Cuando llega el cambio - 13
Esa noche dormí como nunca antes, a pesar de eso no fue nada fácil
conciliar el sueño ya que las imágenes de los distintos momentos del día
pulularon por mi mente durante horas, llenando mi corazón de felicidad.
A la mañana me arreglé y bajé a la cocina con la esperanza de que mi madre
hubiese entrado en razón o, en su defecto, que mi padre la hubiese convencido.
La encontré allí, mirando al infinito con la mente a saber dónde mientras
parecía haber olvidado que tenía una manzana a medio comer en la mano.
-Buenos días- saludé haciendo que se sobresaltara al reparar de pronto en
mi presencia.
-Buenos días, cariño ¿Cómo amaneciste hoy?- me respondió con dulzura de una
vez se repuso.
-Bien ¿y tú?
-Bien- dijo risueña.
Ya habíamos agotado el protocolo de la mañana, ahora tocaba el turno de las
preguntas incómodas tales como “¿Has pensado qué vas a hacer?” o una más
directa “¿Vamos a la casa del doctor?”
Su repentina jovialidad decía claro que prefería esquivar el tema, pero yo
no estaba dispuesta a hacer como si no pasara nada o que el asunto no fuese
importante, por lo que opté por ser directa.
-¿Has pensado sobre lo de ir al doctor?- cuestioné sin tapujos.
Esquivó mi mirada y suspiró, así era cómo actuaba siempre que no quería
hablar sobre un tema incómodo, era como si dijese de forma muda “Déjame hacer
como que no existe”, no obstante ambas sabíamos que la evitación no iba a hacer
que su tos se esfumara de repente.
Cuando se dio cuenta de que la cabezota de su hija no iba a ceder,
finalmente accedió a hablarlo.
-Hablé anoche con tu padre sobre ello y me ha hecho ver que no es algo que
merezca la pena dejar pasar.
Lo decía un tanto a regañadientes, pero evidenciaba que la charla con mi
padre y el refuerzo que estaba dando a sus palabras con mi impasibilidad ante
la idea de la revisión médica estaban dando sus frutos.
-¿Entonces vamos a casa del doctor?- le sugerí, aportando mi compañía como
apoyo.
Se quedó dubitativa y con cara de preocupación.
-¿No saldrá demasiado caro, cariño?
-El dinero no es más importante que tu salud, madre, no debería necesitar
aclarártelo- puntualicé haciendo acopio de algo de paciencia.
Resopló resignada y finalmente aceptó, lo cual me permitió respirar del
alivio.
Decidimos ir a la consulta del doctor Lemish ya que anteriormente ya había
tratado alguna enfermedad puntual de la familia, por lo que fuimos rumbo a su
casa. Una vez allí, apenas tuvimos que esperar un rato hasta que por fin nos
atendió.
-Muy bien, las escucho- dijo recostando su espalda en la butaca de su
despacho.
-Mire doctor, resulta que llevo una temporada con algo de tos- comenzó a
decir mi madre, esperé a que siguiese, mas ahí se detuvo por lo que me vi
obligada a intervenir.
-No parece ser una simple tos, señor Lemish, a veces es bastante fuerte y
fea, como si fuera a ahogarse.
Mi interrupción no pareció gustar mucho a ninguno de los presentes, en
especial a mi madre quien me miraba entornando ligeramente los ojos, a modo de
reproche.
-A pesar de que agradezco la información extra, señorita, es impertinente
por su parte interrumpir así a su madre- dijo el señor Lemish a modo de llamada
de atención sobre mi comportamiento, lo cual me pareció más fuera de lugar que
mi apunte, pero decidí callarme y no provocar una discusión que no iba a llevar
a ningún lado.
-Bien, pase conmigo a que la examine- le indicó a mi madre, señalando al
biombo que había a la derecha de la estancia.
En el rato que estuve esperando a que volvieran mi cabeza estaba en plena
ebullición, no tanto por el molesto comentario del doctor sino por el resultado
de las pruebas en sí y por la salud de mi madre ¿Se recuperaría de aquello? ¿Se
trataba de algo grave? Algo dentro de mí me hacía mantenerme alerta y dado que
se trataba de un ser muy querido, no podía pasarlo por alto.
Cuando por fin volvieron a sus respectivos asientos, no podía esperar por
el veredicto del señor Lemish.
-Bueno, a pesar de lo extraño que pueda resultarle que haya sonado su tos,
he de decirle que no es nada grave, tan solo los restos de un resfriado mal
curado.
-¿Pero por qué suena tan mal?- cuestioné con clara reocupación.
-Tan solo serán restos de mucosidad, nada demasiado relevante.
-Lo siento, pero no me quedo tranquila, de verdad creo que es algo más.
-Disculpe señorita ¿es usted doctora acaso?- dijo en un tono nada amigable.
-No… pero…
-Entonces déjeme trabajar- imperó de forma tajante.
Cualquiera en mi lugar debería sentir vergüenza por su osadía y falta de
respeto a su profesión, no obstante no podía callarme, era de mi madre de quien
estábamos hablando, no iba a silenciarme tan fácil si yo de verdad sentía que
algo no iba bien.
-Disculpe, doctor- dije remarcando esa palabra especialmente- pero a pesar
de mi desconocimiento en la materia, esa tos no me suena como otras, por lo que
estoy preocupada. Por favor, compréndalo- dije intentando apelar al humano que
había detrás del título.
-Aun así no hay nada anormal que yo perciba, señorita. Créame, no morirá de
una simple tos, así que guarde su inquietud y a poder ser la compostura- me
recomendó de nuevo en un comentario que estaba de más en mi opinión.
Mi madre no hizo ni dijo nada, parecía con la mente en otro sitio y con
ganas de irse.
-Son doscientas monedas de oro, señora- dijo sin nada de tacto.
Ante su comentario, mi madre reaccionó con sorpresa, pero era perfectamente
entendible, ni yo me esperaba un precio así dado el tiempo que le llevó la
revisión y su vaga respuesta. Me planteé si hacer un comentario al respecto,
pero mi madre se adelantó y me miró como diciendo “no digas nada”, simplemente
rebuscó en su bolso y le extendió un talonario a aquel doctor de pacotilla.
Salimos de la residencia privada del doctor Lemish, mi madre con claros
signos de estar abochornada y preocupada por mi comportamiento y yo
abiertamente ofendida y enfadada con el caballero que se hacía llamar médico.
No es que supiese algo de su campo, por supuesto, pero aquella tos me parecía
más seria d lo que él aseguraba tan tranquilamente sin prácticamente haber
revisado a mi madre. Motivos aparte, le había cobrado doscientas monedas de oro
por no decir nada relevante, además he de reconocer que podía con mi paciencia
cada vez que alguien se atrevía con descaro y sin conocerme casi el decirme qué
debía o no hacer.
-Estoy muy descontenta contigo, cariño- dijo ella en tono serio- no
deberías haberte comportado de esa manera delante del doctor.
-Y él no debería haberme respondido así sólo por insistir en que no estaba
de acuerdo- respondí con cierto desdén hacia el señor Lemish.
-Ya sabes cómo funcionan las cosas, la que estuviste fuera de lugar eres
tú- apostilló de forma acusatoria.
-¿Y qué?- pregunté enojada- ¿No puedo preocuparme por mi madre? ¿No puedo
dar mi opinión sobre un diagnóstico?- el tono de mi voz iba en aumento pasando
de ser de mujer refinada y bien educada a acercarse peligrosamente a desquiciada
histérica.
-¡Baja la voz!- me instó con desagrado por mi pública actuación- Has puesto
en duda su diagnóstico, no es raro que se haya enfadado.
-Y él ha puesto en duda mi educación y saber estar- tercié resentida.
Ella suspiró crispada y se formó un breve pero intenso silencio.
-Mejor lo hablamos en casa, las calles tienen oídos- dijo a sabiendas de
que algunos transeúntes curiosos cuchicheaban sobre nosotras al pasar y nos
miraban de refilón o incluso con descaro dependiendo de quién.
-Estoy cansada de tanto paripé y parafernalia, madre ¿No podemos
simplemente ser nosotras y ya?- pregunté con frustración y en un tono algo más
bajo- ¿A quién le importa si levantamos un poco la voz o estamos en desacuerdo?
-¿Es que no ves a tu alrededor? ¿Es que no entiendes nada?- me cuestionó
algo cansada, como si fuese una niña tonta que no entendía algo simple que le
hubieran explicado tantas y tantas veces.
Lo entendía a la perfección, por supuesto. Nosotros vivíamos bien porque no
nos salíamos del molde, al menos en apariencia. En la porquería de sociedad en
la que nos había tocado vivir, la gente con ideas propias, descontenta con el
gobierno de nuestro líder, que llamara mínimamente la atención y rompiese la
falsa armonía en la que todos estábamos encerrados, se convertía en alguien
marginal, con cualquier medio importante negado, eso si no tenía la mala suerte
de ser acusado de ser alguien subversivo y por tanto condenado a prisión, o aún
peor, a muerte. Reconozco que el tema siempre se había evitado tratar en profundidad
en casa, desconocía el motivo y tampoco había intentado averiguarlo, pero mi
educación siempre se basó en las apariencias y buenas formas a pesar de ser
libre de ser yo misma solamente en la intimidad del hogar. A eso estábamos
condenados todos.
Sinceramente, cuanto más pasaban los años, más me agobiaba todo aquello y
frustraba sobre todo ¡Era agotador fingir constantemente! Podía ser educada,
por supuesto, pero sonreír, mantener las formas y siempre responder con decoro,
buscando la contestación apropiada, con la actitud que se espera de una
señorita incluso cuando la persona que tenías delante te desagradaba o incluso
te había agraviado… Siempre responder con finura y amabilidad. Gritar era de
gente burda, entre otras cosas no aprobadas socialmente.
Lo que se buscaba de nuestra sociedad era la armonía en la perfección, las
doctrinas y leyes eran muy estrictas y basadas en la idea de, si eras cordial,
todos serían cordiales y nuestra sociedad sería la mejor. Si no colaborabas,
estabas en contra del progreso y eras considerado un enemigo público ya que,
según nuestro gobierno, no deseabas hacer grande a nuestra sociedad y eras un
estorbo para el resto. El asunto era que las cosas no podían ser simplemente
perfectas, cada persona tiene sus necesidades, su carácter, su forma de ver la
vida… No puedes simplemente establecer una forma apropiada de vivir y esperar
que todo sea armonía y felicidad. Así que, para poder vivir bien, la gente
interpretaba su papel en esta obra demencial.
A menudo quería pensar que más personas al igual que yo estaban hartas, me
negaba sólo a creer que la costumbre las había anestesiado.
Sí, ésa era la realidad que había aprendido y aquella a la que mi madre
estaba apelando para que hiciera uso de mi raciocinio y me sosegara. Iba a hacer
un nuevo comentario, ya en un tono más bajo, pero apareció Astrid por sorpresa,
interrumpiendo la escena.
-Buenos días- saludó tímida, supongo que por darse cuenta de que había
irrumpido en una situación familiar.
-Buenos días- le respondió mi madre cambiando completamente la forma de
hablar de hacía un momento a una mucho más cálida.
Y la función seguía…
-¿Interrumpo?- cuestionó con delicadeza.
-No, para nada, ya habíamos terminado nuestra conversación, querida- le
respondió la actriz experimentada.
-Estupendo- contestó su interlocutora.- Me preguntaba si podría robarle
algo de tiempo a su hija- pidió con timidez mientras se agarraba las manos
delante del vestido, un gesto muy propio suyo cuando estaba algo azorada.
-Sin problema, siempre que ella acepte, claro- respondió de forma afable y
pasó a mirarme como si no estuviésemos discutiendo hacía un momento.
Según me recompuse de la situación anterior, retomé mi máscara para asentir
y sonreírle, tras lo que ella me devolvió otra sonrisa claramente fingida mas
parecía haber destellos de esperanza en sus ojos. Parecía que se me escapaba
algo de información para comprender aquello.
Mi madre se despidió de nosotras y retomó su camino, entonces fue cuando
ella me agarró cuidadosamente del brazo, como si fuera a romperme por
establecer contacto físico conmigo o no deseara importunarme con su acto, para
emprender un rumbo distinto según parecía.
-Deseaba enseñarte mi nueva casa- me explicó.
-Cierto- dije tras caer en la cuenta de su mudanza evidente tras la boda-
supongo que dejaste la casa de tus padres.
-Como es obvio- confirmó con una sonrisa extraña- Francisco ha comprado una
casa especialmente para los dos, es encantadora, muero de ganas por enseñársela
¿No la importunaré con mi petición, verdad?
-Tranquila, no estaba atareada, además mi madre dio el visto bueno como ha
podido ver antes.
-¡Excelente! Pues yo la guío- dijo y tras lo cual empezó a caminar agarrada
a mi brazo, por lo que no tuve más remedio que acompañarla.
Su casa estaba a no mucha distancia de donde nos encontrábamos, antes de
llegar a la primera muralla. Aquella era una zona más tranquila, con elegantes
edificios rodeados de jardines particulares. El mercado quedaba a un ligero
camino de distancia, lo justo para un paseo agradable y reflexivo.
Las vallas de su hogar eran de un color verde aguamarina y estaban llenas
de adornos florales y rodeaban no sólo la casa sino también el imponente
jardín.
Aquel vergel estaba repleto de flores violetas de distintos tipos, yo no
alcanzaba bien a distinguir de cuales puesto que la jardinería no era algo que
me apasionara, me bastaba observar las flores silvestres para ser feliz,
limitar a una planta a su tiesto me parecía tan cruel para ella como para mí la
jaula en la que vivía ¿Cómo iba a hacer tal cosa a otro pobre ser vivo? Aunque
debía de reconocer que su jardín era un remanso de paz en el que al menos se
oía el trino de los pájaros ya que ella había colocado una fuente así como un
comedero y lo que parecía una especie de lavadero de aves ya que había un par
remojando sus plumas que salieron volando espantadas al vernos llegar.
-¿Qué le parece? – preguntó tras girarse toda sonriente con los brazos
extendidos.
Su sonrisa me pareció tan cálida como aquel lugar.
-Es un lugar encantador- comenté con sinceridad.
-Lo elegí todo yo- me explicó, aunque no hacía falta que lo jurara- me
apasiona la jardinería, aunque creo que ya lo comenté en otras reuniones como
miles de veces- condecoró con una risita.- He elegido y plantado todas y cada
una de las flores que aquí ves, además de mandar construir el bebedero, el
comedero y el banco que aquí ves al lado del camino a casa.
Se la veía orgullosa de sí misma y tampoco era para menos, había que
reconocer que su gusto decorando era exquisito.
Me fijé también en el camino que había mencionado, el cuál era de piedras
claras y pequeñas y recorría desde la entrada de la valla, haciendo un arco
envolviendo un banco que estaba situado al lado de un precioso comedero de
pájaros metálico del mismo color que la valla y del bebedero de piedra, para
luego avanzar y hacer otro arco donde la fuente e ir directo ya hacia la
imponente casa. Cuando llegabas a su fin, entrabas en aquel lugar y lo primero
que te recibía, a parte del servicio, era una amplia mesa con un jarrón
decorado con un ramo de flores recién recogidas, presumiblemente del mismo
jardín. Por las paredes de aquella residencia había cuadros de paisajes y
bodegones bastante realistas, muebles con sendos adornos y alfombras largas
casi como la estancia misma que cubrían. Las ventanas a su vez estaban entre
decoradas y tapadas con grandes y pesadas cortinas, todo precioso por supuesto,
pero demasiado señorial y opulento para mi gusto aunque a ella se la veía
encantada.
-Me alegra verla tan feliz- le comenté con sinceridad.
-No es para menos ¡Por fin tengo mi espacio! Vale que casi todo lo ha
pagado él- dijo algo avergonzada- pero yo no contaba con tanto dinero, mi
familia es algo más humilde.
Supuse entonces que quizás por ello les habrían enlazado. La verdad no me
parecían enamorados las veces que coincidí con ellos en alguna reunión social y
Francisco tampoco me resultaba el chico más agradable del mundo… Bueno, ni
agradable. Ella quizás podría sentir algo por él, por supuesto, era la típica
chica dulce e ingenua que por desgracia tan fácil podría ser de manejar para un
chico como él.
-¡Ah!- exclamó de repente- no puede irse sin probar una ración de pastel de
zanahoria- dijo mientras correteaba rumbo a la cocina mientras yo me quedaba
ahí plantada sin saber qué hacer o dónde mirar.
Pasé unos agobiantes minutos sin saber si sentarme, no sentarme, caminar,
quedarme quieta o qué hacer, era la primera vez que una chica de mi edad estaba
empeñada en mostrarme su casa y a mí sola además, de estar con alguien al menos
siempre podría recurrir a la conversación, por muy banal que fuese. Astrid
volvió por fin con una bandeja en su mano y mirándome atónita preguntó.
-¿Pero se ha quedado aquí de pie? Querida, por supuesto puede pasar al
salón a sentarse.
Gentilmente me indicó el camino hacia una gran estancia que había a un
lateral del largo pasillo, la cual comunicaba con el mismo mediante unos arcos
en lugar de puertas.
Según entrabas lo primero que podías apreciar eran unos cuantos sofás y
sillones situados sobre una gran alfombra y rodeando a una mesita de café a
modo de lugar ideal para una reunión. Aquel conjunto estaba amenizado por la
presencia de un gran piano de cola que me dejó completamente perpleja, además
al fondo de la estancia podía verse una acogedora chimenea, ideal para hacer las
delicias de una tarde de invierno. Pr supuesto los jarrones con flores frescas
no podían faltar al igual que los cuadros de paisajes, bodegones o flores en
cada tramo de pared que careciese de ventanal.
Nos sentamos en la zona destinada a las reuniones, lugar donde Astrid se
dispuso a posar la bandeja sobre la mesita de café.
-Imponente ¿verdad?- me preguntó al percatarse de que no podía dejar de
mirar el hermoso piano.
-Increíble- coincidí- ¿Toca usted?- cuestioné con curiosidad.
-No, pero lo compré porque deseo aprender. Ya he concertado unas clases con
el señor Méndez, estoy segura de que será un maestro excelente.
-Seguro que sí- coincidí con una sonrisa.
-Por favor, le ruego que pruebe un pedazo de pastel, Ingrid es una
excelente cocinera.
Asumí que Ingrid debía ser parte de su nuevo servicio. Al menos la parte
positiva dentro de la burbuja en la que vivíamos era que, cuando una pareja de
gente pudiente se casaba, se creaban nuevas oportunidades laborales para las
personas menos afortunadas.
-Estoy encantada con ella- dijo mientras me tendía mi plato- bueno con el
servicio en general, Francisco ha tenido muy buen ojo al contratarlos.
Sonaba como una niña con un juguete nuevo, haciendo la situación un tanto
frívola.
-La casa está perfecta, el servicio es excepcional y el lugar donde vivimos
es muy tranquilo ¡No podría estar más contenta!- siguió con su monólogo
mientras yo la miraba y sonreía a pesar de estar algo abstraída.
Se formó un breve silencio incómodo que no sabía cómo romper, sinceramente
no se me ocurría nada más que decirle a esa chica y mi cabeza estaba en otro
lugar. La encargada de estrellar aquel instante contra el suelo fue ella y
precisamente con una pregunta incómoda.
-Discúlpeme, estoy aquí hablando como si nada- dijo mientras dejaba
nuevamente su pedazo de pastel en la bandeja- ¿Puedo pensar que quizás se
sienta incómoda con el tema de la boda?
Reaccioné con un gesto de no entendimiento.
-Me refiero, la ceremonia fue algo apresurada pero entendería que estuviese
molesta conmigo por no invitar a su familia.
Por fin entendí a lo que se refería, mas no era como ella imaginaba.
-No, para nada señori…- intenté aclarar.
-Porque de verdad le digo que no me gustó aquello- me interrumpió mostrándose
arrepentida.- Katie estuvo muy insistente en ello y dado que tuvieron un
encontronazo anterior, pensé que no sería buena idea juntarlas en el mismo salón.
Pero quiero aclararle que no tengo nada contra usted.
-No había considerado tal posibilidad, no se preocupe- dije para
tranquilizarla aunque sinceramente aquellos acontecimientos sociales me apetecían
más bien nada. Demasiada falsedad intentando caber en una misma estancia,
amenazando con explotar.
Aquello pareció servirle ya que empezó a mostrarse algo más relajada.
Y volvió a invadirnos el silencio en el que navegamos entre sonrisas
cordiales mientras nos deleitábamos con el pastel.
-¿Sabe qué viene de perlas con algo tan sumamente exquisito?- preguntó de
repente supuse que a modo de aniquilar el mutismo que tanto parecía molestarle.
Por mi parte negué con la cabeza y me limité a esperar la respuesta.
-Con un licorcito- se auto respondió felicianamente mientras se levantaba e
iba a un pequeño mueble del habitáculo el cual tenía algunas botellas y copas.
Aquella respuesta no la habría esperado nunca de ella, siempre parecía tan correcta
y refinada que ni en sueños habría imaginado que mostrara a alguien, y menos a
mí, un comportamiento tan poco apropiado socialmente en una mujer.
Beber alcohol estaba sólo reservado a los hombres y, como mucha excepción,
que lo bebiesen las viudas estaba mínimamente aceptado.
-Espero que sea nuestro secretillo- dijo con un tono travieso.- Le aseguro
que hasta hacía poco no había probado ni una gota, pero me ha encantado tanto
que en la intimidad del hogar, y cuando no está mi marido,- aclaró en un tono más
bajo- me gusta embriagarme con este pequeño placercillo.
-No se preocupe, no diré nada- dije para que viese mis buenas intenciones.
No es que fuéramos amigas, yo no me sentía así al menos, pero su compañía
era la que menos me desagradaba del grupo social que frecuentábamos en las
reuniones, de hecho a ella más bien la toleraba. Igualmente aquel gesto que
acababa de tener o era de confianza hacia mí o de total indiferencia por las
consecuencias.
Le dio un sorbo amplio que pareció degustar con agrado.
-Mmmm… Sabe a cereza ¿Quiere un poco?- me ofreció, a lo que yo negué con la
cabeza y ella como respuesta se encogió de hombros.
-Ya sé que no es el comportamiento esperado en alguien de nuestra clase,
pero ¿Sabe? Estoy algo harta de estas tonterías ¿Usted no?- en respuesta hice
un gesto de asentimiento mudo, al menos me alegraba saber que no era la única
indignada.
-Estoy bastante cansada de estar encorsetada en normas, directrices y
porquerías- prosiguió con su monólogo revolucionario- Como lo de antes con su
madre, con todo el mundo comentando Por favor… ¿Es que nadie tiene rencillas
alguna vez?
No podía estar más de acuerdo con ella, aunque la verdad era que si me
hubiesen preguntado si creía que precisamente Astrid pensaba de esa manera, negaría
con rotundidad. ¿Podría ser que estuviese reunida precisamente con otra mente inquieta
y disconforme? Quizás era un buen preámbulo para no meterla en el mismo saco
que al resto, quienes parecían estar cómodos en sus respectivas posiciones e
incluso disfrutar aprovechando su situación ventajosa respecto a otros.
Mientras yo le daba vueltas a dichos asuntos, ella me observaba en silencio
mientras bebía, como esperando una respuesta o reacción. Por mi parte, no sabía
muy bien qué aportar a su comentario, no
estaba acostumbrada a hablar de esas cosas y menos fuera de casa, pero por no
perder lo que ya parecía una costumbre, siguió con el monólogo para evitar que
el silencio nos engullese.
No quería parecer asocial o desagradable por no seguir el hilo de la
conversación y realmente me sentía algo mal por ello, pero no podía evitar que
mis pensamientos huyeran para volver a darle vueltas a lo que estaba padeciendo
mi pobre madre.
-Disculpe, igual he sido indiscreta, no quería importunarla.
-No, para nada, discúlpeme a mí, estoy algo distraída- expliqué tras
recuperarme del sobresalto de que ella se percatase de que estaba ocultando
algo.
-La comprendo- dijo tras dar un largo sorbo a su copa recién rellenada-
supongo que interrumpí en el peor momento
-No, en reali… - comencé a decir a lo que me interrumpió nuevamente.
-No se esfuerce, querida, estamos solas y no hay nada que esconder. Estoy
bebiendo alcohol delante suyo, por mí puede descuidarse de fingir nada.
Aquello me dejó helada, no sabía si era porque me estuviese mostrando su
verdadera personalidad o a causa del alcohol, pero aquella chica cada vez
estaba más lejos de la Astrid que yo conocía. Por otra parte, el ambiente
distendido me hacía sentir confortable, a fin de cuentas me estaba invitando a
abandonar mi asfixiante máscara por un rato, sencillamente era algo tentador.
Mientras yo valoraba internamente las opciones, ella intercalaba comer el
pastel con volver a beber y rellenar su copa.
-¿Se puede saber qué la atormenta, querida?- preguntó sin tapujos.
Ahora la chica tímida y aparentemente frágil parecía más segura de sí que
nunca. Dudé un poco, pero al final me decidí y le conté la situación.
-Ese doctor es un incompetente- sentenció- hace bien en tener dudas y debería
resolvérselas en vez de pasarse a dar consejos que nadie le había pedido-
escupió con rabia, seguramente no estaba hablando con eso únicamente del
doctor.- Yo que usted, buscaba otro, ése es un impresentable. Además, si algo
le dice que esa tos es más de lo que ha dicho, será por algo, hay que fiarse de
los instintos.
Empecé a darle vueltas a qué doctores conocía y estarían dispuestos a
echarla un vistazo con más seriedad que el señor Lemish. Los más afamados y
considerados como los mejores profesionales en su sector eran los parientes de
Charlees, opción que, por motivos evidentes, había quedado descartada al instante.
El lugar donde vivíamos era ciertamente amplio y, a pesar de que esos conocimientos y estudios estaban más bien al
alcance de personas pudientes, sólo por extensión al menos tendría que haber
alguno más que no fuera de esa familia antes del segundo o tercer muro.
Mientras yo navegaba entre mis pensamientos
intentando achicar el agua que amenazaba con ahogar mi entereza y ánimo, Astrid
se había quedado absorta contemplando la copa apenas llena mientras la giraba a
ambos lados.
-Qué curioso ¿verdad?- comenzó a decir aún absorta en el infinito de aquel
cristal- hasta hace unos pocos días yo estaba tan normal y soltera en casa de
mis padres, así como usted ahora…- suspiró y se reclinó en el sofá, casi
dejando caer la copa.
Algo no parecía estar bien en ella y no se trataba de ningún efecto del
alcohol.
-Disculpe la intromisión- tanteé con cautela- ¿Va todo bien?
Ella respondió con un profundo suspiro de lo que parecía ser tristeza.
-¿Sabe? Estoy harta de todo- comentó y tras lo cual enmudeció de nuevo.
Con ello evidenciaba mis sospechas, pero no era nada concreta.
-¿De qué se trata? ¿Puedo ayudar en algo?
-Dudo que pueda, querida, pero agradezco su preocupación. Pero si acepta un
consejo, no se case nunca.
Sus palabras me indicaron el camino ahora más concreto del laberinto de
posibilidades.
-¿Hay algún problema con su marido?
-Creo que todos- dijo manteniendo el enigma y parándose de nuevo a beber,
entonces fue cuando me atreví a separarla de su copa, retirándola para posarla
en la mesita de café.
-Creo que lo mejor es que deje esto por un rato- dije con suavidad.- Incorpórese
y cuénteme cuál es el problema, intentaré ayudarla.
Ella suspiró y siguió mis indicaciones.
-Yo no tenía una mala vida ¿Sabe usted? En la familia no éramos los más
ricos por supuesto y de vez en cuando discutía con mis padres, siempre he sido
muy terca- hizo otra pausa para un nuevo suspiro.- Sin embargo daría todo lo
que tengo ahora por volver a hace poco tiempo atrás.
-¿No es feliz en su matrimonio?
-Para nada, no soy feliz en lo absoluto. Lo único que me consuela son las
cosas que he podido comprar, ahora voy al jardín a disfrutar de las flores y a
abstraerme de los malos pensamientos, pero nada de lo que tengo vale como para
estar así.
-No la comprendo ¿Les ha pasado algo?
-No- dijo a la par que negaba con la cabeza- a él le ha pasado algo. No sabía
que era así, yo creí que estaba casada con una buena persona.
Aquello empezaba a inquietarme, vale que Francisco no parecía la mejor
persona del mundo, pero verla así me hacía sospechar que había algo más turbio
en todo aquello.
-Venga conmigo- me pidió- hoy es el día de revelar secretos.
Agarró mi mano y me guio por la casa hasta el segundo piso, una vez allí,
recorrimos el pasillo hasta llegar a la habitación del fondo, puerta ante la
cual nos detuvimos y, mientras ella paraba unos segundos a mirarme con algo
enigmático en sus ojos a la vez que dejaba reposada su mano en el picaporte
unos instantes.
-Esta habitación es exclusiva de mi marido, ni el servicio tiene autorizada
la entrada aunque sea a limpiar- me explicó con un tono serio que me puso los
pelos de punta.
Tragué saliva cuando se giró y comenzó a abrir la puerta mientras que se
encogía mi estómago y mi corazón latía desbocado.

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