no habría
alguna forma de…?
-Déjelo, no me someteré al agravio de ser una solterona separada ¿entiende?
Aquí no ha pasado nada, algún día lo olvidaré- aquello último parecía más un
deseo que una posibilidad.
Asentí en silencio.
-Le deseo la mejor de las suertes, cuídese mucho por favor.
-Igualmente- dijo antes de volver dentro de la casa a modo de despedida.
Caminé por las calles como si mi cuerpo no estuviese allí junto con mi
mente, mis pensamientos estaban en ebullición a pesar de que lo que más deseaba
en aquel momento era olvidarlo todo.
No recuerdo ni cómo llegué a casa, lo que sé es que nada más llegar me
dispuse a subir a mi habitación, no quería hablar con nadie, sólo poner en
calma mi ahora atormentada cabeza.
Por desgracia mi madre había dejado un asunto pendiente, por lo que no dudó
en abordarme en cuanto me vio.
-¿A dónde te crees que vas?- dijo en un tono claramente molesto.
Me detuve de golpe casi arriba de la escalera y me giré hacia ella.
-A mi cuarto, me siento algo mal.
-Tenemos una conversación pendiente ¿recuerdas?- dijo en un tono molesto,
como si pensara que quería evitarla, aunque era la realidad de aquel preciso
instante.
-¿Puede esperar?- le imploré con cansancio.
-No me parece y sabes que no me gusta que me dejes con la palabra en la
boca.
-De acuerdo- acepté con pesadez y resignación, sabedora de que oponerme
sólo empeoraría las cosas, además tampoco tenía energía para ofrecer
resistencia ni para discutir.
Conocía sus enfados y era peor dejarla así, prefería que cayera el
chaparrón y aguantarlo como mejor pudiese a enfadarla aún más, con las
pertinentes consecuencias. Empezó a reñirme, a decirme qué actitud no era de
recibo mostrar en público y un montón de banalidades más que después de lo que
había vivido hacía un rato, poca importancia tenían. Yo asentía en silencio sin
siquiera prestar atención y, cuando se calmó y pareció dar por terminado el
sermón, aproveché para disculparme y retomar el camino a mi cuarto.
Una vez allí me cambié con pesadez y me tiré en la cama, esperando que el
sueño lo borrara todo.

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