Cuando llega el cambio - 15
Intenté dormir, lo intenté con todas mis fuerzas con la triste y vaga
esperanza de que el sueño borrara todo lo que vi, pero mi cabeza no podía parar
de producir miles de ideas, como si de una máquina infernal se tratase. No
podía evitar preguntarme sobre todo el tiempo de engaño, era como si una
cúspide social metiera al resto en una burbuja de mentiras, por lo que tanto
control como padecíamos empezaba a tener sentido. El duro dilema era saber si
se trataba de protegernos o una masacre indiscriminada.
En ese último caso no podía evitar imaginarme con horror a pobres familias
separadas, criaturas maltratadas y mutiladas por la sed de barbarie. Cada vez
que me planteaba esa posibilidad aunque fuese sutilmente, no podía evitar
sentir náuseas, un asco visceral por aquellas personas que realizaban actos
como aquellos ¿Cómo podían dormir por las noches sin sentirse arrepentidos?
¿Serían así las cosas? Porque no podía evitar sentir tristeza incluso por
aquellos que, al igual que yo, habían vivido entre una espesa niebla que cubría
la vista, ocultando todo cuanto había alrededor.
¡Qué ciegos estábamos!
Ahora bien, otra duda me sacudía por dentro ¿Nuestro líder era consciente
de la existencia de esos seres? Debía de ser así ya que nadie podía cruzar los
muros sin permiso expreso del gobierno, nuestro líder o algún guardia al menos
¿Cómo salían si no en busca de sus presas? Si era así ¿Era nuestro líder quien
orquestaba todo aquello? ¿Qué poder demencial veía bien la caza de seres no
humanos?
La cabeza me iba a estallar, notaba los latidos de mi corazón
martilleándome las sienes con dureza y sin piedad alguna.
Un golpeteo molesto sonó en la puerta, la cuál se abrió al de poco, como
concediéndose por sí mismo el permiso, dejando entrar a mi padre.
-Hola cariño, espero que no te importe que pase- se excusó mientras
saludaba anunciando su entrada.
Se aproximó a mí y se sentó a un lado de la cama donde estaba escondida
bajo las mantas con la esperanza de que me sirviesen a modo de escudo protector
de la barbarie que me atormentaba, como cuando era pequeña y tenía miedo de los
monstruos, salvo que ahora irónicamente no eran ellos los que me daban miedo,
sino los de mi misma especie.
Asomé un poco los ojos y la nariz entre las mantas para poder verlo.
-Me ha dicho tu madre que habéis discutido ¿es por eso que estás aquí
recluida?- quiso saber.
No sabía qué responder así que me limité a sacudir la cabeza hacia los
lados a modo de negación.
-¿Ha ocurrido algo con Edmund?
Volví a hacer el mismo gesto como toda respuesta.
Parecía que mi querido padre empezaba a quedarse sin ideas, no podía
culparle, nadie en su sano juicio se imaginaría de buenas a primeras el horror
que vi.
-¿Qué ha ocurrido?
-No quiero hablar de ello, padre- dije en un hilo de voz.
No sabía cómo explicarle aquello a nadie sin parecer una demente
fantasiosa.
-¿No es nada de lo que te he preguntado?- insistió y volví a negar.- Algo
te ha debido de pasar para que estés así, me gustaría saberlo, sobre todo si
necesitas ayuda para solucionar lo que sea.
La idea de ponerle solución a algo así era preciosa pero imposible, había
alcanzado con mi incursión un punto de no retorno salvo que desapareciesen mis
recuerdos. Mas la situación de mi padre en ese momento me despertó ternura y
culpa, estaba viendo mi seguramente deplorable aspecto con preocupación y ganas
de ayudar, pero si yo no le daba una pista, no sabría por dónde empezar, no
obstante yo no sabía cómo guiarle, no sabía cómo hablar de aquello.
-No hay nada que se pueda solucionar- pude decir como toda explicación,
haciendo con ello que respondiera con una mueca de fastidio de las suyas, como
dándome a entender que mi respuesta no le valía.
-¿Tampoco necesitas compartirlo? Ya sabes que las cargas son menos pesadas
así- insistió nuevamente con toda su buena intención.
La idea era ciertamente tentadora, pero por más que lo pensara y por mucho
que quisiera mi tierno padre, no se me ocurría cómo no iba a pensar en que su
hija había enloquecido si le contaba todo cuanto sabía y había tenido la
desgracia de ver. Y por supuesto no era algo para decir fuera de las puertas de
casa, eso Astrid lo sabía, por ello me había enseñado aquella habitación de
pesadilla, sabedora de que, de habérmelo contado, no la habría creído ni una
sola palabra, más si cabe por su afición al alcohol.
Suspiré.
-Por ahora quiero estar tranquila un rato- le dije a modo de no cerrarle la
puerta por completo.
Pareció bastarle temporalmente, no sabía por cuánto tiempo, pero aquello me
ofrecía margen para pensar en una excusa menos alocada y más fácil de creer.
Se despidió por el momento con un beso en mi frente y la palabra “Descansa”
flotando en el aire como una magia protectora.
Cuando salió de la habitación, un escalofrío recorrió mi espalda junto con
la certeza de estar sola ante un terror y conocimientos nuevos. Era extraña la
sensación, pero me sentía como si todos los monstruos infantiles que los
adultos decían no existir, de los cuales constantemente se negaba su
existencia, se hubieran presentado de golpe y me hubieran rodeado, impidiéndome
escapar, obligándome a verlos, a enfrentarme a la realidad de su oscura
existencia. No obstante, por muy alocado que pareciese, ninguno de esos
monstruos que me insuflaban un pánico más que visceral era ninguna criatura de
las que había visto aquel día, a pesar de que lo más sensato quizás era
temerles dada su extraña morfología, mas mi pavor radicaba en mi propia
especie. Una y otra vez aquella trágica idea bailaba en mi mente, la de que no
conocía hasta dónde era capaz de llegar la gente que me rodeaba y conocía desde
hacía años ¡Y pensar que había estado siempre tan ciega!
Recuerdo que de pequeña yo solía pensar que todo el mundo era naturalmente
bueno, mas poco a poco fui descubriendo la mezquindad, la falsedad y otros
rasgos como la crueldad los cuales no entendía, ni he llegado a entender aún, y
aborrecía profundamente.
Mi familia siempre me enseñó a tratar a los demás con respeto, como me
gustaría ser tratada, pero era curioso comprobar cómo en una sociedad tan
exigente con las buenas formas, si atravesabas la superficie, el panorama que
veías distaba mucho de la realidad que pretendían mostrar. Para mí y desde
hacía unos años aquello era más que suficiente para no desear la compañía de
aquellas personas más allá de lo desgraciadamente obligado. No obstante esto
era otro nivel de crueldad y mezquindad, tanto que hacía que mi fe por la
humanidad se desmoronara.
Seguí a saber por cuántas horas más en la cama, como si al esconderme entre
la seguridad de las mantas nada malo podría pasar y mis recuerdos se esfumarían
con los rayos de sol del día siguiente. Recuerdo también que lloré, un poco por
todo en realidad, lloré primero por mi madre, por no saber cómo ayudarla y por
temer por su bienestar. Lloré también por las pobres criaturas mutiladas y
dispersadas por aquella estancia lúgubre y sombría. Lloré por no entender qué
pasaba con mi propia especie, por no saber con seguridad si me encontraba ante
un exterminio o por ver una matanza en defensa de la propia especie, no
obstante mis tripas me guiaban hasta la idea del exterminio. Lloré por haber
estado ciega tanto tiempo en mi burbuja de cristal, por ser una niña mimada en
un mundo que se estaba sacudiendo y retorciendo por momentos, por estar ciega,
muda y sorda ante la bestialidad más salvaje que había conocido jamás.
Me acabé quedando dormida, desconozco cómo, puede que por agotamiento, y me
vi en mitad de un campo de batalla, todo cubierto de cuerpos extraños y sangre,
demasiada sangre. Todo a mi alrededor estaba destrozado, caminé por aquel lugar
devastado y solitario con el corazón encogido, implorando encontrar a alguien
con vida en aquel caos. A lo lejos, en lo que parecían ser los restos de una
aldea en llamas, oí el llanto desconsolado de un infante así que corrí en su
ayuda, esquivando los cadáveres desperdigados por el campo, uno que otrora
había servido para dar de comer a las gentes del lugar seguramente, y ahora
sirviendo como último lugar de descanso tras los ruidos ensordecedores de una
guerra.
Cuando al fin llegué, encontré al pequeño en lo que debía de haber sido
momentos atrás la plaza de aquel lugar, mas de la que ya sólo quedaban ruinas ardientes
y seguro que algún vago recuerdo.
El pequeño no era de mi misma especie, de eso podía estar segura, no
obstante poco me importó, a mis ojos era una pobre criatura que lloraba con
amargura y sin nadie a su lado. Me aseguré de que no tuviese ninguna herida y
le pregunté si estaba bien, pero no dejaba de llorar así que lo estreché entre
mis brazos para ofrecerle un consuelo que era más que seguro que no sería
suficiente. Intenté mantenerme firme y fuerte para ser su apoyo, pero no pude
evitar llorar con él ante aquel espectáculo mortalmente desgarrador. A nuestro
alrededor aún habían más restos de lo que antaño fueron seres vivos, algunos
miembros amputados, otros incluso con partes faltantes de su cuerpo o
empalados, mostrando una muerte horrible en sus ojos sin brillo. Me sobresalté
repentinamente cuando aquel niño me agarró con fuerza y me separó de sí para
mirarme con ojos inquisidores.
-¿Vas a permanecer callada?- me preguntó.
No supe qué responder, así que él siguió hablando.
-Si no dices nada, sólo serás un cómplice más, tú también nos estarás
matando si te callas.
-No me va a creer nadie- dije entre sollozos- ¿Qué puedo hacer? ¡Dímelo!-
le imploré a aquel pequeño desconocido con lágrimas en mi rostro.
-Tu silencio nos condenará a todos al olvido y la barbarie, habla y nos
verán por primera vez, podremos hacernos eco con tu voz, podremos parar esto-
me imperó agarrándome con más fuerza del brazo, hasta hacerme daño con sus
pequeñas y afiladas uñas.
Yo no podía dejar de llorar, no sabía qué hacer ni cómo y si alguien me
creería cuerda y, en medio de toda aquella angustia, aquellos que daba por
muertos, los cadáveres desperdigados alrededor empezaron a arrastrarse hacia mí
y a agarrarme, a mirarme con sus ojos vacíos mientras me decían una y otra vez
con voces desgarradas.
-No nos condenes al silencio eterno, no nos condenes al olvido…
Desperté con el cuerpo cubierto en sudor y aun sintiendo el tacto de esas
manos frías cuya vida ya había abandonado el calor de sus cuerpos, dejando a su
paso la gélida muerte que me había susurrado sus palabras con ojos grises.
Aún no me había recuperado del sobresalto cuando alguien llamó a mi puerta.
Me fijé entonces en que los rayos del sol se habían desvanecido hacía rato,
dando paso a la oscuridad de una noche sin luna ni estrellas, entonces me
pregunté cuánto tiempo había pasado.
-Señiorita, tiene visita- me anunció Lilith desde el otro lado de la
puerta.
-Sheryll, soy yo- me dijo un preocupado y tímido Edmund, el cuál era más
que probable que ya hubiese sido comunicado acerca de mi extraño
comportamiento- ¿puedo pasar?
-Sí- apenas pude pronunciar con una voz extraña que no reconocí como mía.
Tras mi monosílabo la puerta se abrió con cuidado y pude verle aparecer
tras ella.
-Me quiedo al otro liado- me comunicó ella y se fue dejando la puerta casi
cerrada.
Tras su partida, él se acercó a mí con cara de circunstancia.
-¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? Parece que hayas visto a un muerto.
Pensándolo bien, debería de tener un aspecto horrible, así que era normal
que se preocuparan por mi bienestar.
No supe qué contestar, así que me abrazó con ternura, me envolvió en uno de
sus abrazos reconfortantes que tan bien me sanaban, intentando disipar con su
calor las tinieblas de mi mente. Su calor, su aroma, sus ojos, todo de él me
traía de vuelta a la calma, era como si por fin pudiese tener un momento de paz
tras la tormenta, mas en ese caso era más bien como estar en el ojo del
tornado, era tan sólo un momento de tranquilidad, tan sólo un instante entre la
tragedia que me envolvía desde que accedí a traspasar la puerta de la oficina.
Debí haber imaginado que ese breve recorrido se trataba más bien de un viaje
sin retorno dadas las palabras de Astrid.
No pude evitar llorar con desconsuelo durante un buen rato mientras él me
sostenía firme pero cariñosamente entre sus brazos esperando a que me calmara.
Cuando por fin lo conseguí, estaba agotada, necesitaba dormir de nuevo, pero
por semanas. Cuando vio que me había desahogado, me dio suaves besos en las
mejillas para después comenzar lo que él seguramente esperaba que fuese una
conversación esclarecedora.
-Cuéntame- pidió con calma, a lo que yo negué con la cabeza, con las
palabras atragantadas y sintiéndome tan atrapada y culpable como en la
pesadilla de hacía un rato.
Sonaba horrible, pero una parte de mí deseaba no haber cruzado jamás esa
puerta, no estar sumida en aquel océano, no estar ahogándome en él, simplemente
no saber…
-¿Tan malo es?- quiso saber con una agravada preocupación.
Asentí con la cabeza a modo de respuesta.
-Entonces por favor comprende que quiera saberlo.
Sus intenciones eran buenas, pero mi corazón estaba oprimido por la idea de
que quizás pensara que había perdido la cabeza y sus posibles consecuencias.
-Te entiendo, pero no puede ser- dije con un hilo de voz e implorándole
comprensión y distancia con la mirada.
La lluvia de mis ojos nunca había sido tan constante, como si llevara meses
lloviendo dentro de mí.
-¿Tienes miedo de compartirlo conmigo?- intentó adivinar a lo que volví a
asentir mudamente como respuesta.
-No voy a dejar de quererte a pesar de lo que me digas, puedes estar
tranquila- dijo posando el roble de sus ojos en la lluvia de los míos,
intentando que cesara la lluvia que me inundaba.
Seguí negando con la cabeza, el amor no era todo cuanto me preocupaba, el
amor no lo significaba todo y por supuesto, el amor no podía curarlo todo.
Pensé en las vidas de otros seres destrozadas, truncadas egoístamente, eso era
algo que el amor no podía curar, no había forma de solucionar lo que ya había
pasado.
-¿Crees que no voy a entenderte?- siguió interrogándome.
No tenía respuesta para ello, ni siquiera era cuestión de entenderme, era
cuestión de no creerme desquiciada, era cuestión de creer en mis palabras sin
prueba alguna y aquello era algo que no estaba segura ni de si mi familia iba a
ser capaz de hacer a pesar de lo mucho que me querían.
Como no respondí, él siguió probando en aquel extraño juego de adivinanzas
y azar en el que parecía que se había convertido nuestra conversación.
-¿Te ha ocurrido algo malo?
¿Qué se suponía que debía responder? Directamente no, es decir, yo
físicamente estaba bien, solamente el mundo que conocía y tal como lo conocía
hasta el momento era una farsa, había vivido una farsa durante toda mi vida. Y
lo peor, esa gran mentira iba encadenada a una masacre, por supuesto ajena a
mí, yo no tenía esos problemas, yo no me veía afectada directamente por lo que
a mí técnicamente no me había pasado nada, era sólo que saber la verdad dolía
como si siempre hubiese estado a oscuras y de pronto me deslumbrara la luz del
sol.
Debió de cansarse de intentar adivinar, ya que pasó a otra estrategia.
-Vale, pues te comunico que no me pienso marchar hasta que me cuentes qué
te pasa.
Entendía que sus intenciones eran buenas, mas no podía evitar sentirme
frustrada por su insistencia ¿Acaso no entendía el significado de un “no” o se
trataba de que quería ayudarme a toda costa? ¿Podría ser tan obstinado? La
verdad era que yo no tenía ni pizca de energía para batallar, tan sólo quería
soledad para poder poner mi mente en calma, si es que era posible.
Pude enfadarme, pero había tanto amor y preocupación en sus ojos, aparte de
obstinación, que acabé abandonando mis esfuerzos, definitivamente no tenía
energía para mentiras ni excusas.
Le relaté a duras penas mi visita a la casa de Astrid, la parte cordial e
inofensiva y la que no lo fue para nada. Vi cambiar la expresión de su rostro
conforme avanzaba mi historia, desde la sorpresa, la incredulidad hasta por fin
el rechazo. En ese momento de silencio, en el instante mudo que se formó en lo
que él intentaba procesar aquella nueva realidad, no hacía más que pensar en
que en cualquier momento cogería la puerta y no lo volvería a ver nunca más.
El asombro permaneció en su rostro y no lo abandonó hasta más tarde, mas el
rechazo no parecía ir dirigido hacia mí dadas sus palabras.
-Así que no eran ideas locas y exageradas- dijo más para sí que para mí.
-¿Perdona?- quise saber.
-Me estás confirmando con tus palabras las sospechas que algunos teníamos
desde hace tiempo.
-¿De qué me hablas?- cuestioné extrañada.
-¿Vendrías conmigo en una incursión nocturna?- me propuso para mi sorpresa.

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