Cuando llega el cambio - Capítulo 21



Volé a través de las calles y callejones hasta que me encontré jadeante frente al edificio donde se presentaban los inventos. Mi padre me lo había explicado alguna vez, se concertaba una cita con el jurado, en caso de ser aceptada te concedían un tiempo para llevar un invención, presentarla y que la evaluaran. Tras deliberar, decidían si tu creación era merecedora de una patente y empezaban con la gestión para presentarlo al resto de establecimientos donde venderlo, con lo que cualquier proceso exitoso llevaba varios días.
Recordé que mi progenitor estaba emocionado respecto a su nuevo proyecto, por primera vez en mucho tiempo tenía la sensación de estar trabajando en algo revolucionario, casi a la altura del invento de su padre, lo cual era decir bastante sobre todo para él, que llevaba años arrastrando la frustración de no estar a su altura a pesar de que le dijéramos que un gran invento, uno como ese, se da cada mucho tiempo.
El lugar rezumaba exquisitez por todas y cada una de sus esquinas, desde las grandes y lujosas alfombras que pisabas nada más entrar hasta la propia fachada del edificio, que tenía multitud de adornos grabados en algún tipo de piedra bonita y blanca. La verdad era que yo no tenía conocimiento alguno de arquitectura, pero hasta sin conocer podía darme cuenta de que se habían gastado muchas molestias y dinero en darle aquella apariencia, además tan artística.
Según llegabas, lo primero que podías ver era el color llamativo de su edificio, en una especie de rojo ladrillo o tejado y las columnas que iban desde una base que había como a un metro del suelo y desembocaban en el ornamentado tejado. Dichas estructuras tenían tanto en su base como en su cima unos dibujos grabados en relieve con motivos naturales.
Avancé hasta la recepción de aquel fastuoso y elegante edificio de columnas inmensas y entre bocanada y bocanada de aire cual pez recién pescado, pude saludar a Earl, el encargado de la recepción que ya conocía a la familia desde hacía varios años.
-Buenos… días- dije a duras penas.
-Buenos días señorita Almeth ¿qué le trae por aquí?- saludó con una abierta sonrisa.
Cada vez que sonreía aquel hombre encantador, sus ojos, ya pequeños y alargados de por sí, parecían cerrarse del todo.
-Vine a buscar a mi padre- respondí aún sofocada.
-Tome aire, tranquila ¿Desea un vaso de agua?-ofreció amablemente.
-No, gracias, estoy bien. Se trata de una emergencia ¿está reunido?
-Estuvo, abandonó el establecimiento hace un rato- respondió con un poco más de seriedad, perdiendo parte del júbilo que le caracterizaba, la cual me dejó claro el resultado de la reunión.
-Vale, muchas gracias, Earl- contesté tomando nuevamente aire, sabía dónde debía ir a buscarlo.
-Espere Sheryll- me instó cuando hice el amago de girarme para volver a irme por la ostentosa puerta que acababa de cruzar.- Algo ha pasado.
-¿Qué quiere decir?- quise saber ya con mayor preocupación de la que traía conmigo.
-Esta vez ha sido distinto, a pesar de que tenía cita concertada no han querido recibirlo. Él se empeñó en entrar igualmente para que vieran su invento, pero parece que lo han desairado de mala manera.
Y ahí venía otro golpe más, era sorprendente el daño que podían hacer un par de comentarios malintencionados y una alta posición. Aquello empeoraba por momento y me empezaba a temer lo peor.
-Gracias Earl- me despedí y retomé mi marcha hacia el lugar donde estaba segura de que estaría.
Era una tradición extraña que mi querido padre tenía desde que poseía memoria y había ocurrido unas cuantas ocasiones a lo largo de los años como para conocer el establecimiento de sobra. Siempre que era rechazado iba con la cabeza baja y su invento en la mano hasta a taberna más cercana, que estaba situada a un par de calles de allí, a saciar su sed de alegría.
Aquella tradición era por desgracia tan frecuente que también conocía al camarero, un señor robusto y entrado en años con la piel del color del chocolate y un carácter tan dulce como el propio postre que portaba el nombre de Roberto.
El local, a pesar de ser visitado por algunos hombres y de estar situado en un lugar más o menos transitado, tenía un aspecto sencillo pese a estar en una calle de tiendas remilgadas y precisamente actuaba como su contrapunto.
El lugar estaba tan lleno de madera que parecía que estabas dentro de un árbol, las luces del techo, circulares y dispersadas por la estancia eran como hadas que flotaran por allí o al menos a mí me lo parecía. Ayudaba con la armonía de la decoración un tono verde exquisito que salpicaba algunos lugares. Alguna vez fantaseé con la idea de ir allí a leer a una de sus butacas, a aquel hueco de árbol en mitad de una ciudad sin alma.
Fue empujar aquella puerta de madera pintada de un marrón muy oscurecido mas algo desgastado por los años y verle en la barra acodado, con un brazo sobre la cabeza y su gran invento, aquel por el que tanto había trabajado, a sus pies como si fuese algo insignificante, un mero papel desechado que te has encontrado al pasear y se te ha enganchado molestamente en el pie por el viento de tal forma que has tenido que zarandearlo de mala manera para dejarlo tirado por ahí, como si sólo fuese una basura incómoda.
Verle así me partía en dos, sobre todo después de saber y ver todo el amor y empeño que ponía en sus creaciones, pero ver todas las grandes ideas que acababan desechando sólo me hacía estar convencida de que este mundo estaba lleno de idiotas.
Como había hecho otras veces antes, me acerqué a él y le abracé desde atrás, era algo que desde niña vi hacer a mi madre y en ocasiones habíamos hecho juntas para consolarle. Nos daban igual las miradas curiosas o reprobatorias de los hombres del local, le queríamos y lo estaba pasando mal, no le íbamos a dejar bebiendo solo, eso era muy frío.
En seguida supo que era yo ya que cogió mi mano y la acarició suavemente con su pulgar.
-No saben apreciarte- le dije con la cara recostada en su espalda- ni distinguir un buen invento aunque les explote en la cara. Yo les ignoraría y lo vendería por mi cuenta, estoy segura de que tendrás éxito.
-Tu hija tiene razón- repuso Roberto desde el otro lado de la barra- no necesitas a esos engreídos.
Él sin embargo se mantuvo en silencio, enmarañado en sus pensamientos fuera cuales fuesen.
Me moría de ganas por reconfortarle y darle ánimos y el empuje suficientes para hacerlo sentir mejor y que tuviese renovadas fuerzas, de hecho la idea peregrina de venderlo de forma independiente seguro que era algo revolucionario, pero por algo era inventor. Siempre podría montar una pequeña tienda que atenderíamos mi madre y yo encantadas mientras él seguía creando. A ella se le daba muy bien vender y sería un negocio familiar precioso.
Mi madre…
-He venido por otra cosa- le dije soltándole y él se giró al notar la seriedad en mis palabras.
-Madre no está bien, Lilith la ha llevado a ver al doctor y yo vine a buscarte.
La noticia lo alarmó como era de esperar y salimos corriendo del lugar justo después de pagar apresuradamente y encomendarle a Roberto la invención mientras éste se despedía de nosotros y nos mandaba buenos deseos para su recuperación.
No hicimos más que llegar a la puerta de la casa del doctor y encontramos a Lilith prácticamente sujetando a mi madre y la puerta cerrada.
-¿Y bien?- preguntó mi padre mientras recuperaba malamente el aliento entre varias toses de mi querida madre.
-No quierie recibirnios- comunicó Lilith con cara de preocupación.
-¿Cómo?- cuestioné incrédula y me dirigí rauda hacia la puerta para disponerme a llamar una y otra vez.
-No se moleste, no pienso abrir- surgió la voz del doctor desde el otro lado de la puerta.
-Está enferma ¿es que no lo ve?- le grité.
-Les sugiero que no armen escándalo y que vuelvan por donde vinieron- se atrevió a decirme, haciendo que mi sangre comenzara su ebullición.
-¿No hay algún código de la medicina que vaya en contra de dejar un paciente a su suerte? Podría morirse en su puerta ¿No le da cargo de conciencia acaso?- le espeté casi escupiendo de ira a la puerta.
-No pienso ayudar a gente rebelde, podrían quitarme la licencia- intentó excusarse.
-Se la quitaré yo mismo como no abra la maldita puerta y la atienda- gruñó mi padre que ahora se había puesto a mi lado.
-Mire señor, sea razonable y mantenga la compostura, no voy a poner en juego mi carrera por una paciente.
-¡¿Qué clase de médico es usted?!- le recriminé furiosa, mas no me dio tiempo a continuar.
-Le pagaré el doble de lo que cueste la visita- dijo repentinamente mi padre, sorprendiéndonos a todos, incluso al mismo doctor.
-Disculpe pero no creo…- empezó a decir
-El triple.
¿Acaso teníamos tanto dinero? Como tuviera que seguir regateando tendría que ir de farol para que aceptara.
Pareció funcionar porque se calló, como pensativo.
-Mire no es cuestión de dinero…
-Le pagaré cuatro veces más de su tasa si nos abre la puerta ahora mismo sin hacer más escándalo.
Notamos que había curiosos presenciando la escena y comentando como si de una obra se tratase y de pronto, entre la multitud, se hizo paso la luz en medio de aquella oscuridad.
-¿Qué ocurre?- quiso saber un preocupado Edmund que se acercó a nosotros y se quedó mirando a mi madre de la que la oyó toser.
-No quiere atenderla el doctor por los falsos rumores que se han divulgado- le expliqué con impotencia, rabia y lágrimas en los ojos.
-Ni ninguno lo hará, señorita, se lo garantizo- espetó el doctorucho desde la seguridad de su insulsa puerta.
-Présteme atención, estamos negociando- le recriminó mi furioso padre con un tono de voz que nunca le había oído, ni siquiera cuando me regañaba de pequeña.
-Volveré- me prometió de pronto Edmund tras desaparecer corriendo entre el público, dejándome anonadada mas no era el momento ni el lugar de quedarse pasmada.
-No han nada que negociar, caballero así que le sugiero que deje de insultarme con sus propuestas- le reprochó.
Me estaba agobiando, no podía creerme tal escena ¿aquello era tan siquiera real? Mi madre tosiendo y tosiendo de forma preocupante, el doctor que no atendía a razones y se empeñaba en dejarla a su suerte, la gente a nuestro alrededor a una distancia prudencial juzgando, comentando y casi deleitándose algunos con la escena ¿Cómo podía arreglar aquello?
“Eso les pasa por alborotadores” dijo un espectador “No, eso es por codearse con rateros” le respondió otro “Estáis equivocados, esto les pasa por desairar al joven Charles Gretz, que le pidió matrimonio” “¡Con lo buen partido que es! Qué chica más tonta”.
-¡Pero es que no tenéis nada mejor que hacer que estar cotorreando y mirando las desgracias ajenas!- les gruñí- ¡Volved a vuestras vidas y dejad las nuestras en paz!
Algunas personas se alarmaron con mi actitud y respuesta, no obstante en aquel momento me eran indiferentes.
-Señiorita, no se albioronte, podría tenier serieos probliemas, podríean detienerla por estio- me contestó una temerosa Lilith.
“¿Veis como es una alborotadora?” comentó otra señora “No sabe guardar las formas ni respetar a sus mayores” coincidió otra.
Iba a responder pero mi madre me agarró el brazo, sobresaltándome y aplacando mi repentino ardor con el helador frío de su mano.
-Déjalo, cariño, se me está pasando- dijo con una voz entrecortada pero suave y con una mirada suplicante.
-No podemos dejarte así, incluso si se te ha pasado, podría volver a pasar.
Me respondió con una tos ligeramente más suave antes de contestar con sus propias palabras.
-Buscaremos otro doctor, no te angusties. De todas formas el señor Lemish no me cae bien.- intentó sonreír para aplacar mi furia.- Querido, por favor, deseo ir a casa- le dijo esta vez a mi padre.
La tos parecía remitir, por lo que nos tranquilizamos un poco, no obstante tendríamos que hacernos con atención médica lo antes posible.
-Mejor dejemos de intentar negociar con el señor Lemish, si tampoco es buen doctor que decía que su problema era un simple resfriado- me encargué de decir estas palabras bien altas y claras, no obstante él no reaccionó a mi provocación y como la prioridad era mi querida madre, nos la llevamos de allí para que pudiese reposar en casa.
Estaba claro que nos tendríamos que encargar de limpiar nuestra imagen para volver a tener privilegios tales como la sanidad, así que habría que ver por dónde atajar el problema y qué médicos aceptarían sobornos.














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